GUY SORMAN, ABC – 04/01/15
· Dado que el Papa Francisco da prioridad a los pobres como enseñó Cristo, ¿no debería consagrar, en vez de denigrar, el único sistema económico, sin duda imperfecto, que reduce la pobreza de las masas y que podemos llamar capitalismo popular? Pero no se decide a hacerlo, a diferencia de Juan Pablo II en su época.
Si consultamos los barómetros mediáticos de la izquierda biempensante como «The New York Times», «Le Monde» o «El País», Francisco es el Papa que esa tendencia esperaba. Basta con que mencione la pedofilia de los sacerdotes, la homosexualidad y los divorcios, y que cuestione el capitalismo, para que los editorialistas de esta izquierda más bien anticlerical alaben la clarividencia del Papa y decreten que nunca un Soberano Pontífice fue más popular. No sabemos si el Papa Francisco es igual de popular entre los creyentes, pero no cabe duda de que lo es entre los no católicos que se declaran progresistas. Solo queda un leve obstáculo en la senda de la redención: este Papa sigue siendo católico en cualquier caso y sigue siendo hostil tanto al matrimonio de los sacerdotes como al sacerdocio de las mujeres. Nadie es perfecto, ¿verdad?
Pero, ya sea católico o anticlerical, ¿quién criticará al Papa Francisco por querer moralizar la Iglesia, reducir la opulencia del Vaticano o establecer como prioridad el preocuparse por los pobres? Pero si pensáramos que por eso el Papa Francisco es un revolucionario, olvidaríamos la obra, al menos igual de destacada, de sus predecesores, como Juan XXIII, por ejemplo, y Pablo VI, que, con el Vaticano II, pusieron fin al antisemitismo casi institucional de la Iglesia y se acercaron a las otras grandes religiones establecidas; Juan Pablo II, que se enfrentó a todos a los regímenes totalitarios; y Benedicto XVI, que, como teólogo, restauró la coherencia del catolicismo. Todavía esperamos de Francisco unos gestos tan decisivos como los de sus predecesores. En cualquier caso, no será en el ámbito de la disminución de la pobreza de masas.
Los primeros indicios no son alentadores, a juzgar por la multiplicación de las declaraciones del Papa contrarias a la economía de mercado. No nos sorprenden si recordamos su trayectoria: es un jesuita que, cuando era obispo de Buenos Aires, ya confundía la opción a favor de los pobres con la lucha contra el capitalismo. Era una ideología extendida entre todos los jesuitas de Iberoamérica, próximos a la Teología de la Liberación y en guerra contra el Opus Dei, que era procapitalista. Sin duda, las oligarquías locales pervirtieron, y siguen pervirtiendo, el capitalismo en Iberoamérica, aunque eso no quita para que, gracias a ese capitalismo, y no al socialismo, ni a los Gobiernos locales, cientos de millones de pobres, en Brasil, en Chile o en Perú dejan de ser pobres. Dado que el Papa Francisco da prioridad a los pobres como enseñó Cristo, ¿no debería consagrar, en vez de denigrar, al único sistema económico, sin duda imperfecto, que reduce la pobreza de masas, y que podemos llamar capitalismo popular? El Papa Francisco no se decide a hacerlo, a diferencia de Juan Pablo II en su época. Juan Pablo II habría preferido una tercera vía entre el capitalismo y el socialismo, pero al comprobar que no existía se sumó a la economía de mercado.
Los polacos, en particular, le escucharon, y hoy en día se ven recompensados por ello. ¿Se espera una conversión similar del Papa Francisco? Pongámoslo en duda. Resulta que, probablemente por error, acabo de recibir un documento del Vaticano, con vistas a la visita del Papa a Nueva York el próximo mes de septiembre y a su intervención prevista en la tribuna de Naciones Unidas. Esta alocución no pasará inadvertida, y una especie de «comité de sabios» pontificio ya la está preparando. El documento que me ha llegado consulta a los intelectuales estadounidenses o que viven en EE.UU. (como es mi caso) sobre lo que el Papa debería decir.
Este cuestionario no es neutral, ya que pide que se faciliten al Papa argumentos para dar coherencia a dos ejes, ya determinados, de su discurso: los excesos del sector financiero y los del mundo digital. Resulta que internet se ve convertido en un gran Satán. Nos deja atónitos: una economía moderna sin sector financiero y sin internet no existe, como tampoco existe el mito de la tercera vía en la década de 1980. ¿Hará Francisco que echemos de menos a su antecesor Benedicto, quien, porque era Papa, se preocupaba precisamente más por la teología que por la economía?
Como el cuestionario del Vaticano me ha llegado por unas vías misteriosas, pero quizá divinas (vayan ustedes a saber), responderé a él sugiriendo al Papa que pronuncie en Nueva York un elogio de la donación. Nueva York es la capital de la filantropía, donde viven las mayores fortunas del mundo, pero también las más generosas, las cuales financian mil obras sociales a través de fundaciones. Esta caridad masiva en EE.UU. tiene un origen cristiano (más protestante que católico, es verdad), y me parece el complemento necesario, indispensable y ante todo eficaz, del capitalismo. Un Papa invitando a todos desde el púlpito que es la ONU a dar voluntariamente su tiempo y su dinero para corregir algunos efectos perversos e injustos del capitalismo: sería un discurso histórico con unos efectos concretos. Si el Papa se contenta con las diatribas habituales contra el capitalismo, mil veces repetidas, su popularidad se verá reforzada indudablemente entre la izquierda, pero a un Papa, en principio, no le preocupa su popularidad.
GUY SORMAN, ABC – 04/01/15