Jesús Cacho-Vozpópuli
«Pedro Sánchez, ejecutor del peor globalismo, vive una de las peores semanas de su vida, en estado de máxima debilidad»
“Lejos de ser un Pontífice progresista, Jorge Bergoglio encarnó un catolicismo antimoderno, enemigo del pensamiento ilustrado”. Quien así se manifiesta es el historiador y ensayista italiano Loris Zanatta, 63, catedrático de Historia de América Latina en Bolonia, además de estudioso del peronismo y de la Iglesia católica, que acaba de publicar en Italia “Bergoglio, una biografía política”, y que en España tiene ya traducido “El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres” (Ed. Zorzal). Entrevistado a tumba abierta por la gran Maite Rico, Zanatta deja reducida a escombros la efigie de un Papa al que, en la hora de su muerte, la izquierda mundial ha elevado a los altares donde se exhiben todos los enemigos de la libertad. “En términos históricos, Bergoglio es un representante típico del populismo latinoamericano, de un catolicismo heredero de la Contrarreforma, ajeno a las corrientes ilustradas de la revolución científica, el racionalismo y el liberalismo. Un catolicismo que encontró en el peronismo su confluencia política y que considera una traición el entendimiento con el liberalismo”. El campeón del globalismo moral que hay en Bergoglio fallece al mismo tiempo que el paladín del globalismo político, Klaus Schwab, fundador del World Economic Forum (WEF), resultaba dramáticamente corneado por la propia organización bajo graves acusaciones de corrupción. Dos pilares simbólicos de una época caen al unísono. Schwab dimite como presidente del WEF y abandona la escena, mientras Francisco, rostro espiritual del progresismo eclesial, fallece dejando tras de sí una Iglesia fracturada. En España, Pedro Sánchez, ejecutor del peor globalismo, aquel que persigue destruir la identidad nacional en nombre de un falso progresismo, vive una de las peores semanas de su vida, en estado de máxima debilidad. ¿Simple coincidencia temporal? Es un signo de los tiempos. El globalismo —esa ideología corrosiva que ha pretendido uniformar el mundo, borrar raíces y suplantar verdades por consensos fabricados— empieza a mostrar sus grietas. Francisco, Klaus, Pedro: tres genios del mal con la muerte en los talones.
Bergoglio se ha entendido siempre mejor con izquierdistas de toda laya y condición antes que con próceres liberales
“Ese rechazo a la herencia de la Ilustración se tradujo en su visión tercermundista de la geopolítica”, sostiene Zanatta. “En los viajes por el Sur global, que fueron la mayoría, Bergoglio se dedicó, primero, a oponer el sur religioso y sus pueblos, pobres, puros y virtuosos, al norte irrecuperable, descristianizado, secularizado, pecaminoso. Y en segundo lugar, a advertir a esos países del sur en contra del progreso y la colonización ideológica del norte desarrollado”. Poco amigo de España, según la opinión más caritativa, se negó a viajar a nuestro país con ocasión del V Centenario de Santa Teresa, de la misma forma que muy recientemente se ha negado a acudir a la inauguración de la restaurada catedral de Notre Dame en París, una ofensa imperdonable para los católicos franceses. El Papa Francisco estaba más a gusto con los líderes de la izquierda Latinoamericana que con los presidentes de las democracias europeas. Lo demuestra su apoyo al dictador Maduro, sus abrazos con un delincuente confeso como Evo Morales, su respaldo devoto a Cristina Kirchner y su ominoso silencio ante la cruel dictadura de los Castro. Bastaba ver la cara de satisfacción que lucia en las fotos con los socialcomunistas españoles a los que recibía encantado. Y es que Bergoglio se ha entendido siempre mejor con izquierdistas de toda laya y condición antes que con próceres liberales, de los que desconfiaba profundamente. Al final, socialistas, comunistas, bolivarianos y demás familia son tan antimodernos como el pontífice argentino y su visión apocalíptica de los desafíos globales, del cambio climático a la revolución tecnológica. Normal que terminara convertido en ídolo de la izquierda mundial.
Conocí bastante a Klaus Schwab como enviado especial de El País (nadie es perfecto) al aquelarre de Davos en varias ediciones, años ochenta, y siempre desconfié de un tipo de quien se decía que en su más tierna juventud había simpatizado con el nazismo. Davos me pareció una gigantesca engañifa a la que acuden líderes empresariales dispuestos a tirar de tarjeta de empresa, a veces con alguna amante ocasional, en los lujosos hoteles de la localidad, y políticos deseosos de mejorar popularidad en su país presumiendo de relaciones internacionales, además de ejecutivos de medio pelo que se exhiben de forma casi obscena en el mercado persa de Davos tratando de llamar la atención de alguna gran empresa (y su salario consiguiente). El condimento «intelectual» que se trasiega en Davos suele ser basurilla de ocasión, puro material de derribo. Davos me pareció siempre el negocio familiar de un tipo digno de toda sospecha. Al final, el respetable Schwab que se codeaba con la elite mundial, ha sucumbido engullido por el monstruo de la corrupción. El Wall Street Journal reveló este miércoles que la junta directiva del WEF acusa a Schwab y a su esposa Hilde de «mezclar sus asuntos personales con recursos del Foro sin la debida supervisión”. La acusación sostiene que Schwab pidió a empleados jóvenes a sus órdenes el retiro de «miles de dólares» de los cajeros automáticos para él y su familia, y de haber utilizado fondos del centro para pagar masajes durante estancias en hoteles caros. Igualmente se le acusa de haber utilizado durante años una villa de lujo a orillas del lago de Ginebra, villa que Hilde habría redecorado sin reparar en gastos. Con cargo al WEF, claro está. Los cargos, en fin, ponen también en duda la cultura laboral dentro de la institución, en la que, según el WSJ, reina un ambiente de trabajo «tóxico».
Bergoglio ha desplegado una auténtica exhibición de la pobreza, de modestia y de humildad impostadas
Este siniestro personaje fue cooptado por el dinero globalista de los Soros de turno hasta convertirlo en líder de esa corriente, ese proyecto de una élite que, desde la “montaña mágica” de Thomas Mann, soñó con dirigir el mundo al margen de los pueblos. Su “Great Reset” o “Gran Reinicio”, aparecido tras la crisis del Covid, no era, de acuerdo con las tesis conspirativas que han circulado con fruición en los últimos años, más que un eufemismo destinado a imponer un nuevo orden sin alma, sin identidad, sin patria. Según ello, los dirigentes mundiales, con la OMS como agente provocador, habrían “fabricado” la pandemia con el objetivo de establecer las condiciones necesarias para llevar a cabo una reestructuración de los Gobiernos del mundo. ¿Objetivos del “Reinicio”? Tomar el control global e instaurar un régimen totalitario orwelliano, el llamado Nuevo Orden Mundial, que eliminaría las libertades y los derechos de propiedad, enviaría el ejército a las ciudades, impondría la vacunación obligatoria y crearía campos de concentración para quienes osaran oponer resistencia. Un orden, por lo demás, donde sobrarían las naciones, las tradiciones y los valores, siempre vistos como obstáculos al progreso. Orwell en estado puro.
El Papa argentino habría sido el encargado de expedir el pasaporte de legalidad moral a esa visión totalitaria, neocomunista, de un mundo del que desaparecerían las libertades individuales, un mundo globalizado que la irrupción de un personaje como Donald Trump en Estados Unidos parece haber mandado al basurero de la historia de un plumazo. Por encima de las toneladas de incienso que nos han impedido respirar estos días, la figura del Papa Francisco ha sido fuertemente contestada por la intelligentsia europea más crítica. Incluso colaboradores cercanos al Pontífice, caso de Giovanni Maria Vian, exdirector de L’Osservatore Romano, no han escatimado críticas. En un artículo aparecido en Le Monde, Vian lo califica de “jesuita argentino seducido por el peronismo, que gobernó solo y en un estilo autocrático” y que “se hizo filorruso a fuerza de antiamericanismo” para al final acabar encontrándose “en el mismo lado que el presidente de EE.UU.” Alexandre Devecchio iba más lejos en Le Figaro al preguntarse si el Papa Francisco “no ha sido un Trump de izquierdas”. Se trata de un Papa “tan apreciado fuera de la Iglesia pero controvertido dentro de ella” (Jean-François Colosimo), para quien «Francisco fue un autoritario libertario». “Un Papa muy reformista en palabras, pero no en hechos”, en opinión de Bénédicte Lutaud, columnista italiana y ex colaboradora del propio Francisco, al que describe como “un hombre muy autoritario”. Un Papa que no ha ocultado sus simpatías pro Putin, que ha incitado a Zelenski a enarbolar bandera blanca y que, en fin, ha prestado un muy mal servicio a los cristianos orientales perseguidos en el Cáucaso. Un Bergoglio que durante su pontificado ha desplegado una auténtica exhibición de la pobreza, de modestia y de humildad impostadas, pero que, en palabras de Chantal Delsol, filósofa e historiadora francesa, ha dejado una Iglesia partida en dos, dividida “entre católicos furiosos que creen que no es lo suficientemente moderna y católicos furiosos que la piensan vendida al populismo globalista”.