Ultano Kindelan-El Debate
  • Recordemos que el fiscal general de la República, Marcelino Valentín Gamazo, decano de los Abogados de Estado que llevó la acusación contra Largo Caballero y Prieto en el juicio por el golpe de 1934, murió al comienzo de la Guerra Civil, tras haber sido apresado por milicianos del PSOE

Largo Caballero es la gran figura trágica de nuestra historia contemporánea, el Gran Jinete del Apocalipsis, que, como Sansón, derribó las columnas que sostenían el Templo, en este caso, los de la República española, nacida en 1931.

Largo Caballero nació en Chamberí, Madrid, en 1869, hijo único de una empleada del hogar, Antonia Caballero y de un carpintero, Ciriaco Largo. Francisco fue a la escuela de los cuatro a los siete años, pero el trabajo infantil estaba muy extendido en la paupérrima España de entonces, y Francisco, con siete años de edad, empezó a trabajar de peón en varios oficios, hasta que, a los nueve años, entró en un taller de estucado, (escayola), convirtiéndose en un competente y bien remunerado artesano de ese gremio. A los 21 años ingresó en la UGT, integrando en ella la Sociedad de Estuquistas, fundada por él.

La sociedad española de principios del siglo XX, tenía un gran componente rural, de carácter latifundista y feudal, y un emergente componente industrial, localizado junto a las principales capitales de provincia. Una sociedad en la que, como en muchas de la Europa de entonces, la caridad, canalizada a través de la Iglesia, servía de justificación moral ante cualquier reivindicación de justicia social por parte de obreros y campesinos.

Reivindicaciones que tendrían en Largo Caballero su principal adalid. Un adalid que procuró establecer los derechos de los trabajadores articulando decretos y leyes en su defensa, como consejero de Estado bajo la dictadura de Primo de Rivera, y luego, como secretario general de la UGT, y ministro de Trabajo durante la República. Una magnífica labor que mereció que Miguel Maura, republicano conservador, y ministro de Gobernación en la República, dijera de él: «Incansable en el trabajo, hábil, admirablemente secundado por elementos de la organización, y con un gran talento natural, Largo Caballero logró articular una fuerza social y política enorme durante los seis años de dictadura» (de Primo de Rivera).

Puede sorprender la violenta radicalización de Largo Caballero, al instalarse la República española en 1931. Dada su demostrada capacidad para amoldarse a un gobierno opuesto ideológicamente, ¿Por qué esa intransigencia con los de la República?

Solo se entiende considerando el panorama internacional en la que esta vio la luz. Por un lado, un mundo capitalista universalmente en crisis por el colapso bursátil norteamericano de 1929; y por otro, un mundo nuevo, la Rusia Soviética, que desde la dictadura del proletariado, proclamaba estar gestando una moderna nación industrial, por, y para, los trabajadores. Un espejismo que convirtió el comunismo soviético, en el ‘Bálsamo de Fierabrás’, para un importante sector de la intelectualidad occidental, cuyas inanes bendiciones, sirvieron de combustible a la izquierda revolucionaria de todo el mundo.

Deslumbrado por el aparente éxito de la fórmula comunista, ante la decadencia de las economías liberales, nuestro adalid se convirtió en el San Pablo de una nueva fe; la dictadura del proletariado. Una fe excluyente para los «burgueses» y solo asequible para los «trabajadores», que, por el hecho de serlo, deberían asumir su responsabilidad, y hacerse con el gobierno de la nación, por medios violentos si fuera necesario, dirigiéndola hacia el imperio de la justicia social que procuraría la dictadura del proletariado. Ese derecho a la violencia, que socialistas, anarquistas, y comunistas se arrogan no podía ser reconocido en una sociedad democrática, algo que Julián Besteiro, compañero y líder también del PSOE, entendió muy bien pero fue incapaz de embridar a su apocalíptico colega.

A Largo Caballero, su impaciencia por imponer la justicia social, que supuestamente traería la dictadura del proletariado, le hizo olvidar la realidad, o mejor dicho las dos realidades; por un lado la falta de cohesión ideológica entre las filas de su proletariado, y por otro la capacidad de resistencia de la burguesía española, espantada ante las violencias de esos proletarios, y los tremendos discursos de Largo, y de su compañero de filas, Indalecio Prieto, en los que voceaban su desprecio hacia la República por ser «burguesa», y su intención de imponer la dictadura del proletariado, aunque fuera por métodos violentos. Sus soflamas encendieron el odio entre las clases desfavorecidas, y el miedo entre la burguesía, que se unió bajo las siglas de un partido nuevo, la CEDA.

En lugar de tomar conciencia de esas realidades, cuando la CEDA ganó ampliamente las elecciones de 1933, y replantearse sus premisas y estrategias para mejor defender sus propuestas a favor de los trabajadores desde la legalidad, Largo decidió lanzarse a la revolución, emulando a los bolcheviques rusos, y organizando el sangriento golpe de 1934, contra la República «burguesa».

El golpe de 1934 convirtió a Largo Caballero en un criminal, el enemigo número uno de la República democrática, y fue justamente condenado a 30 años de cárcel por su gobierno, aunque fuera indultado después en respuesta a las amenazas de sus partidarios. Con su golpe, Largo Caballero, tiró a la papelera todo su buen hacer del pasado, y se convirtió en un fanático, un enloquecido Jinete del Apocalipsis. Su indulto y rehabilitación, no tuvo la necesaria contrapartida de arrepentimiento y propósito de enmienda, y lamentablemente, el Largo Caballero de la justicia social pasó a ser el Largo Caballero del terror, cuyas llamadas a la violencia tuvieron espantosas consecuencias.

Por señalar una, recordemos que el fiscal general de la República, Marcelino Valentín Gamazo, decano de los Abogados de Estado que llevó la acusación contra Largo Caballero y Prieto en el juicio por el golpe de 1934, «murió al comienzo de la Guerra Civil, tras haber sido apresado por milicianos del PSOE, que lo asesinaron, junto a varios de sus hijos», según recoge Wikipedia.

Nuestra España democrática no puede rendir homenaje a este trágico personaje, manteniendo su estatua en el Paseo de la Castellana de Madrid.

Su estatua y la de su cómplice en el golpe de 1934, Indalecio Prieto, que también nos saluda desde el Paseo de la Castellana, solo tienen cabida en Corea del Norte, Cuba, u otro santuario del terror marxista.

  • Ultano Kindelan es ingeniero