ABC-IGNACIO CAMACHO
Sánchez necesita sacar el incendio catalán del primer plano de los telediarios. Es hora de recurrir al comodín de Franco
ES hora de activar el comodín de Franco. Los disturbios de Barcelona han dejado al Gobierno tocado porque Sánchez ha preferido cuidar el día después de las elecciones, es decir, la posibilidad de contar con ERC en la aritmética de los pactos, y su campaña se ha bloqueado: no podía ir por ahí de mitin en mitin sin dar la sensación de abandonar el puesto de mando. El PP está haciendo cuentas de la lechera con los sondeos, que le permiten soñar –los sueños son gratis– con un vuelco inesperado. Lo más probable es que no sea para tanto pero los estrategas de La Moncloa necesitan hacer algo para recuperar la iniciativa del célebre «relato». La exhumación está a punto: los recursos de la familia, desestimados; la maquinaria de desenterramiento, en el Valle; la Guardia Civil, desplegada en el cementerio de El Pardo. Para lograr que el presidente deje de parecer agazapado, a la defensiva ante la crecida impune de los vándalos, ha llegado el momento de sacar a los pirómanos del primer plano de los telediarios.
El traslado de la momia no dará muchos votos directos pero permitirá al candidato escapar, siquiera provisionalmente, de un conflicto que se le está pudriendo. Humo de opinión pública sobre la humareda real de las hogueras de los violentos. Además ofrece a Vox la oportunidad de desplegarse sin rodeos, con su discurso expeditivo, efectista y enérgico, frente a la incomodidad de una derecha moderada que no termina de encontrar argumentos para oponerse y tampoco puede guardar silencio sin que una parte de su electorado le reproche un cierto complejo de encogimiento. Cada sufragio conservador que se escora hacia Abascal es un pequeño peldaño que Casado retrocede en su intento de escalar al primer puesto, y tal vez un diputado que el bloque liberal pierde en el apretado reparto provincial de restos. Por el flanco contrario, la maniobra reactiva al PSOE por su decaído flanco izquierdo y estimula la simpatía de los votantes de Podemos. Sánchez tiene en la mano un eficaz win-win, una apuesta ganadora exenta de riesgos, y la seguridad de acaparar la atención de los medios, dentro y fuera de España, armando ruido con un debate tétrico. Mucha ventaja a bajo precio para un dirigente con verdadera adicción a la política de gestos.
Porque más que el cumplimiento in extremis de una promesa, la lúgubre «operación Cuelgamuros» tiene a estas alturas un carácter de artimaña de autorrescate para un Gobierno en franca alarma por el estancamiento de sus expectativas electorales. La campaña, que presumía un paseo, se le ha abrasado en el fuego prendido por los insurrectos catalanes y va a echar mano –literalmente– de Franco para tomar aire. Ya es significativo que tras año y medio en el poder y unas elecciones ganadas sin resultados palpables, su oferta más relevante consista en remover de su tumba a un cadáver.