Ignacio Camacho-ABC

  • Franquista es la nueva palabra mágica. La etiqueta que todo discrepante del sanchismo va a ver colgada en su espalda

Sostiene Bustos que Pedro Sánchez no es un psicópata sino un narcisista –como si no fueran posibles las dos cosas a la vez, querido Jorge–, pero cualquiera que sea su cuadro psiquiátrico da muestras de conocer muy bien a los españoles, incluidos los de esa derecha a la que sabe pastorear bastante mejor que los dirigentes que teóricamente la representan. El conocimiento de la sociología electoral y política no es intuitivo; tanto en el aparato del PSOE como en el de la Moncloa existen departamentos específicos dedicados a estudiar los comportamientos, sesgos y tendencias de la población con el objetivo de elaborar perfiles muy precisos sobre los que fundamentar estrategias políticas y los famosos ‘relatos’ discursivos. De tal modo que si el Gobierno decide, por ejemplo, escapar del cerco de escándalos echando mano una vez más del comodín del franquismo es porque antes ha visto en su laboratorio de datos que ese truco tan gastado aún puede proporcionarle una cierta dosis de oxígeno.

Para ello cuenta de antemano con la colaboración del adversario. Hay una parte del segmento conservador más rancio que saliva en cuanto atisba un debate sobre Franco y el sanchismo está dispuesto a excitarlo dedicándole este año todo un programa de actos. Se trata de un sector minoritario pero con gran capacidad de ruido mediático, sobre todo si la propaganda oficialista le concede, como piensa hacer, el eco adecuado. Ya andan algunos por ahí, de hecho, aventando en las redes y demás soportes de conversación pública el argumentario de las pagas extras, la seguridad social, las viviendas protegidas y los pantanos. Justo lo que el sanchismo necesita para movilizar a sus votantes, justificar el rescate de su espantajo favorito y etiquetar a toda la oposición –incluso al Rey, al que ha lanzado ya un anzuelo envenado– con el marbete del autoritarismo nostálgico. Se trata de construir el marco para que la derecha taruga dibuje su propio retrato.

El exceso de uso ha desgastado el término ‘facha’. Su aplicación extensiva ha banalizado su sentido hasta la irrelevancia. Ahora hace falta un significante más concreto que otorgue a toda disidencia contra el sedicente ‘progresismo’ unas connotaciones reaccionarias más exactas. ‘Franquista’ es la nueva palabra mágica, el calificativo polivalente que va a caer sobre las espaldas de jueces, periodistas, diputados y cualquier ciudadano renuente a ver en el Amado Líder la encarnación posmoderna de las virtudes democráticas. La ventaja de la operación consiste en que su éxito se basa en la simple iniciativa de plantearla; es un juego donde siempre gana el que reparte las cartas porque incluso negarse a jugar o denunciar la trampa será considerado un síntoma de complicidad o de equidistancia. Y no abunda en la nomenclatura liberal la suficiente sutileza táctica para librarse de una emboscada tan eficaz como zafia.