José Ignacio Wert Moreno-El Español

Dos décadas después de la muerte del dictador, no era infrecuente que las vueltas de la tienda de hojas de uno de los colegios madrileños más conocidos por su antifranquismo tuvieran todavía forma de moneda de 25 pesetas con su cara.

El desmontaje rapidísimo del régimen (se pasó de las colas ante el féretro a la mayoría absoluta de un partido perdedor de la guerra en apenas siete años) convertía esos detalles en banales.

No se recuerdan llamamientos al Banco de España para que proscribiera aquellos metales. Como de Franco no quedaban ni las raspas, daba un poco igual que el cambio de la panadería te recordara que había existido no hacía tanto.

Aquel aniversario redondo se conmemoró por todo lo alto. TVE estrenó al fin La Transición de Victoria Prego, en verano y por La 2, después de dos años metida en un cajón. Fue un éxito rotundo que luego dio dinero en VHS.

Los periódicos editaron coleccionables cuidadísimos que aún hoy permanecen en las estanterías, inmunes a los cantos de sirena de Wallapop.

Todo ese despliegue tuvo un gran efecto sobre mi generación: descubrimos los años apasionantes inmediatamente anteriores a nuestro nacimiento. Fuimos los primeros freaks de la Transición venidos al mundo en democracia.

La estirpe ha tenido continuadores periodísticos dignísimos en Daniel Ramírez (1992), el mejor amigo de los ministros de UCD, o en Lucía Gutiérrez (¡2003!), que generacionalmente puede ser nieta de cualquier diputado constituyente.

Si los veinte años se solemnizaron así, no debería extrañar que se tire la casa por la ventana con los cincuenta.

Sin embargo, hemos saltado como resortes al escuchar a Sánchez desgranar sus planes para un 2025 intensivo en actividad conmemorativa. Será que después de una década ya le vamos conociendo un poquito.

Veamos. El presidente del Gobierno anunció que el propósito «se va a traducir en más de un centenar de actividades culturales, eventos de diversa índole, que van a inundar nuestras calles, escuelas, universidades, museos, a partir del 8 de enero del año 2025».

Se está poniendo mucho el foco en la fecha. 1975 no fue precisamente un año de libertades. Pero no nos parece lo más importante. A fin de cuentas, en 1995 se hizo el mismo redondeo historiográfico y lo compramos sin mayores exigencias.

Estas otras palabras del jefe del ejecutivo nos terminan de poner sobre la pista: «Ha pasado casi medio siglo, pero las consecuencias de la herida son aún visibles y exigen una reparación como la que hoy reciben las víctimas. Si hoy estamos aquí es porque al final triunfó la democracia, pero ese triunfo no es nunca definitivo, hoy escuchamos todavía proclamas favorables al franquismo en el Congreso«.

Acabáramos. He ahí la razón de la susceptibilidad. Conocidas las obsesiones temáticas y formales de este Gobierno, una efeméride de este calibre es material explosivo. Ya te está diciendo algo que todo empiece el 8 de enero cuando la fecha como tal no es hasta el 20 de noviembre.

Ojalá nos equivoquemos, pero, por primera vez, hay razones fundadas para sospechar que esta efeméride va a ir mucho más de la España de 1936 que de la de 1977. No le va a faltar ayuda a ningún lado del espectro.

Si no han hecho falta aniversarios para situar cualquier discrepancia con la línea oficial en el fascismo o, como mínimo, en algo fuera del contorno de la democracia, qué no veremos durante un año en que cualquier excusa será buena para lanzar el mensaje. «Todos esos son Franco. Y la única alternativa somos nosotros».

Ojalá dentro de un año escribamos gustosos sobre lo errado de estos vaticinios y contemos el homenaje a la España de los setenta vivido durante los últimos doce meses.

Pero las ideas que impulsaron ese proceso, basado sobre todo en la convivencia entre pensamientos distintos, nos casan mal en el político nacional que peor ha tolerado la crítica desde entonces.

Nosotros nunca le colocaremos fuera de la democracia, por más que se lleve regular con los contrapesos. Pero anda que no le gustaría ver monedas con su efigie.