Emilio Contreras-El Debate
  • La Transición no fue un pacto entre cobardes. Comparen la imagen del presidente y el vicepresidente del Gobierno el 23F dando la cara ante las ráfagas de balas con lo que vimos en Paiporta cuando solo tiraban piedras y barro

No nos engañemos, Franco solo es la coartada. Porque tras la campaña que Pedro Sánchez ha organizado al cumplirse medio siglo de su muerte, hay un motivo de fondo que va más allá de movilizar el voto de la izquierda, como algunos creen. Estamos ante una estrategia subterránea con un objetivo de más calado: ir socavando la imagen de la Monarquía, que es la clave del arco constitucional de 1978; y de ahí a reivindicar la República solo hay un paso. A eso aspiran, unos con disimulo, y otros abiertamente.

No es que veamos fantasmas; vemos los hechos tal y como son. No solo son los desdenes y desplantes que hemos visto en los últimos años. Hay más. En noviembre de 2022, el presidente del gobierno hizo un elogio al «pasado luminoso del republicanismo… su legado de luz». Nunca ha hecho un elogio a la Monarquía o el menor reconocimiento al papel clave que jugó la Corona para que en solo 18 meses España pasara pacíficamente de la dictadura a la democracia.

En agosto del año pasado, Salvador Illa manifestó en su discurso de investidura su satisfacción por «entroncar con la legalidad republicana». En el Consejo de Ministros del día 7 se aprobó un decreto que crea un organismo para celebrar la muerte de Franco y, supuestamente, la recuperación de la democracia. En el texto no se hace ni una sola alusión al papel clave que desde el primer momento desempeñó la Corona. Sencillamente, se la ignora.

Y hay que ver cómo algunos medios subordinados al gobierno siguen el argumentario para descalificar a la Monarquía. No estamos ante sombras o sospechas, sino ante una amenaza evidente.

El argumento que están utilizando para deslegitimar la Corona, la Transición y la Constitución es presentar el consenso y la reconciliación como un pacto solo entre las elites y una traición entre cobardes para perpetuar el franquismo con otro disfraz.

¿Cobardes? Ahí están los testimonios gráficos de cómo el presidente y el vicepresidente del gobierno, Adolfo Suárez y Manuel Gutiérrez Mellado, la noche del 23F tuvieron el cuajo de enfrentarse a los que disparaban ráfagas de balas, en contraste con lo que vimos en Paiporta cuando solo tiraban piedras y barro.

¿Perpetuar el franquismo? Si el orden constitucional vigente fuera la continuación encubierta de una dictadura, quienes hacen esta acusación no estarían en el gobierno, en el Parlamento ni en los medios de comunicación; estarían en la cárcel. En la Monarquía democrática no hay miedo a la libertad, y defender la República no es un delito como en la II República lo fue defender la Monarquía. La Ley de Defensa de la República de 27 de octubre de 1931 decía en su artículo primero: «Son actos de agresión a la República y quedan sometidos a la presente ley: la apología del régimen monárquico o de las personas en que se pretenda vincular su representación y el uso de emblemas, insignias o símbolos alusivos a uno u otras». Eso se hizo por miedo a la libertad.

La Monarquía simboliza la nación reconciliada. El 22 de noviembre de 1975 el Rey dijo ante las Cortes: «Nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional». Y el 27 de diciembre de 1978, tras sancionar la Constitución, afirmó: «Si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de otros… conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor y el odio».

En la II República se hizo todo lo contrario. El 27 de agosto de 1931, Luis Jiménez de Asúa, presidente de la comisión redactora del anteproyecto de Constitución, dijo en el acto de entrega a las Cortes: «Esta es una Constitución de izquierdas… para que no digan que hemos defraudado las ansias del pueblo». El 13 de octubre Manuel Azaña afirmó: «Si yo perteneciera a un partido que tuviera en esta Cámara la mitad más uno de los diputados… en ningún momento habría vacilado en echar sobre la votación el peso de mi partido para sacar una Constitución hecha a su imagen y semejanza». El resultado fue la Constitución de media España contra la otra media.

Pero el sectarismo de aquel régimen supuestamente luminoso fue más lejos. Recuerdo las palabras estremecedoras de Álvaro de Albornoz, dirigente del partido radical-socialista, ministro de Justicia y presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República. Cuando un diputado de la oposición pidió que se elaborara una Constitución para todos, le respondió: «No más abrazos de Vergara, no más pactos de El Pardo, no a las transacciones con el enemigo irreconciliable de nuestras ideas. Si quieren la guerra civil, que la hagan». Son palabras que están en el Diario de Sesiones del Congreso del 7 de octubre de 1931.

Esta es la mercancía averiada que nos quieren endosar tras la coartada de los actos del 50 aniversario de la muerte de Franco.

Otra cosa es que lo consigan.

  • Emilio Contreras es periodista