Miquel Escudero-Catalunya Press 

  • “Dentro de los falangistas hay una variada gama de pareceres y unos y otros no se entienden»
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De familia carlista, el arquitecto bilbaíno José Luis de Arrese fue nombrado por Franco ministro secretario general de FET y de las JONS. Era 1941, tenía 36 años de edad y desplazó a Serrano Suñer. Franco lo cesó cuatro años después, con la victoria de los Aliados y con la presentación del Fuero de los españoles en las Cortes, el cual introducía, aunque muy restringidos, derechos de expresión, reunión y asociación. Los descendientes de Arrese han permitido al historiador Joan Maria Thomàs investigar en su Archivo político y ofrecer documentación inédita. De este modo, se acaba de publicar Postguerra y Falange (Debate), libro que aborda ese período del partido único franquista.

En aquel tiempo era un dogma que no había más que una manera de salvar a España: la obediencia ciega y absoluta al Jefe Nacional y Caudillo. Se elogiaba la intransigencia política. El liberalismo y el comunismo eran sus enemigos mortales. En especial, para Arrese el 18 de julio era el hecho más antiliberal de la historia de España y lo grave era que “nuestros enemigos se consideren amigos nuestros”, por esto, decía, había que cortar en seco su compañía. Apenas dos años después de ganar la guerra, en noviembre de 1941, fue fusilado en Alicante el Delegado de Auxilio Social, acusado de estraperlo; era el autor del primer libro sobre el nacionalsindicalismo, escrito en vida de José Antonio. Asimismo, el escritor falangista Eugenio Montes se vio envuelto en una investigación por su afinidad juvenil con la masonería. Y el joven Delegado Nacional de Sindicatos Gerardo Salvador Merino fue expulsado del partido e inhabilitado para ejercer su profesión de notario al haber tenido relaciones masónicas. El Partido único tenía entonces más de un millón de afiliados; tres años después, habían sido depurados 180.000 de ellos. No obstante, como encontró Javier Tusell, en aquel período el almirante Luis Carrero Blanco redactó un informe, algunas de cuyas líneas merecen ser reproducidas (tantos son quienes siguen incapacitados para distinguir nada de aquella realidad política y de la que, sin embargo, no dejan de pontificar con absoluta ignorancia e inoportunidad):

“Dentro de los falangistas hay una variada gama de pareceres y unos y otros no se entienden, existiendo una sorda lucha entre grupos que se constituyen alrededor de determinadas personas sin que se pueda conseguir por buena voluntad que en ello se ponga, concretar cuáles son las divergencias doctrinales entre unos y otros”.

Carrero acusaba al Partido único de actuar desordenadamente, sin verdadera doctrina, sin positiva disciplina y “con no pocos indeseables de todo orden”. Por lo demás, “el léxico autoritario de sus escritos, el tuteo inconveniente a todo el mundo y un signo general de matonería que la dignidad innata del español no soporta fácilmente”.

En la coalición franquista, liderada por un caudillo indiscutible, denominado natural, se flotaba de forma permanente entre rumores y murmuraciones y la práctica de equilibrios y malabarismos era continua. Mientras se convocaba a “la tarea de hacer de España, una, grande y libre”, la Guerra Civil seguía sin liquidarse y se distinguía entre ‘auténticamente españoles’ y ‘antiespañoles’. Una vida social incoherente y delirante. El cinismo de los jerarcas era tan poderoso y difícil de imaginar que Arrese, poco antes de cesar en el cargo escribió a Franco que: “el 90 por ciento de los falangistas saben muy poco de la doctrina; para el 90 por ciento ser falangista consiste en guardar lleno de emoción el recuerdo de José Antonio, tener siempre a punto la camisa azul para los días de fervor patriótico y levantar el brazo gritando hasta enronquecer el ‘Arriba España’ de los buenos tiempos”.

Y en la carta de dimisión que Arrese se guardó bien de enviar, pero que sintió la necesidad de escribir, y que Thomàs ha reproducido del archivo de quien fuera jerarca falangista, anotó:

“Me ha dicho Su Excelencia que no podemos impregnar de doctrina a nuestras gentes cuando no sabemos qué posturas nos convendría adoptar; y que no me preocupe de que la ley salga falangista, porque las leyes no se hacen con miras a la permanencia, sino a la conveniencia de cada momento y si dentro de diez años no nos gusta, la cambiamos”. Huelgan comentarios.

En noviembre de 1944, y en reprobación a unas declaraciones de Franco a la Hoja del Lunes, se produjo una grave insubordinación de las Falanges Juveniles de Barcelona, cuyas actividades quedaron suspendidas después de que muchos de aquellos jóvenes rompieran sus carnets y arrancaran en sus locales los retratos de Franco, uno de los cuales fue blanco de carabinas de aire comprimido, tal como hizo constar por escrito el Servicio de Información e Investigación del partido.