Diego Carcedo-El Correo

  • La Dictadura, implacable como pocas, partió de una Guerra Civil que costó medio millón de vidas
Pedro Sánchez debe de estar convencido de que el recuerdo de Franco continúa siendo una fuente de votos para los partidos de izquierdas. Desde que llegó al poder, en el que tuvo que enfrentarse con muchos problemas, su recuerdo ha sido una constante, primero peleando por sacar sus restos del Valle de los Caídos, luego recurriendo a la parafernalia sobre su traslado y, todavía ahora, intentando rememorar su pésima memoria con motivo del cincuenta aniversario de su muerte.

Como la calle no es su lugar preferido para escuchar opiniones políticas, el presidente quizás no sepa que el recuerdo del último dictador continúa presente en la historia, pero ha caído en el olvido de la mayor parte de los españoles, entre la que se incluyen las generaciones que van cogiendo las riendas del país que ni siquiera habían nacido cuando falleció. Quizás entre los mayores de sesenta y tantos o setenta años que coincidieron con su etapa, se mantengan los recuerdos de la represión del régimen.

La Dictadura, implacable como pocas, partió de una Guerra Civil que costó medio millón de vidas y se prolongó en el tiempo con asesinatos, represión de las libertades y, algo no menos condenable, la división de la sociedad -como empieza a ocurrir de nuevo- que, lejos de evitar, el dictador estimulaba. Los que entonces lo sufrieron, a veces temen que algo similar esté amenazando en estos tiempos de democracia cuestionada. Es lógico que la memoria de Franco se rechace.

Era un dictador aislado que sólo se relacionaba con otros de su condición sádica como Trujillo o Salazar, a los que admiraba igual que ahora el Gobierno defiende y protege a Nicolás Maduro, quien en Venezuela también mata, encarcela y reprime a quienes discrepan de su satrapía Franco mantenía aislada a España. Bastaba echar un vistazo al pasaporte, donde se advertía a sus titulares que tenían prohibido viajar a decenas de países, al margen de su opción política, interés, cultural o económico a los que el régimen odiaba.

Uno de los países que producían más rechazo a Franco era Israel, que había conseguido su independencia después del holocausto nazi, con el que ni siquiera el hecho de que una parte de su población se enorgulleciera de su origen español, aceptó reconocerle la soberanía. Fue la democracia ya la que procedió a intercambiar embajadas y las mantuvo, aunque últimamente en precario. Algo que también está ocurriendo con Argelia, México o la propia Argentina.

Con Franco los medios de comunicación sufrían presiones, amenazas y censura, mientras la justicia, parte fundamental del Estado estaba sometida a las limitaciones de la Dictadura algo que recuerda aquel pasado cuando desde el poder se la acusa de interferencias políticas.

Sánchez acaba de anticipar una iniciativa con actos por todo el territorio nacional para recordar tan deplorables tiempos, aunque mejor sería hacerlo con elogios sobre la Constitución, tan admirada en el extranjero, lograda por una generación de políticos cuyos herederos ahora se insultan y ni se saludan, que afianzó esa democracia que disfrutamos, a pesar de que a veces se la cuestione y hasta se la critique. A los muertos, que nos ha dejado tan malos ejemplo, mejor permitir que se sigan olvidando.