Ignacio Varela-El Confidencial
Hubo un tiempo en que algo así provocó en el PSOE una bronca legendaria. Pero allí ya solo se escucha el silencio de los corderos
Mientras el Gobierno se muestra ya claramente disponible para renunciar a los Presupuestos sin convocar elecciones, Pablo Iglesias sigue luchando para que salgan adelante. Cada día se hace más visible que estos Presupuestos son políticamente mucho más importantes para Iglesias que para Sánchez.
El Gobierno no solo puede sobrevivir prorrogando los Presupuestos de Rajoy, sino que obtendría varias ventajas de ello:
Primero, ahorrarse un problema con Bruselas, que contempla el proyecto con manifiesto recelo.
Segundo, aliviarse del estrés de tener que freír al país a impuestos para conseguir los ingresos que compensen la millonada del gasto y la deuda.
Tercero, disponer de una coartada con la que justificar el incumplimiento de algunas de sus promesas más alocadas: no podemos hacerlo ahora porque no nos han dejado, habrá que esperar a que ganemos las elecciones.
Cuarto, ahorrarse también una penosa —y costosa— negociación con los nacionalistas, a los que puede culparse del fracaso y lucir lucir un poco de españolía.
Y lo más importante tácticamente: si las medidas más efectistas de los Presupuestos extraviados se sacan en sucesivos decretos leyes, las conquistas sociales serán el producto de la iniciativa del Gobierno y no de un pacto con Podemos. En vísperas de unas elecciones, no compartir las medallas es valiosísimo.
Precisamente por eso los Presupuestos son trascendentales para Iglesias. El eje de su estrategia es exhibir que tiene poderío para condicionar las decisiones del Gobierno y arrancarle medidas que, de otro modo, el PSOE no concedería. El acuerdo que firmó con Sánchez es la base de la campaña de Podemos para las elecciones de mayo, la prueba visible de las virtudes del cogobierno.
El eje de la estrategia de Igesias es exhibir que tiene poderío para condicionar las decisiones del Gobierno y arrancarle medidas
Si decaen los Presupuestos, aquel acuerdo con los dos logos a la par será papel mojado y Podemos regresará a un papel subalterno, obligado a arropar los decretos de Sánchez sin obtener gloria por ello.
En el medio plazo, Pablo Iglesias no oculta que su finalidad es solidificar lo que llama “el bloque de la moción de censura”. Se trata de conseguir que la confluencia de partidos que sirvió para derrocar a Rajoy —y que, mal que bien, viene sosteniendo a Sánchez— adquiera la estabilidad y consistencia necesarias para convertirse en mayoría de gobierno durante varias legislaturas.
El nuevo plan ya no es el sorpaso, sino crear un bloque político, compuesto por la versión sanchista del PSOE, Unidos Podemos con sus confluencias y todos los nacionalistas, llamado a controlar duraderamente cualquier ámbito de poder en el que no haya mayoría absoluta de la derecha.
La elecciones darían paso a un Gobierno de coalición del PSOE y Podemos, con respaldo estable de los nacionalistas catalanes y vascos. Con la estructura electoral de España, esa suma del socialismo, el populismo izquierdista y el nacionalismo será muy difícil de superar por un centro-derecha dividido y desplazado del poder en la mayor parte del territorio. Lo que virtualmente bloquearía el regreso de la derecha al gobierno durante largo tiempo.
La elecciones darían paso a un Gobierno de coalición del PSOE y Podemos, con respaldo estable de los nacionalistas catalanes y vascos
La cabecera formal de esa alianza correspondería a Sánchez, pero Podemos actuaría como pieza central y elemento vertebrador del bloque, además de imprescindible nexo de unión entre socialistas y nacionalistas. Con el tiempo y el ejercicio compartido del poder, no veríamos un sorpaso, sino el desdibujamiento progresivo de las fronteras entre las dos fuerzas de la izquierda para alumbrar una nueva criatura política, más o menos formalizada. Iglesias confía ciegamente (no sin motivo) en su mayor fortaleza ideológica y en el desvanecimiento histórico de la socialdemocracia europea para ser él quien termine marcando el rumbo.
Así pues, lo que nació como una circunstancial montonera de elementos dispares con el único fin de echar a Rajoy se transformaría en la base sustentadora del poder político en España (o en lo que quede de ella), dejando al PP y a Ciudadanos enfrascados en su particular competición por el liderazgo de la oposición —que es en lo que ambos están ya actualmente—.
Si todo esto les parece fantasioso, lean con atención la forma en que Iglesias desarrolla la idea del “bloque de la moción de censura”:
“En estos meses nos estamos jugando la dirección histórica de España, algo más importante que la legislatura. Este rumbo tiene que ver con que el Gobierno y nosotros sepamos que podemos entendernos en los próximos 10 años, y que podemos entendernos también con fuerzas políticas vascas y catalanas para afrontar debates de país, para discutir la dirección política de España”.
Para enfatizar la necesidad de esa operación, dibuja una alternativa terrorífica:
“Si la reacción se apodera del Estado, un PP y un Cs compitiendo con Vox por ocupar posiciones de extrema derecha convertirían nuestro Estado en algo equivalente a Turquía, un sistema de apariencia democrática en lo formal pero, en la práctica, con ataques sin escrúpulos a las libertades civiles. En España no solo habría presos políticos catalanes, sino que habría más presos políticos, y tendríamos que decir adiós a buena parte de las conquistas de la Transición. Albert Rivera y Pablo Casado no tendrían problema en convertirse en Bolsonaro”.
El caso es que Sánchez tiene un propósito, que es quedarse a vivir en La Moncloa al menos hasta 2030, cueste lo que cueste
(El mundo al revés: ahora resulta que el PSOE debe asociarse a Podemos y a los independentistas para proteger juntos… ¡las conquistas de la Transición!).
El caso es que Sánchez tiene un propósito, que es quedarse a vivir en La Moncloa al menos hasta 2030, cueste lo que cueste y nos cueste lo que nos cueste; Iglesias dispone de una estrategia que satisfaría durante algún tiempo esa ambición personal de Sánchez y cimentaría su propio proyecto de poder a medio plazo, y los nacionalistas necesitan interlocutores en Madrid más comprensivos con su causa que una derecha abrazada reactivamente al nacionalismo españolista. Con ese engrudo, se pretende encolar el armatoste.
Todo ello exige que se cumplan al menos tres condiciones: A) que Sánchez termine de domesticar al PSOE para que este digiera sin rechistar —como hasta ahora— un proyecto que va en contra de su historia y de su naturaleza: eso está ya muy avanzado; B) que se agudice aún más la polarización política, volando los puentes entre bloques y eliminando cualquier tentación de transversalidad: Casado y Rivera contribuyen a ello con entusiasmo digno de mejor causa, y C) que los independentistas catalanes no cometan otra locura como la del otoño pasado, pase lo que pase en el juicio: eso es lo más incierto.
Si todo eso ocurre, larga vida a Frankenstein. Hubo un tiempo en que algo así provocó en el PSOE una bronca legendaria. Pero allí ya solo se escucha el silencio de los corderos.