IGNACIO CAMACHO-ABC
Escuchar Traducir El cupo es inaceptable en abstracto pero el Estado no puede ahora extender el incendio nacionalista al tablero vasco
EN el terreno de los principios políticos, el cupo y el concierto vasco son inaceptables. El modelo español de solidaridad interterritorial chirría con la admisión de una foralidad heredera de privilegios carlistas y hasta medievales, que saca del reparto común de cargas a dos comunidades. Fue una concesión constitucional influida por la existencia de ETA y con la que se pretendía premiar al nacionalismo «bueno» por alejarse de la violencia y de la sangre, aunque la haya pagado con frecuentes deslealtades. Desaparecido el terrorismo, la franquicia se mantiene porque es conforme a la ley aunque ya no la entienda casi nadie.
En un sistema ex novo no habría modo de encajar hoy este beneficio desfasado contra el que el partido Ciudadanos ha levantado una bandera de combate. La posición de Rivera es teóricamente impecable, pero se sostiene, como otras que le resultan electoralmente muy rentables, en que su ausencia de responsabilidades de Gobierno le facilita la posibilidad de formular críticas sin involucrarse. Con la cuestión catalana abierta en canal, lo último que puede permitirse el Estado es la extensión del incendio nacionalista al tablero vasco. Debido a la escasa masa crítica de las dos autonomías favorecidas, la prerrogativa foral ha funcionado absorbida por el modelo fiscal sin demasiados estragos, por más que la infrafinanciación de otras regiones comienza a ensanchar el sentimiento de agravio. Sin embargo la política, como arte de lo posible, consiste a menudo en escoger el remedio menos malo. El apaciguamiento casi nunca es buena solución, pero cuando los problemas se acumulan conviene esforzarse en no aumentarlos.
El cupo y el concierto están en la Constitución, y mientras no se suprima la Disposición Adicional Primera sólo se puede discutir sobre su cálculo, que el PNV exprime a su favor haciendo valer ante el Gabinete de Rajoy su condición de inestable aliado. Los dirigentes de Cs lo saben y conocen también el peligroso efecto rebote que en este momento supondría la decisión de revisarlo: echar al monte a otro nacionalismo y provocar un nuevo conflicto territorial victimista en el momento menos adecuado. A la gente de Rivera le encantan ciertos brindis testimoniales que son vestigios de su inicial proyecto de reformismo adánico, aunque supongan, como le decía Di Stéfano a un portero torpón, meter en la portería balones que iban fuera del campo.
Sucede que la democracia española no es un régimen en construcción y hay que atenerse a sus reglas en tanto no se cambie el marco. Claro que se puede cambiar pero a día de hoy los resabios forales, sin duda injustos, desiguales e insolidarios, además de socialmente antipáticos, constituyen un derecho blindado. Y para suprimirlos, por mucha simpatía que suscite la idea, hace falta un proceso bastante más complejo, escarpado y largo que el simple y genérico repudio abstracto.