David Gistau-ABC
Si la socialdemocracia pega estos respingos es sólo porque ella no está acostumbrada
ASISTO estupefacto a la expresión de un malestar en los órganos socialdemócratas. En ese ámbito, que durante décadas manejó en monopolio los valores colectivos y concedió o negó credenciales de pertenencia a una democracia sobre la cual tenía sentido patrimonial, ha escocido ser motejados todos de «franquistas» por sus posiciones durante las turbulencias catalanas, cuerdas de presos incluidas. Que eso no puede ser, dice la socialdemocracia. Que la adjudicación de una naturaleza franquista es una villanía si lo que se pretende es desacreditar a un adversario hasta conseguir su liquidación civil. Para defenderse de esta agresión que la tiene desconcertada porque jamás supuso que pasaría por franquista, la socialdemocracia ha llegado a editorializar sobre la conjetura de que Franco podría llevar muerto desde 1975. Sí, el mismo Franco que, durante la Guerra Civil retrospectiva de Zapatero, fue puesto en averiguación de paradero, y poco menos que en un cartel de «Wanted», por Baltasar Garzón. Ese Franco.
Tom Wolfe se refirió a la palabra «fascista» como una pistola láser universal que permitía fulminar rivales políticos o intelectuales a mansalva. ¿Que estabas perdiendo un debate o una elección? La desenfundabas, disparabas y el antagonista se quedaba como uno de esos moldes humanos de Pompeya. En España, fue tal el abuso de la pistola láser que llegado un momento, si uno vivía extramuros de la socialdemocracia, llevar adosada la palabra fascista/franquista/facha era un simple gaje del oficio. De hecho, si la socialdemocracia pega estos respingos es sólo porque ella no está acostumbrada. Porque sólo ahora que Podemos y el independentismo han metido la radicalidad en el eje vertebral de la izquierda, en la que antaño era hegemónica la socialdemocracia, ha empezado a notar abrasiones en la espalda, munición láser que le pasa rozando, adjetivos franquistas que les entran por las ventanas como proyectiles, poniendo redacciones enteras cuerpo a tierra.
Antes, la pistola la empuñaba la socialdemocracia. Menuda balacera. Para moldear la sociedad ideal con las prerrogativas fundadoras de la Transición, la socialdemocracia hizo, en dimensiones masivas, exactamente aquello de lo que ahora se queja: usar el término franquista para liquidar a todo cuanto respirara a su derecha. Qué tiempos, los de los «herederos directos de los asesinos de Lorca», calificación en la que eran concentrados, como entre alambradas morales, todos los disidentes del gauchismo divino. Se disparó la pistola con tal profusión que a veces se ametrallaba ciudades enteras, como Madrid, la «ciudadela de la extrema derecha», que fue baleada con el término franquista como cuando en las películas de gángsteres sacan la metralleta Thompson por la ventanilla del coche.
Aparte de la rehabilitación constitucional de la pertenencia a España, he aquí otro aprendizaje que la socialdemocracia saca de esta crisis: está feo llamar facha a todo el que no te gusta. Aplíquese el cuento.