En el corto tiempo de dos meses vamos a tener en España tres elecciones sucesivas, dos de ámbito autonómico y una de dimensión europea. El 21 de abril en el País Vasco, el 12 de mayo en Cataluña y el 9 de junio en toda España como circunscripción única para votar a nuestros representantes en el parlamento comunitario, los españoles serán llamados a las urnas. El hecho de que los dos comicios autonómicos tengan lugar en las dos Comunidades donde el nacionalismo secesionista es hegemónico presta un especial dramatismo a estos acontecimientos y en lo que se refiere a las europeas, van a reflejar hasta qué punto el sanchismo, ese proyecto de destrucción de la Nación, ha perdido apoyos por sus continuos atropellos al Estado de Derecho, su alianza perversa con los enemigos del legado de la Transición que prometió mendazmente preservar, su ruinosa actuación en la esfera económica y su “wokismo” incontinente.
La estrategia de los partidos separatistas en el País Vasco y en Cataluña va a ser distinta por lo que se puede inferir de las respectivas precampañas. En el primero tanto Bildu como el PNV ponen sordina a su objetivo final de liquidar la unidad nacional y la Constitución de 1978 y tratan de centrar sus argumentos en asuntos más prosaicos de orden práctico directamente vinculados a la gestión por un motivo fundamental: la opción soberanista es ya claramente minoritaria en la sociedad vasca y las consecuencias palpablemente negativas del procés catalán han servido de aviso tanto a los herederos de ETA como a los de Sabino Arana. El desastre en el que ha desembocado el intento de golpe de 2017 por parte de los nacionalistas catalanes ha sido percibido por la sociedad vasca como un error monumental y, dado que su nivel de autogobierno está ya muy cerca de la fórmula del estado libre asociado, prefieren no arriesgar con una senda rupturista lo que están consiguiendo de manera gradual y sin apenas traumas. En el Euskadi Buru Batzar hace muchos años que se ajustan al refrán ruso que dice “Si corres muy rápido, alcanzarás la desgracia, si te mueves muy despacio la desgracia te alcanzará”. En la segunda, en cambio, Junts y ERC intensifican sus demandas inconstitucionales de financiación “singular” -contraria al principio de solidaridad interterritorial consagrado en nuestra Ley de leyes- y de celebración de un referéndum de autodeterminación, con el matiz de que los seguidores de Junqueras lo pretenden pactado con el Gobierno central y acogido sin ninguna base al artículo 92 de la Constitución y los de Puigdemont amenazan con la vía unilateral si Sánchez no se aviene a sus exigencias.
Si el PP concentra sus mensajes en la cuestión identitaria, oponiendo en el plano de los instintos viscerales un nacionalismo español esencialista a un nacionalismo local igualmente agresivo será presa de la trampa de sus adversarios
Ante este panorama, las fuerzas leales al orden constitucional y a la preservación de la cohesión nacional deben diseñar una oferta a los electorados vasco y catalán que supere la barrera de la adhesión emocional, acrítica e irracional, de un gran número de votantes en estos dos territorios al nacionalismo antiespañol. Si el PP orilla la cuestión identitaria e intenta atraer a antiguos votantes socialistas, peneuvistas y catalanistas sentimentales, pero no fanáticos, con un planteamiento pragmático enfocado a lo que llaman “los problemas reales de la gente”, muy probablemente no consiga horadar la muralla de prejuicios y mentiras erigida por los nacionalistas durante décadas gracias a su control de la educación y de los medios de comunicación. Si concentra sus mensajes en la cuestión identitaria, oponiendo en el plano de los instintos viscerales un nacionalismo español esencialista a un nacionalismo local igualmente agresivo será presa de la trampa de sus adversarios, situando el debate en un espacio en el que éstos se sienten muy cómodos y en el que disponen de instrumentos extraordinariamente poderosos de movilización.
Por consiguiente, se trata de articular un conjunto de propuestas que alcancen un cuidadoso equilibrio entre estas dos posturas extremas. Por un lado, han de poner de relieve los enormes perjuicios económicos y sociales que la causa divisiva, irrealizable y potencialmente violenta del nacionalismo identitario ha traído y trae a los ciudadanos catalanes y la degradación moral que representa una noción de vasquismo asociada al crimen que, aunque ya no mata ni mutila ni extorsiona, propugna un modelo de sociedad en el que la libertad, la prosperidad e incluso la seguridad física peligrarían hasta cotas inquietantes. Por otro, han de apelar a la tupida red de afectos y vínculos materiales que cinco siglos de historia han creado entre catalanes, vascos y el resto de los españoles, cuyo desgarramiento redundaría en un irreparable daño para todos en la capacidad de crear riqueza y de influir en el mundo.
Particularismos irredentos
Una combinación, pues, de motivaciones para el cerebro y para el corazón que traspase la coraza de fanatismo, odio y frustración que blinda a los particularismos irredentos frente a una concepción racional de la vida en común y al mantenimiento de lazos de unión éticamente superiores que redundan en beneficio general. Ojalá los candidatos constitucionalistas y saludable e ilustradamente patriotas acierten en esta ocasión y el desaprensivo sanchismo y sus tóxicos aliados reciban un golpe del que no se puedan reponer.