FERNANDO REINARES / Investigador de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano, EL CORREO – 11/09/14
· Es necesaria una alianza internacional con mayor legitimación y un plan que vaya más allá de lo militar y que incorpore a más países del mundo islámico.
El denominado Estado Islámico (EI) es una organización yihadista que, desde su separación de Al-Qaida hace casi año y medio, se ha convertido en una amenaza para la estabilidad y la convivencia en Irak más formidable aún de cuanto ya lo era hasta entonces. Ha conseguido imponer su control sobre extensas franjas de dicho país e igualmente de Siria, constituyendo un dominio fundamentalista que presenta desde el pasado mes de junio como nuevo califato. Es partir de este dominio como el EI proyecta su amenaza, a la vez terrorista y genocida, hacia los restantes territorios de esos países y otros de Oriente Medio como Jordania o Líbano. Sin olvidar algunos de la misma región tan social y políticamente dispares como Turquía, Israel, Irán o Arabia Saudí.
Además, los varios miles de militantes que el EI ha logrado captar en el norte de África son una amenaza para sus países de procedencia, como Marruecos o Argelia. Amenaza que en Túnez o Libia se combina con la existencia en esos casos de activas entidades yihadistas cuyos dirigentes se han alineado con aquella primera, convertida en núcleo de una nueva urdimbre de terrorismo internacional. Pero el EI ha reclutado miles de jóvenes musulmanes en otras áreas, dentro y fuera del mundo islámico. Esta movilización yihadista ha afectado considerablemente, en Occidente, a países europeos como Francia, Reino Unido, Alemania, Bélgica o Países Bajos. España no ha quedado al margen de la misma ni permanece ajena a sus implicaciones.
En suma, el EI se configura no solo como una amenaza para la existencia misma de los dos países a buena parte de cuya población está ya sometiendo, sino para la paz y la estabilidad de una entera región geopolítica, al tiempo que ha adquirido una dimensión global. Es una amenaza, por cierto, que se añade y no sustituye a la relacionada con Al-Qaida. El EI y Al-Qaida comparten ideología y objetivos pero difieren parcialmente en estrategia y medios. Ahora compiten por la hegemonía del yihadismo global. Aun cuando quepa suponer que la prioridad del EI es consolidarse y expandirse, es verosímil que, en el contexto de esa rivalidad intrayihadista, sus líderes aspiren a exhibir capacidad para perpetrar atentados espectaculares en nuestras sociedades abiertas.
Al EI hay que combatirlo dentro y fuera de donde ha logrado imponer su dominio. Ocurre que, en Irak, la necesaria respuesta militar no está al alcance de sus fuerzas de seguridad, motivo por el cual requieren asistencia externa. En Siria la situación no es menos complicada, al hallarse el país inmerso en una contienda armada entre gobierno y oposición que concita serias desavenencias en la comunidad internacional. Así las cosas, a Estados Unidos compete la responsabilidad de tomar la iniciativa, pues tanto la invasión de Irak en 2003, justificada con argumentos falaces sobre terrorismo y armas químicas, como el modo en que se desarrolló su ocupación y la manera en que las tropas norteamericanas lo abandonaron en 2011 tienen mucho que ver con la actual situación.
Estados Unidos está bombardeando posiciones del EI desde hace semanas. Consciente de que ello solo puede contener temporalmente el avance de los yihadistas, el presidente Barack Obama aprovechó la reciente reunión de la OTAN los días 4 y 5 de septiembre en Cardiff para promover una coalición multinacional frente al EI. Entre los diez países que forman la base de esa coalición figuran Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Dinamarca, Polonia, Canadá, Australia y Turquía. España, que el 11M fue escenario de los más letales atentados yihadistas conocidos en Europa occidental y ha continuado siendo blanco de esa misma amenaza terrorista, debería en mi opinión haber quedado incluida en ese núcleo político de acción colectiva frente al EI.
En cualquier caso, degradar y destruir al EI requiere una alianza internacional con mayor legitimación y un plan que vaya más allá de lo militar. Para que esa coalición incremente su legitimación ha de incorporar más países del mundo islámico, superando las rivalidades entre algunos cuya participación resultaría especialmente útil. La paradoja es que entre estos habría sultanatos como Catar o Kuwait, que pueden ser parte de la solución precisamente porque también han sido parte del problema. Entre otras razones debido a que, además de hacer frente al EI con medios militares, es imperativo que una coalición internacional contra esa organización yihadista incida sobre, por ejemplo, sus flujos de financiación y sus mecanismos de propaganda.
En el mundo occidental en general y en el espacio europeo en particular, cada país afectado ha de hacer frente al EI en el marco de sus respectivas estrategias nacionales antiterroristas y de una eficaz cooperación intergubernamental extensiva a terceros concernidos. Abordar la radicalización y el reclutamiento asociados al EI requiere una adecuada acción policial y que las autoridades judiciales tengan un entendimiento actualizado del fenómeno. Esa organización intentará antes o después materializar sus amenazas contra las sociedades abiertas utilizando militantes captados en el seno de nuestras comunidades musulmanas, lo que también exige que éstas se impliquen decididamente en deslegitimar al EI y prevenir el terrorismo yihadista.
FERNANDO REINARES / Investigador de terrorismo internacional en el Real Instituto Elcano, EL CORREO – 11/09/14