JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • Sólo una actitud éticamente exigente hará que la Izquierda Abertzale rompa de manera efectiva con un pasado lastrado de vicios incompatibles con la democracia

No he salido aún del asombro que me produjeron las eufóricas reacciones que provocó la ‘Declaración del Dieciocho de Octubre’ leída por Otegi frente al palacio de Aiete. «Históricas», «hito sin precedente», «punto de inflexión» fueron algunas de las entusiásticas loas que merecieron. Medio hubo que les regaló un titular en primera que quedará para la Historia: «Otegi rompe con ETA en nombre de la Izquierda Abertzale». Poco tiempo hizo falta para que las loas se revelaran exageradas. No habían pasado veinticuatro horas cuando la diligencia profesional de este diario desbarató su supuesta trascendencia, al revelar el contenido de la charla que el dirigente independentista tuvo ante la militancia de Eibar la tarde del día de autos. Si lo de presos por presupuestos era baladronada, ¿por qué lo de las víctimas no sería impostura? De líder de la innovación y la ruptura Otegi pasó a ser el portero que deslumbra con pintureras palomitas antes de perpetrar la cantada que da la victoria al adversario. La declaración de Aiete adquirió así el tono funcionarial y burocrático del político que, falto de empatía, engola la voz y engalana la escena para dar emotiva solemnidad a lo que no es sino banalidad. Lo triste es que utilizara a quienes decía querer llorar.

En realidad, no habría hecho falta la revelación de este diario para percatarse de que las eufóricas alabanzas no se ajustaban a los hechos, sino que reflejaban la falta de rigor profesional o el interés partidista de quienes las pronunciaron. Habría bastado la memoria. Y es que lo que dijo Otegi no es que no fuera rompedor; sino que ni siquiera era nuevo. Se trataba de un mero calco de lo que había dicho ya, tres años antes, quien, por lo visto, aún sigue mandando en plaza. «ETA reconoce la responsabilidad directa que ha adquirido en ese dolor y desea manifestar que nada de ello debió producirse jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo». ¿Les suena? Son las palabras que la Organización escribió en un texto de 2018 titulado: «ETA al Pueblo Vasco. Declaración sobre el daño causado». Otegi simplemente ejerció de disciplinado alumno que escribe al dictado o calca la plantilla que ha preparado el maestro.

Y esto es lo relevante. No es que Otegi carezca de ingenio para expresar lo que piensa en sus propias palabras. Es sólo que no le está permitido salirse del guion que otros han escrito y nadie puede saltarse. «Hasta aquí puedo leer», podía haber añadido. Prueba de ello es la obstinada negativa de la Izquierda Abertzale a utilizar, respecto de la violencia de ETA, el término «condena». Ni siquiera el jueves en la Cámara vasca cedieron a la extrema presión que están soportando. Hay tabúes que, allá por el inicio de esta nueva era sin actividad terrorista, quienes decidieron dar ésta por acabada se conjuraron en respetar y hacer respetar. La empecinada negativa a admitir el error de lo hecho y la injusticia del daño causado es el principal. Y Otegi, por su propia trayectoria, es el guardián más celoso y la figura más emblemática de esa continuidad con el pasado que, mientras él esté al frente, nadie osará quebrar. No es para nada casual que hayan sido más los miembros de la banda armada que de la organización civil los que han roto el tabú y desafiado la conjura. El desafío supone arrastrar un estigma de ‘traidor’ que sólo los más aguerridos están dispuestos a afrontar con gallardía.

Frente a tales hechos, si como tales se aceptan, resulta del todo improcedente y contraproducente la ingenua o interesada obsequiosidad con que sectores de la política y la información -o de la opinión pública, en general- dan por buenas e innovadoras las estratagemas que la Izquierda Abertzale tan ducha es en manejar en la normalidad del ejercicio político a la que hace tan poco tiempo se ha incorporado. Sin caer en el extremo opuesto, igualmente criticable, de negar todo lo que de bueno y nuevo ha supuesto el fin de la actividad terrorista de la banda, así como la asunción por parte de la Izquierda Abertzale de la exclusividad de los métodos pacíficos y democráticos en la actividad política, sólo una actitud ética y políticamente exigente podrá conseguir que se produzca en el seno de aquélla una ruptura real y efectiva respecto de un pasado que nos llega lastrado de vicios incompatibles con los valores democráticos. Y apelar a los execrables excesos y abusos del Estado, por verdaderos que sean y no reconocidos ni depurados que estén, suena, a estas alturas, más a excusa que a justificación.