Editorial, ABC, 12/9/12
EL nacionalismo catalán, junto con una parte del socialismo, hizo ayer en Barcelona una exhibición de fuerza soberanista con motivo de la Diada, demostrando que la política de crispación, enfrentamiento y victimismo apadrinada por el Gobierno de la Generalitat está dando resultados. Frente a la crisis económica y el desplome de los servicios públicos, el nacionalismo catalán ha marcado al resto de España como el responsable de sus males. La visceralidad del mensaje ha empezado a calar porque siempre es un alivio encontrar un culpable –España– y una solución ficticia –la independencia–. Tres décadas de política nacionalista –sea con gobiernos nacionalistas o socialistas–, una inmersión absoluta de la sociedad catalana en el dictado del nacionalismo y unas cotas de autonomía que superan el listón del federalismo más radical no son argumentos bastantes para desbaratar el permanente engaño nacionalista de que España tiene la culpa de todo. Ahora, el engaño se llama pacto fiscal. Antes era el nuevo Estatuto, hasta que el Tribunal Constitucional lo declaró inconstitucional en su esencia soberanista.
El desafío nacionalista ha añadido el agravante de que ha radicalizado a la sociedad catalana, sumiéndola en una dinámica segregacionista frente a la que es necesaria una respuesta constitucional y política a cargo del Gobierno de Mariano Rajoy, quien ayer afirmó que «si en algún momento de la historia de España ha sido importante trabajar juntos, es ahora». No «ahora» a causa de la crisis, sino siempre, y es necesario un «no» claro y rotundo al pacto fiscal soberanista que pide Artur Mas, porque es un ariete contra la solidaridad y un mensaje destructivo a Europa.
Es conveniente para el interés nacional de España que tanto el Partido Popular como, especialmente, el PSOE –corresponsable de esta crisis nacionalista por su gestión en el tripartito del «Pacto del Tinell»– no dejen espacio a la ambigüedad, rechacen el desafío del nacionalismo catalán y no teman su enfado ni sus amenazas de ruptura. En Cataluña hay un porcentaje de abstencionistas que no secundan las propuestas del nacionalismo y tampoco encuentran un mensaje político alternativo con suficiente capacidad de atracción. El reto de los partidos nacionales es comportarse ante ellos como tales. No arreglarán nada, ni moderarán al nacionalismo con la misma política de apaciguamiento que no ha servido para ganarse su lealtad a la Constitución que ha dado a Cataluña una cota inédita de autogobierno.
Editorial, ABC, 12/9/12