ABC 26/10/15
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Cualquier fórmula distinta a un pacto PP-Ciudadanos o una «gran coalición» sería un suicidio para España
LO mejor de las encuestas de intención de voto conocidas hasta ahora es que otorgan un papel muy secundario a los partidos nacionalistas de larga tradición desleal con la Constitución y con España. Un papel irrelevante, de hecho, si las fuerzas mayoritarias optan por constituir una alianza entre dos en vez de armar un frente amplio sin otro propósito común que el de apear del poder al vencedor en las urnas. De esta decisión trascendente dependerá mucho más que el color del gobierno llamado a encabezar una legislatura seguramente corta, toda vez que en los meses por venir vamos a jugarnos a una carta el futuro de esta Nación y hasta su propia existencia.
Si el escrutinio de las generales confirma lo que auguran los sondeos y apuntan los comicios celebrados hasta ahora, el PP ganará con una ventaja holgada sobre el PSOE, que a su vez obtendrá un número de diputados muy cercano al doble de los conseguidos por Ciudadanos. En cifras redondas, 125, 100 y 55 podría ser el número aproximado de escaños atribuibles a cada uno de estos grupos. A bastante distancia se situaría Podemos, con unos 40 asientos. Todo lo demás sería calderilla. Flecos representativos de distintas sensibilidades respetables en términos democráticos, aunque carentes de poder para condicionar las graves decisiones políticas que han de tomarse sin tardanza.
A partir de estos datos, pura aritmética parlamentaria, los dirigentes de los partidos elaboran ya planes destinados a ponerse en marcha en cuanto finalice el recuento. Naturalmente, metidos en campaña electoral, ninguno muestra ahora su juego. La estrategia popular pasa por azuzar el miedo de su electorado insistiendo en que solo la mayoría absoluta garantiza otro mandato a Rajoy, dado que sus adversarios tienen ya cerrado un acuerdo a varias bandas destinado a desbancarle. Tal acuerdo, hasta la fecha, no existe. Los socialistas juran que no pactarán ni con populistas ni con populares, tratando de hacernos olvidar que hace apenas cinco meses se entendieron con Iglesias en todos los ayuntamientos y autonomías donde la suma de sus respectivas fuerzas hacía posible el apaño. Ciudadanos da una de cal y otra de arena aferrándose a la pretensión de ganar y negándose a proporcionar pistas que permitan a sus votantes atisbar hacia dónde inclinará el pulgar Rivera cuando llegue la hora de accionar la bisagra. En cuanto a los coletudos, respaldarán por acción u omisión cualquier opción que expulse al PP de La Moncloa. La que sea, por más que finjan creer que aspiran a mandar ellos.
Hasta aquí el argumentario oficial. A micrófono apagado, no obstante, las apuestas que se hacen son otras. Los partidos responsables, PP, Cds y PSOE (al menos en su mayor parte) son conscientes del riesgo inherente a experimentar con coaliciones eclécticas, máxime si en aras de arañar votos tuvieran que albergar en ellas a fuerzas declaradamente hostiles a España y su integridad. Los mensajes que les llegan desde la empresa y las finanzas son inequívocos: nos jugamos la recuperación económica y con ella la permanencia en la primera división europea. La posición de nuestros socios internacionales, figuras emblemáticas de las democracias occidentales, es declaradamente favorable a un gobierno estable, fiable, previsible. Así las cosas, dos son las alternativas que se presentan como más probables: Una alianza entre el PP y Ciudadanos, tejida a base de múltiples cesiones mutuas, o una «gran coalición» PP-PSOE, cerrada por ambos con la nariz tapada, quién sabe si previa defenestración de Sánchez. Cualquier otra fórmula equivaldría a un suicidio y ellos lo saben.