Frentismo a machamartillo

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Nunca desde la Transición se han dado en España circunstancias más propicias para restablecer un consenso bipartidista

Un tipo tan anodino como Pere Aragonés le dio la semana pasada una soberana lección a Pedro Sánchez. Muy sencilla, además: los socios de coalición se le habían puesto chulos y sin pensarlo dos veces decidió fulminar al vicepresidente, un tal Puigneró, que obedece las consignas de Puigdemont y actúa como delegado de sus intereses. Y no pasó nada ni hubo, al menos por ahora, ruptura del Gabinete. Junts, el partido que ha convertido los restos de Convergencia en un batiburrillo de tarugos y fanáticos, se tienta la ropa antes de abandonar un poder que le permite colocar un buen número de altos cargos y ha remitido la decisión a una consulta de afiliados. Si al final se marcha, ERC tiene recambio. Los socialistas y tal vez Colau se prestarán gustosos a reproducir en Cataluña el pacto que mantienen con el independentismo de izquierdas a escala de Estado.

El gesto de Aragonés, un simple vicario de Junqueras, demuestra indirectamente que Sánchez no rompe con Podemos –y con la propia Esquerra y Bildu– porque no pueda, sino porque no se atreve. O más bien porque no quiere. Prefiere seguir uncido a los radicales a costa de tragarse unas exigencias impopulares que están volviendo su reelección muy improbable. No ha contemplado nunca una opción distinta a la alianza Frankenstein. Es su modelo, el que tiene desde el principio en la cabeza, el que provocó su defenestración interna, y a él se aferra contra el viento del creciente rechazo de la calle y la marea de las encuestas. Irá hasta el final con su idea de presentarse como adalid de una supuesta mayoría social contra la derecha. Por eso transige con los caprichos de los títeres de Iglesias e incluso les copia las propuestas. Por eso distrae las promesas de gasto en Defensa que asumió ante las instituciones europeas. Por eso rehúsa un acuerdo de Estado sobre la inflación y la crisis energética. Por eso desdeña las medidas de alivio fiscal que hasta sus ‘barones’ autonómicos le ruegan.

Nunca desde la Transición se han dado en España circunstancias más propicias para restablecer un consenso bipartidista. Primero la pandemia y luego la guerra de Ucrania constituyen emergencias críticas que necesitan remedios transversales al margen del maximalismo de la ideología. Ambas catástrofes consecutivas han generado en la opinión pública un clima favorable a la unidad y al entendimiento, una demanda de tregua política a la que el presidente responde exacerbando la confrontación banderiza y atándose a las fuerzas más extremistas. La ruptura con el separatismo o la expulsión de Podemos del Gobierno serían bien recibidas en sus filas, cuyos dirigentes regionales temen recibir en primera línea el castigo que los sondeos pronostican. Vana y tardía esperanza: el sanchismo se ha cerrado a sí mismo la alternativa digna. Y su líder lo arrastra al fracaso mientras allana en Bruselas su camino de salida.