Juan Carlos Girauta-ABC
- «Si el Gobierno sigue así, pronto podremos hablar de dictadura sin adjetivos; el Frente progre y separatista que manda ya no tendrá que preocuparse siquiera de las apariencias. Quiero decir que se podrán ahorrar ese fraude de fraudes que consiste en implantar una dictadura bajo el disfraz de preceptos constitucionales que son retorcidos hasta lo grotesco»
«Desinformación» es un concepto caprichoso. Casi todo lo que difundieron en su día el gobierno y los medios del Régimen sobre el Covid fue estricta desinformación. Los listos dirán que muchas cosas solo se saben ahora. Pero lo cierto es que Simonilla desalentó el uso de mascarillas por razones espurias, como él mismo reconoció y yo no me cansaré de recordar. Tan cierto como que en el programa de Íker Jiménez se ofreció -¡a priori!- información verdadera sobre el riesgo de contagio por aerosoles, entre otras aportaciones relevantes para la salud pública.
Como el propio periodista ha apuntado, de haber estado entonces vigente la censura de Sánchez y Redondo, los que estaban en lo cierto habrían sido acusados de desinformar.
Su trabajo, que merece nuestro reconocimiento, habría resultado estéril al no poderse difundir sus conclusiones. Todo en beneficio del consumo único de datos oficiales falsos. En un nuevo y decisivo paso hacia la dictadura constitucional, los troleros oficiales dispondrán de exclusividad. Y nos dirán la verdad solo cuando les convenga. Iván Redondo, Maquiavelo de todo a cien, Rasputín de feria, será el juez.
Lo primero que acude a la parte jurídico-político de mi cerebro es que, si el Gobierno sigue así, pronto podremos hablar de dictadura sin adjetivos; el Frente progre y separatista que manda ya no tendrá que preocuparse siquiera de las apariencias. Quiero decir que se podrán ahorrar ese fraude de fraudes que consiste en implantar una dictadura bajo el disfraz de preceptos constitucionales que son retorcidos hasta lo grotesco. Hay un momento en el crecimiento del monstruo en el que disimular deja de ser necesario, en que la cara fea y brutal del decisionismo schmittiano asoma con su luz mortecina y ocupa el horizonte de lo público: Lo aprobado es válido porque lo hemos aprobado nosotros, y en concreto Sánchez. No ha lugar a ulterior explicación.
Ese líder que exuda Derecho, aquel que posee la única interpretación relevante de la Constitución, es un fruto tardío de la lógica jurídica que sembró el mal sobre la tierra, lo cultivó y lo cosecho en una recolección de muerte y odio y deshumanización tal que algún filósofo vio imposible la existencia de poesía a partir de entonces. Otros vieron ahí la muerte de Dios. Carl Schmitt y su fúnebre brillo poseyeron primero a los nacionalistas catalanes y ahora han tomado al Frente que gobierna España. En ambos casos, estoy convencido, sin la menor conciencia de los poseídos, que saben del gran jurista nazi lo mismo que de Leucipo de Mileto. Con la excepción, quizá, de Pablo Iglesias.
Hay otro gran ascendiente cultural -inconsciente o no- que ha sido apuntado con profusión: el de Orwell y su 1984. Lo que es verdad o no lo decide el Frente, la neolengua avanza recortando el léxico, depurando o invirtiendo significados, etc. Podríamos invocar otras distopías pero corremos el riesgo de embellecer una catástrofe, y acaso sea mejor que eso lo hagan los españoles del futuro. Si es que hay un futuro para España. Porque a nosotros, que nos toca vivirlo, lo que nos conviene es hacer lo necesario. Y eso empieza por no engañarse.
Verá usted gente muy importante comportándose como si no sucediera nada especial. No crea en las apariencias. Cuanto más importantes, cuantos más intereses manejan, cuanto más altas sean sus responsabilidades, más aterrorizados están por la deriva autoritaria del gobierno del Frente. Saben, de entrada, que si no comulgan con la atomizada doctrina única, deben mentir. Porque si se les ocurriera no ya negar, sino matizar alguno de los nuevos dogmas, estarían civilmente muertos. Bastaría con celebrar que la humanidad esté dañando cada vez menos el medio ambiente, estadísticas en mano. O con explicitar la evidencia de que el sexo no es construcción social sino determinación biológica. O, fuera de aquí, con condenar la violencia de Black Lives Matter, con recordar que lo lideran unas señoras comunistas. Esa gente importante tiene miedo, salvo algunos inconscientes que se creen la doctrina porque no han abierto un libro en su vida. Si acaso el de Greta Thumberg.
Así que empiece a contemplar el mundo que le rodea tomando en consideración esos asuntos que se suelen obviar. Considere, por ejemplo, que hay enormes compañías españolas que necesitan como el agua agarrar un trozo de la tarta de los fondos europeos, bien porque el pulmón financiero les falla, bien porque su negocio financiero está dejando de ser negocio. Luego tenga en cuenta que oponerse a regímenes autoritarios, como el que se está fraguando aquí, siempre conlleva un riesgo personal, profesional, familiar. Te pueden hacer el vacío, te pueden cerrar puertas, uno nunca sabe. Los que vimos al establishment del franquismo despertarse un día demócratas, o a su importante vertiente catalana convertidos en nacionalistas de toda la vida, sabemos algo de esas bajezas de la condición humana. Y conste que la bajeza no es sobrevivir, sino sobreactuar.
Sepa que, según los caminos que tome, topará con una Fiscalía sometida por estricta jerarquía a una componente del Frente. Que el Frente planea el control absoluto del gobierno de los jueces. Que por decisión del Frente ha perdido el castellano sus últimos atributos de lengua oficial de España. Que en el Frente medran los epígonos de la ETA. Antes de que usted considere todas estas circunstancias, esa operación la han hecho también los partidos de la llamada oposición, que eran tres. El tercero se ha rendido y el primero se niega a aceptar la realidad. Pero cada uno de nosotros puede y debe defender la libertad.