JORGE BUSTOS-EL MUNDO
En España no califica el programa sino las compañías, y Roldán no ha aguantado la de Vox
Nadie se irá del PSOE por los pactos con Bildu como se ha ido Toni Roldán de Cs por entenderse con Vox. Del enfado del marianismo con Casado tras su giro conservador solo supimos por una filtración periodística. El bipartidismo lleva años sin que uno de los suyos lave los trapos sucios en público. Pero precisamente ese superior nivel de exigencia justificó el nacimiento y la expansión de un nuevo partido de centro reformista, que soñó con la pureza como todos los adolescentes. El problema de la virginidad en política es que mantenerla demasiado tiempo lo único que consigue es aumentar la expectativa de su pérdida. Y cuando sucede, apareces en la portada de todas las revistas.
Roldán se ha subido a un atril y ha hecho lo único que jamás hace un político profesional: soltar todo lo que lleva dentro. La cruda honestidad de su discurso de despedida demuestra, de hecho, que él entró en Cs sin que la mentalidad de partido llegara a entrar en él. Es de los muy pocos que estaba en el hemiciclo perdiendo dinero y un brillante futuro en la universidad o la empresa. No necesita el sillón: se va porque se niega a seguir tragando los sapos de la estrategia de competición por la derecha. Es verdad que ya se los tragó cuando votó a favor del veto a Sánchez en la Ejecutiva, y que estuvo en Colón –de donde salió con mal cuerpo, como la mayoría de dirigentes de Cs–, y que contribuyó decisivamente a armar el Gobierno de la Junta de Andalucía que acaba de aprobar unos buenos presupuestos con el apoyo de Vox, mucho más barato de lo esperado. Pero se ha imaginado cuatro años –¿ocho?– de oposición al sanchismo desde el flanco derecho y no ha podido resistirlo. «Al final uno se tiene que poder reconocer en el espejo cada mañana», explicaba el hoy ex diputado a quien le preguntaba por los rumores de su inminente salida.
Roldán no se ha ido en silencio sino dando un portazo. El académico de la London School contra el político de raza callejera que es Rivera, cuyo blindado liderazgo es incompatible con veleidades deliberativas de campus. El líder de Cs trabaja con votos, y su rumbo fue premiado con 57 escaños hace dos meses, pero Roldán trabaja con ideas y no puede asumir el coste reputacional de una foto con Abascal. No le ha importado que el momento y el tono de su adiós agraven la crisis de Cs: si su aldabonazo no sirve para abrir la vía de la negociación con Sánchez, al menos él dejará de pagar los peajes de una carretera de dos únicos sentidos en la que no cree.
La cuerda se rompió por donde tenía que romperse. Roldán nunca abjuró de su cuna progresista. Ha recibido presiones ajenas a otros compañeros que hoy están dolidos con él. A ninguno le gusta Vox, pero tampoco se engañan respecto de Sánchez, que nada ha hecho por contar con Cs salvo para una abstención gratuita. En el partido lamentan el creciente aislamiento del líder: dicen que ya no hace equipo como antes ni responde a mensajes, sobre todo si encierran una crítica. Pero también hay decepción con Roldán, cuyo discurso parecía dirigido a un grupo de extraños más que a cofrades de penas y alegrías.
Decir que en política el talento está peor recompensado que la docilidad no solo es un tópico de tertulia, sino una vieja ley de hierro que enunció Michels para describir la tendencia natural de los partidos a la oligarquía. Con los años uno asume que solo los partidos pueden cambiar algo las cosas, y que a veces hay más responsabilidad en la aceptación de una militancia pragmática que en el placer solitario de tener razón. Los que siguen en Cs aguantan las inevitables contradicciones porque aún creen que su trabajo puede mejorar la sociedad. Sin un Rivera no hay roldanes que valgan, y en el partido lo saben. Por eso el adiós de Roldán, tras la sorpresa y la zozobra, acabará aglutinando a los que se quedan a pie de trinchera, soportando el fuego.
La nave naranja presenta vías de agua, pero mantendrá el rumbo: pactos autonómicos por la derecha y negativa a facilitar la investidura de Sánchez. Si de lo que se trata es de cumplir el compromiso electoral, esa estrategia sigue siendo la acertada porque a Cs hace tiempo que lo vota clase media ex PP y no un puñado de selectos editores de sir Isaiah Berlin. Pero Rivera podría haberse ahorrado la desmoralización de la tropa explicándose mejor. Le han votado para oponerse a Sánchez pero su partido está siendo bombardeado sin piedad por la izquierda y la derecha, por sindicatos y patronal. Y no todos aguantan como él o Arrimadas. La mayoría de sus nuevos votantes comparten el veto al sanchismo, pero la mayoría de los antiguos esperan aún que proponga a Sánchez, al menos para retratarlo, un Gobierno de coalición con el Pacto del Abrazo como guía.
El partido adolece de mala comunicación hacia fuera, pero también hacia dentro. Incluso la política la hacen personas, y levantar la moral del grupo importa más cuando arrecia el napalm de la presión. Dentro no se entendieron bien algunos fichajes mediáticos al precio de sacrificar a diputados comprometidos como Fernando Navarro; ni la derrota en primarias de Xavier Pericay; ni la pronta renuncia a gobernar Castilla y León con el PSOE, tras décadas bajo control popular. Todo tenía sus razones, pero Rivera carece de paciencia para la pedagogía y alguien como Roldán estaba obligado a deducirlas y acatarlas.
La política no opera en el éter angélico de los think tanks sino en el barro tribal de la partitocracia. Es una historia de quijotes triturados que cuenta Ignatieff en Fuego y cenizas. El escaño del diputado catalán lo ocupará Carina Mejías, que militó en el PP: elocuente relevo.
Roldán se va pero su programa se queda. Para que las medidas de ese programa puedan un día materializarse, primero hay que alcanzar el poder. Y eso no se hace hablando de la mochila austriaca. Como dice Juan Claudio de Ramón, los españoles piensan posicionalmente: en España no te califican por tu programa sino por tus compañías. La de Vox se le hizo insoportable a Roldán. A los sanchistas no les incomoda la de Bildu. Es cuestión de pituitaria: nadie ganó una guerra sin mancharse. Sánchez está hasta las cejas pero duerme en Moncloa y se le perdona todo. De la absolución de Rivera solo tendremos noticia la próxima vez que se abran las urnas.