Concluye la larguísima campaña para las elecciones generales del 23 de julio. Que es, a su vez, sucesión directa de la campaña municipal y autonómica del pasado 28 de mayo.
Y si alguna valoración resulta mayoritaria en la sociedad española, es la necesidad de acabar con los bloques y las trincheras políticas, a derecha como a izquierda. Porque la sociedad quiere pactos, quiere entenderse con el distinto, con el que no es como uno mismo. Y reclama también a nuestros políticos esa capacidad de acuerdo, como se hizo durante nuestra Transición democrática.
Como dice Virgilio Zapatero en su espléndido libro Aquel PSOE -Los sueños de una generación: “La democracia presupone el pluralismo político y por eso la política democrática es transaccional; y no puede ser de otra forma. No pretende llegar a la verdad, ni a la belleza ni a la justicia absoluta. Se conforma con lograr aquí y ahora compromisos entre opciones diferentes y en ocasiones contrapuestas que, con el transcurso del tiempo, el uso de la razón y el debate, se pueden ir acercando si se persigue esa asíntota que es el ideal de la justicia”.
Esta legislatura que ahora termina ha sido la legislatura de los bloques, nefastos, que todo bloquean, que pretenden cavar a cuchillo trincheras que nos separen, que impidan las conversaciones que los españoles nos debemos a nosotros mismos. Ha sido una legislatura de fomento de los extremismos, de polarización extrema, donde medio país era tachado de fascista y el otro medio de comunista. Ese es siempre el camino recto a la catástrofe, porque la sociedad española no es así, y porque es inaceptable descalificar al adversario con el propósito de destruirlo.
Lo incomprensible de la campaña de Pedro Sánchez reside en su renuncia a hacer del PSOE una fuerza política autónoma, con vocación mayoritaria y de permanencia para gobernar por sí solo
El gobierno de Sánchez pactó con Podemos, una fuerza política impugnadora de nuestra Constitución. Hoy Podemos permanece agazapado en Sumar, una insólita alianza, viejuna donde las haya, de carácter cantonalista, que agrupa en su seno a 15 fuerzas políticas dispares y de traza inviable.
Lo incomprensible de la campaña de Pedro Sánchez reside en su renuncia a hacer del PSOE una fuerza política autónoma, con vocación mayoritaria y de permanencia para gobernar -por sí sólo y sin subarrendar a terceros su proyecto propio- la sociedad española, que fue desde la transición seña de identidad fundamental de aquel PSOE.
Sus constantes llamamientos -a lo largo de la campaña- a formar gobierno con Sumar, da idea de esa resignación, de esa renuncia, a erigir al PSOE en fuerza mayoritaria. Y todos sabemos que, si los números le dieran resultado, necesitaría retomar su alianza parlamentaria con ERC y con Bildu. Llevan esas dos fuerzas políticas jactándose durante la campaña de todo lo que impusieron a Sánchez en la legislatura pasada, y anunciando que su precio se incrementaría para un nuevo pacto.
Pone los pelos de punta que eso lo diga ERC, coautora de un intento de golpe de Estado en Cataluña hace tan sólo 5 años y medio. Y que lo diga Bildu, heredera del terrorismo, que hace tan sólo 2 meses, en la campaña de las elecciones municipales, colocó en sus listas a 44 condenados por terrorismo, 7 de ellos por asesinato.
Reproducir esa alianza significaría llevar la polarización, y la división del país, a un grado extremo. Estamos hablando de unos actores políticos que impugnan y combaten nuestro orden constitucional, y que se jactan de que quieren “tumbar el régimen de 1978”, es decir, hundir nuestra democracia.
No vale que se diga que “lo importante no es con quién se pacta, sino para qué se pacta”. Esa proposición, ejemplo de un relativismo sin límite, se aparta por completo de la sabia definición de Albert Camus: “En política, sólo los medios justifican el fin”.
La sociedad española está ya muy cansada de la polarización, de la división en trincheras inamovibles, y ante ese panorama prefiere huir de los extremismos
Por el lado de la derecha, el Partido Popular de Feijóo se empeña en reiterar que los bloques están de sobra, que él aspira a una sólida mayoría que le permita gobernar en solitario, sin depender, para la gobernación de España, de la extrema derecha que supone Vox.
Los sondeos nos indican que aproximadamente 250 escaños, si no más, se van a repartir entre el PP y el PSOE. En votos, alrededor de dos tercios irán a parar a ambos partidos. Es la expresión clara de que la sociedad española está ya muy cansada de la polarización, de la división en trincheras inamovibles, y ante ese panorama prefiere huir de los extremismos. Porque un país no funciona así, los ciudadanos nos hacemos peores en esa división cainita, y es mejor llegar a acuerdos que nos alejen de los absolutismos.
Lo dijo también Virgilio Zapatero en la presentación de su libro, el pasado mes de junio en Madrid: “La Constitución debería venir con un manual de instrucciones que dijera que no funciona en el caso de bloques enfrentados”.
Fuera bloques y trincheras, y esperemos que nuestros representantes políticos, señaladamente del PP y del PSOE, sean capaces de encontrar acuerdos en el camino de la centralidad. Que huyan de la tentación de rodearse de extremismos nefastos que bastante daño han causado ya a la política de nuestro país. Porque mediante el pacto y el acuerdo los ciudadanos nos hacemos mejores, más confiados y serenos, más unidos.
Quedan solo tres días para el 23 de julio, fecha en que se alza la soberanía del pueblo español mediante el sufragio universal. Sólo cabe pedir una cosa: votemos, por favor, vayamos a votar y recordemos cuántos enormes sacrificios, esfuerzos y desdichas sin fin tuvimos que soportar en España para conseguir ese sagrado derecho al voto.