Juan Pablo Colmenarejo-ABC
- Iglesias va al derribo. A Sánchez le da igual, mientras no le incluya en la jugada
El dilema quedó resuelto desde el principio. El actual Gobierno piensa en las próximas elecciones, no en las siguientes generaciones. El presidente quieto, hasta que el pinchazo de la vacuna le resuelva la incomodidad de volver a anunciar que «hemos derrotado al virus». No era ni media verdad. Como tampoco que «salimos más fuertes» cuando, en realidad, se atisbaba en el horizonte la formación de otra ola más mortal que la anterior.
Sánchez se ha colocado en fuera de juego para que no le pasen el balón, instalado en un limbo de comodidad sin patadas. Deja pasar el tiempo, ocurren demasiadas cosas a su alrededor que le convienen. Se encuentra tan aliviado que hasta dice que la Navidad es «un
período estival», como si todo el año fuera La Mareta en Lanzarote. Su Gobierno se encuentra en estado de riña, con Iglesias destejiendo cada puntada. Hay ministros que se levantan cada mañana esperando la emboscada del día. En comparación, un avispero parece un balneario.
La epidemia ya va por otro carril distinto a la primera alarma. A las dos olas les une la ocultación de más de un tercio de los fallecidos. Asunto «menor» (Illa y Simón) en comparación con los réditos que en el futuro van a ir dando los pactos con el clan independentista anti-78, las leyes de ingeniería social o la reforma educativa que legaliza hasta la ignorancia. Y al fondo, el Rey, al que casi nadie ayuda para mantener a salvo el baluarte que significa la institución.
Sin la Corona, no hay Constitución. O dicho de otra forma por el exministro de la añorada UCD Marcelino Oreja en ABC: «No sabemos a dónde vamos, pero nos tememos a dónde nos quieren llevar». El temor se extiende con la endeble y tibia defensa que el presidente Sánchez hace de la Monarquía constitucional, sometida a los temblores sísmicos de las inquietantes finanzas personales del anterior Rey, cuyo legado político, la vigente democracia, hay que proteger como si fuera una especie en extinción. Iglesias va al derribo. A Sánchez le da igual, mientras no le incluya en la jugada.