Tras la sesión del jueves en el Congreso, Pere Aragonès hizo una aclaración para desvanecer las neblinas intelectuales de Sánchez y los suyos: «si alguien piensa que porque hemos llegado a acuerdos, hemos renunciado a nuestras convicciones políticas es que no entienden lo que ocurre en Cataluña». Es verdad que Aragonés podría haber manejado más opciones, además de no entender lo que pasa en Cataluña, a saber: es que no nos conocen o es que son gilipollas. O puede que las tres cosas a la vez, si se atiende a la explicación de Félix Bolaños, que es un Gabriel Rufián con hechuras de opositor: «el procés ha terminado. Cataluña ha avanzado mucho desde 2017 y no podemos retroceder a fórmulas viejas que sólo llevaron al desastre, al enfrentamiento y a la división». Nosotros no, pero ellos sí.
O es que son gilipollas, no despreciemos esa posibilidad. Se lo explicaba Eli Walach a Clint Eastwood en sus desavenencias sobre el reparto de la recompensa: “Si fallas, falla de verdad. El que me engaña y después no me mata, quiere decir que no sabe nada de Tuco”.
Total que el jueves, Pedro Sánchez ordenó a los suyos asaltar los cielos y reformar el Código Penal, eliminando el delito de sedición y abaratando el de malversación. Fue el principio del fin de la Constitución. Cambiar la sedición por la sedación. Inés Arrimadas hizo una intervención rigurosa al equiparar el 6 y 7 de septiembre de 2017 en que se aprobaron en el Parlament las leyes de desconexión de Cataluña. Los jueces no pueden cuestionar lo que decide la mayoría de la Cámara, lo decían los golpistas catalanes. Oigan, no me vayan por ahí, que advierte con inequívoco aire macarra el desasistido Patxi López. Claro que más desasistido, si cabe, y ya lo creo que cabe, se reveló Felipe Sicilia, o Palermo, o Corleone, que yo ya no sé, con una de las analogías más tontas de su grupo, al equiparar los tricornios de Tejero y sus guardias con las togas de los jueces en el momento actual: instrumentos del golpismo de la derecha según la versión de este tipo, que tenía 14 meses el 23-F del 81. ¿Cómo iba a saber el pobre que el golpe de Tejero pretendía abortar la investidura de un presidente de derechas y que fueron dos dirigentes de ese Gobierno los que salieron de sus escaños para hacer frente a los guardias de Tejero y sus metralletas?
Tenía razón Alberto Núñez Feijóo al señalar que el golpe puesto en marcha el jueves es más grave que el de 2017. Entonces, el PSOE estaba con la Constitución y ahora ha cambiado de bando. Pedro Sánchez, que es la cabeza del golpe, no estuvo en el Congreso; se fue a Bruselas a hacer propaganda y la hizo con la herramienta básica que ha convertido en su navaja multiusos: la mentira con la que invierte la carga de la prueba y acusa a la oposición de las prácticas que él y los suyos desarrollan sin desmayo, verbigracia el supuesto incumplimiento de la Constitución por no renovar los miembros del CGPJ, mientras no parece guardar memoria de las cinco ocasiones en que el Constitucional ha declarado fuera de la misma cinco decisiones suyas: dos estados de alarma, el cierre del Congreso y los nombramientos de Rosa Mª Mateo en RTVE y de Iglesias en el CNI. El Tribunal Constitucional se reunirá el lunes y todo es imprevisible.