ABC 16/03/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Es la libertad lo que está en juego en Europa, sí, pero no la que algunas pretenden ejercer portando un pañuelo ritual
LA justicia europea se ha pronunciado a favor de una conquista irrenunciable de la cultura occidental que un tribunal español no fue capaz de proteger hace apenas unas semanas: la libertad de las empresas para exigir a sus empleados el uso de un vestuario neutro, carente de signos visibles de adscripción filosófica, política o religiosa. En el caso concreto objeto de la resolución en cuestión, el velo islámico. Un símbolo cargado de connotaciones opresivas.
Más allá de los argumentos jurídicos esgrimidos en la sentencia, que apelan al derecho que asiste a la compañía a la hora de fijar unas normas de conducta idénticas para todos sus empleados, existen múltiples razones de peso para congratularse de esta decisión. Razones indispensables en este tiempo de sinrazón galopante, condensadas en una máxima sabia inherente al humanismo cristiano: A Dios, lo que es de Dios, y al César, lo que es del César. Esto es; mantengamos la religión en la esfera de lo privado y dejemos que la vida civil discurra por los cauces aconfesionales propios de las democracias liberales. Guardémonos de la teocracia característica de los regímenes islamistas tanto como de las manifestaciones evidentes de sojuzgamiento de la mujer disfrazadas de «libertad religiosa». ¿Qué clase de libertad es aquella que te obliga a cubrirte cabeza y escote con un «hiyab» en señal de «modestia», sin hacer lo propio con los varones? Nos costó demasiado a las féminas de estos pagos alcanzar la igualdad de derechos, cuando menos sobre el papel, como para asistir ahora, impávidas, al derrumbamiento de lo conseguido bajo el peso de un credo foráneo profundamente machista.
Es la libertad lo que está en juego en Europa, efectivamente, pero no precisamente la que algunas pretenden ejercer sucumbiendo consciente o inconscientemente al mandato masculino de mostrarse humildes y recatadas portando un pañuelo ritual. Y mucho menos cuando tratan de imponer esa prenda al uniforme preceptivo en determinados puestos de trabajo o a las reglas de neutralidad vigentes en multitud de empresas. Sólo desde la debilidad y/o los complejos propios de la España actual se entiende que un tribunal de las islas Baleares resolviera recientemente amparar a una trabajadora tan poseída de celo musulmán como para cubrirse del modo descrito, haciendo mangas y capirotes de lo establecido en el contrato que ella misma había firmado en pleno uso de sus facultades. La corte de Estrasburgo, por el contrario, ha otorgado un valor preminente a la potestad de la empresa para mantenerse al margen de pronunciamientos de semejante naturaleza, honrando con ello una larga tradición de laicismo que ha convertido nuestro continente en un islote de tolerancia amenazado por el integrismo invasor.
Tenemos al enemigo dentro. No resulta políticamente correcto decirlo, aunque sea una realidad que todos sabemos cierta. Tenemos en casa un caballo de Troya que adopta distintas formas más o menos manifiestas, encaminadas todas ellas a destruir nuestro modo de vida. Y o bien somos capaces de preservarlo invocando las leyes que nos dimos precisamente con ese propósito, o bien acabará imponiéndose un extremismo de sentido contrario como el que asoma sus garras en Holanda, Francia, Alemania y Estados Unidos. O recuperamos la libertad bien entendida, impregnada de dignidad, de los principios y valores que nos trajeron hasta donde estamos, o quienes odian la libertad y desprecian al individuo la invocarán como estandarte para imponer su dictadura, su ideología o a su dios, haciendo saltar en pedazos el espacio de paz y progreso que es la Unión Europea.