Mikel Buesa-Libertad Digital
El PP vasco está de capa caída. Su fracaso electoral es indiscutible y sus posibilidades de salir del agujero en el que se ha metido parecen remotas. No sorprende, por ello, que su máximo dirigente, Alfonso Alonso, busque desesperadamente asomar la cabeza antes de que las próximas elecciones autonómicas rematen el final del partido del centro-derecha español en Euskadi. Para ello, por lo que parece, intenta retornar a las esencias fueristas en las que, desde el siglo XIX, se instalaron las viejas oligarquías conservadoras vasco-navarras y que tan buenos resultados les dieron en otros tiempos, una vez resuelto el contencioso entre liberales y carlistas. De ese fuerismo emergieron los conciertos económicos, primero en Navarra y más tarde en Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, que están en la base, hasta ahora, de la situación privilegiada de los vascos en cuanto a la disponibilidad de recursos económicos para sus Administraciones. Y en él se subsumió la burguesía liberal vascongada deseosa de beneficiarse de tal privilegio.
Pero conviene añadir que, desde aquellos tiempos, las cosas han cambiado mucho, y, con ellas, también el significado de los términos políticos. Para empezar, el fuerismo ha sido sobrepasado, en el País Vasco, por el nacionalismo sabiniano, toda vez que el PNV se ha mostrado, a la postre, más capaz que la vieja oligarquía españolista para gestionar los privilegios derivados del reconocimiento constitucional de los llamados «derechos históricos». Ello porque, injustamente o no, aquella oligarquía –que cuando no desertó, abandonando el país, se cobijó principalmente en Alianza Popular– fue identificada con el franquismo, mientras que los jeltzales del PNV –que cargaban con la misma culpa colaboracionista con el Régimen– supieron desmarcarse a tiempo y hacerse pasar por luchadores por la libertad.
El fuerismo se vació así al trastocarse en nacionalismo. Es verdad que hubo intentos de resucitación, como el de Unidad Alavesa, que, surgida de una escisión del PP, tuvo un cierto éxito electoral durante la primera mitad de los años noventa, y que tras otro quinquenio de declive acabó desapareciendo. Y también es cierto que en Navarra –cuya singularidad conservadora y españolista, heredera del carlismo, no tenía parangón en el País Vasco, y donde el nacionalismo apenas pudo arraigar, salvo en su vertiente radical asociada a ETA– el fuerismo avanzó con paso firme durante las décadas de 1980 y 1990 para, tras siete años de estabilización en el comienzo del siglo XXI, entrar en un declive que sólo en las recientes elecciones forales ha podido sortearse. Pero la tendencia histórica señala con claridad que con el fuerismo no se va a llegar muy lejos.
Además, hoy en día sería muy difícil, por no decir imposible, sustentar el fuerismo sobre una posición ideológica liberal, básicamente porque ésta repudia cualquier defensa de privilegios para un grupo de ciudadanos, con exclusión de los demás. No se crea que, porque defiende el capitalismo, el PNV es liberal. Como todos los nacionalismos regionales, los jeltzales se han teñido de las políticas redistributivas socialdemócratas, aunque siempre con una solidaridad entendida sólo para los suyos. Y esto es algo que chirría con el liberalismo, más aún cuando parece que el PP, en su política española, quiere reforzarse a partir de esta vertiente ideológica.
Mi impresión es que Alfonso Alonso busca hacer del PP vasco un PNV no nacionalista, incluso españolista. Pero eso es muy dudoso que, a la vista de la experiencia de las últimas cuatro décadas, pueda llegar a tener éxito. Desde mi punto de vista, de donde el PP vasco debiera extraer lecciones para el futuro es de su enfrentamiento radical con el nacionalismo cuando éste emprendió, a finales de los años noventa, la vía soberanista, pactando primero con ETA y proponiendo el Plan Ibarretxe después. Lo esencial de aquella situación no fue la defensa de los fueros, sino la afirmación de la pertenencia exitosa del País Vasco a España. El Plan Ibarretxe, cuando llegó al Congreso, donde fue rechazado, estaba ya muerto, sobre todo porque fueron muchos los vascos que, tras una intensa campaña que se desarrolló hasta 2004, alcanzaron el convencimiento de que la independencia sólo les reportaría perjuicios. Entonces, todavía el PP recogía los frutos de una oposición al soberanismo que no tenía nada de fuerista, aunque sí de afirmación radical de la libertad. Después ya no supo hacerlo y entró en barrena hasta hoy, tal vez porque el entendimiento de Rajoy con el PNV, lleno de cesiones a cambio de votos, impidió corregirlo a tiempo. Si ha llegado su final, no lo sabemos. Pero lo que sí es seguro es que otro fracaso electoral llevará al PP vasco al basurero de la Historia.