Debo confesar una debilidad por el Aberri Eguna que Sabino instituyó como fiesta nacional el día de la Pascua de Resurrección. En justa correspondencia, el partido de los vascos suele darme por estas fechas alguna satisfacción menor, pero suficiente para alegrarme las pajarillas. Recordarán, y si no, para eso estamos, que la curiosidad de fijar el día de la patria en una fecha móvil como la Pascua no es un tributo del PNV a su carácter confesional (Jaungoikoa eta lege zarra/ Dios y Ley Vieja), sino el recuerdo del día en que Sabino se cayó del burro y su hermano Luis le hizo comprender que él no era español, como creía, mientras paseaban por el jardín de su casa de Abando, actual sede del PNV en Bilbao. Era domingo de Pascua de 1982, que aquel año cayó el 10 de abril; habría resultado más lógico fijar el aniversario en la fecha y no en la festividad, pero el corazón tiene razones que la razón no entiende, ustedes me entenderán. Sabino lo recordó así en el discurso de Larrazabal (3 de junio de 1893) en el que sentó las bases del PNV. Y de la Patria, claro, que en su opinión venía a ser lo mismo: “pero el año 82, ¡bendito el día en que conocí a mi Patria, y eterna gratitud a quien me sacó de las tinieblas extranjeristas!”
La primera celebración fue en 1932 y solo se repitió, por razones obvias, durante la República. En 1937 se limitó a las trincheras, de ahí que me extrañara la invocación de Urkullu de las palabras de su antecesor, José Antonio Aguirre en 1937: “Euskadi mira al futuro con ilusión”.
Ya no volvió a la legalidad hasta 1978. Tuvo carácter unitario y congregó en Bilbao a más de 100.000 manifestantes. Una y no más. Al año siguiente los tres partidos nacionalistas lo convocaron en tres ciudades diferentes: el PNV en Bilbao, Eusko Alkartasuna en San Sebastián y HB en Pamplona. Por si acaso, el partido-guía estableció aquel mismo año en el último domingo de septiembre el Alderdi Eguna (Día del Partido) para estar orgullosamente solos en una campa alavesa.
Ayer, las dos fuerzas nacionalistas, PNV y EH Bildu, lo celebraron como suelen, en Bilbao y Pamplona. El de Bilbao se anunciaba con un cartel de alto poder simbólico, con un montón de rayos centrífugos tricolores (rojos, blancos y verdes, claro) que partían de un mapa en blanco de Euskal Herria. La cosa se explicaba en la primera frase del manifiesto: “Las vascas y los vascos de los cinco continentes celebramos un año más el día de la Nación Vasca, de nuestra Patria”. Es la diáspora, ya lo prefiguraba el bardo Iparraguirre ene el Gernikako Arbola, “Eman ta zabal zazu/ munduan frutua” (da y esparce/ tu fruto por el mundo), aunque el árbol santo hace ya mucho que está seco y no da fruto. Para completar el cuadro, han dado con un lema extraordinario para estos tiempos de memoria histórica: ‘Indar Berria’, que quiere decir ‘Fuerza Nueva’, prueba evidente de que el PNV no es un partido que guarde con mucho celo la memoria de la transición.
No está mal, aunque ya me permitirán que entre todos los ‘aberris’ de elegía, sin olvidar el eco de ninguno, la mano de mi llanto escoja uno: fue el de 2003, cuyo manifiesto empezaba así: “Cuenta la Biblia que los israelitas, dirigidos por Josué en su largo camino hacia la libertad, reconstruían la ciudad de Jericó con una mano en el pico y la otra en la espada”. Es mucho confundir en un partido gobernado por un burukide con estudios de teología. Es confundir el muro de Jerusalén con las murallas de Jericó. Son libros distintos: el de Nehemías y el de Josué. El pico y la espada eran para reconstruir el muro de Jerusalén. Las murallas de Jericó las destruyeron a golpe de procesiones y trompetazos y por orden del Señor “consagraron al exterminio todo lo que había dentro: hombres y mujeres, muchachos y ancianos, vacas, ovejas y burros; todo lo pasaron a cuchillo”. Menos a Rahab, la puta del pueblo, que había escondido en su casa a los espías israelitas, Caleb y Josué. Así salvó su vida y llegó a estar entre los antepasados del mismísimo Jesucristo.
Pero volvamos a lo de ayer. Aquellos 100.000 asistentes del 78 eran un millar en el mitin de la Plaza Nueva y 900 comensales en el almuerzo que tuvo lugar a continuación. “¡Cómo huelen las rabas!” comenzó Ortuzar su discurso. Era la despedida de Urkullu y el estreno del nuevo candidato, Imanol Pradales. Qué quieren que les diga. A mí, el txistulari de Alonsotegui siempre me había parecido algo sosaina, pero comparado con el tal Pradales era la alegría de la huerta, un monumento al carisma. No es que estuviese mal el nuevo, aunque se deslizó por la pendiente de las perogrulladas: “Hay dos modelos, uno para ir a mejor y otro para ir a peor” y el personal ya podía deducir a partir de ahí por cual de los dos estaba él.
Faltaban tres semanas para las elecciones autonómicas y las dos fuerzas nacionalistas, una cruenta y otra incruenta, las dos radicales, se plantan en campaña en situación de empate. Lo peor es que el árbitro va a ser el Partido Socialista.