Ignacio Camacho-ABC
- Se cambian unos cuantos subalternos y ya están resueltos el problema de la corrupción y los escándalos de putiferio
Ea, pues ya está. Se quita a unos cuantos colaboradores de Cerdán y ya queda resuelto el problema de la corrupción del sanchismo. Se sustituye a una portavoz que se limitaba a leer (mal) las consignas fabricadas en Moncloa por otra que haga lo mismo pero con acento catalán y se acabó el conflicto. (Porque como todo el mundo sabe, el escándalo se debe a que el partido no encontraba el tono comunicativo preciso). Se nombra a cuatro o cinco feministas en la ejecutiva y nadie volverá a acordarse de las ‘sobrinas’ de Ábalos, de Carlota la que se enrolla que te cagas, de los locales de alterne de la Faffe andaluza o del Tito Berni y sus sobremesas de prostíbulo. Y por supuesto se deja en su sitio a María Jesús Montero, que la pobre con tanto pluriempleo no se enteraba de lo que ocurría en Ferraz, donde se supone que ejerce de número dos, ni en su propio Ministerio. Y todo eso sin más trámite que el dedazo del jefe; ni congreso extraordinario, ni discusión en el comité federal ni pérdidas de tiempo. Una arenga para reanimar a la tropa, los mandobles de rigor al PP, una buena dosis de victimismo, algo de contrición de boquilla con rostro demacrado y gesto muy serio y a dejarse vitorear cuando exprese su firme voluntad –como si alguien la pusiera en duda–de mantenerse en el Gobierno. Si acaso, unos minutos para que García-Page y algún otro heterodoxo intrépido no puedan decir que no se tiene en cuenta su derecho a ejercer de tristes versos sueltos.
Ocurre que ni a los cesados ni a sus remplazantes los conocen apenas los que en teoría van a proclamarlos, y mucho menos el resto de afiliados. De los votantes ni hablamos. Puro fulanismo; se cambian unos pocos nombres y asunto cerrado. Hace siete meses el P*** Amo designó a un equipo tan numeroso que casi no cabía en el escenario y los delegados rompieron en el mismo aplauso que hoy le darán los miembros de la asamblea a los nuevos cargos. En aquel selecto grupo estaba Santos Cerdán, el desterrado, el que «nada tiene que ver con el PSOE» según la citada Montero, que se fundió con él en efusivo abrazo. (Hay una foto de ese glorioso instante que merece un marco). Así es la vida de los partidos –de todos, no será muy distinto el simultáneo congreso de los populares– en este tiempo de liderazgos plebiscitarios. Y así seguirá siendo aunque cada vez haya más dirigentes que en voz muy bajita advierten de la inminencia de un descalabro mientras en público defienden la doctrina oficial de los tres golfos y execran la traición de Santos, el pancismo de Koldo y el machismo de Ábalos. Cualquier día, quizá en este mismo acto, Pedro se volverá a ungir candidato, muy probablemente sin que se presente ningún adversario. La militancia le come en la mano porque el modelo de caudillaje populista que instaló hace nueve años ha laminado cualquier atisbo de debate orgánico. Y se ha hecho tarde para lamentarlo.