Los que dudamos de casi todo porque no estamos seguros de casi nada sentimos estos días una sana envidia al constatar la elegancia en los procedimientos y la eficiencia en los resultados de la Iglesia Católica.
Lo uno y lo otro han ido de la mano en la certera elección del nuevo Papa. Y no lo digo por las bromas en la redacción cuando eligió su nombre. Nuestro Rugido del León no va a ser la voz del Vaticano pero seguro que sumaremos nuevos suscriptores: hazte León, como el Papa.
Bromas aparte, lo que salta a la vista son las variadas cualidades del cardenal Prevost.
Matemático, filósofo, misionero, componedor y, sobre todo, por genealogía y vocación, ciudadano del mundo cuando la globalización es insoslayable, haga lo que haga Trump.
Frente a la melopea del excepcionalismo americano, el idealismo inclusivo del sueño americano. Una cuña de su propia madera. León XIV parece el hombre adecuado para la ocasión y su edad y buena salud auguran un papado largo y fructífero.
Esta fumata blanca del jueves moviliza pues la esperanza de creyentes y no creyentes ya que apela a las virtudes más nobles del corazón humano: la fraternidad, la solidaridad y la concordia.
Al mismo tiempo -¡es tan flagrante el contraste!- acentúa la melancolía que produce contemplar cómo en nuestra vida pública, y especialmente después de cada gran debate parlamentario, la fumata siempre es negra. Cada día más negra.
Para que no haya dudas sobre mi disposición a la imparcialidad, que nada tiene que ver con la equidistancia, empezaré diciendo que el PP ha cometido esta semana un grave error votando en contra del decreto de medidas para proteger a las empresas de los aranceles de Trump. Es más, se ha marcado un gol en propia meta y de ahí el regocijo del Gobierno.
Basta repasar la intervención en la tribuna del tantas veces solvente Juan Bravo para darse cuenta de que su motivación fundamental era la intransigencia del Gobierno al rechazar todas las propuestas del PP y convertir el amago de negociación en un inflexible trágala.
El relato era claro y veraz. Con esos antecedentes el PP no podía votar afirmativamente. ¿Pero qué le impedía abstenerse, cuando entre las medidas propuestas no había ninguna que fuera repudiable, por mucho que pudiera dudarse del alcance y utilidad de algunas?
Sería lamentable que en la dirección del PP alguien hubiera invocado la hipótesis de que existía la posibilidad de que en el último momento Junts le fallara al Gobierno y fuera precisamente su abstención la que salvara a Sánchez de un nuevo revolcón parlamentario. ¡Qué dirían los hooligans de la derecha!
Un partido de Estado como el que lidera Feijóo debe anteponer el interés público al tacticismo político.
Es evidente que lo que más le convenía al sector exportador eran los incentivos fiscales y la estabilidad energética que proponía el PP. Pero, a falta de tal oportunidad, su posición relativa es mejor ahora que han entrado en vigor las líneas de crédito del Gobierno de lo que lo era hace una semana.
Si nos retranqueamos en el debate superficial de los dimes y diretes, el error deriva en torpeza porque lo último que le conviene al PP es poder ser amalgamado con las posiciones de Vox y Trump en cualquier peripecia de la guerra comercial.
Un partido de Estado como el que lidera Feijóo debe anteponer el interés público al tacticismo político
Aunque las elecciones de Canadá y Australia ya nos han dado buenas pistas, en la calle Génova parecen no ser conscientes del hondo rechazo que la figura y conducta de Trump genera en la opinión pública de las democracias liberales.
Eso no significa que el PP deba distinguirse por su beligerancia hacia Trump, pero sí que debe evitar ofrecer el menor signo de condescendencia ante su comportamiento. Quien se enfrente a sus aranceles no puede tener el voto de Feijóo en contra.
***
Si el consenso de los sondeos dignos de crédito está en lo cierto, si como muchos creemos Tezanos es un sinvergüenza y tal vez un delincuente, el PP lleva camino de volver a ganar las próximas elecciones. Y de hacerlo con el suficiente auge respecto a 2023 como para poder formar Gobierno con una mayoría más amplia y estable que la que nunca ha tenido Sánchez.
La clave no sólo estriba en la consistente ventaja del PP sobre el PSOE que se consolida mes tras mes; también en el paralelo hundimiento de Sumar y Podemos, incluso si se presentaran juntos. Por eso ni una sola encuesta que no sea del CIS ve factible la repetición de la mayoría de investidura.
Especialistas de muy diversas tendencias perciben que en un escenario de continuidad política la erosión del actual modelo patrimonialista de ejercer el poder es poco menos que irreversible y que la pretensión cesarista de Sánchez de alargarlo hasta 2031 se volverá aun más en su contra.
¿Trece años de Sánchez? Vaya como vaya la economía, lo predecible es que la mayoría diga ‘no, gracias’.
Si hacemos caso de la demoscopia, lo que se va a dirimir en los próximos meses es si Feijóo podrá gobernar en solitario o tendrá que alcanzar algún pacto con Vox. Y a esta segunda opción es a la que se agarra el PSOE de Sánchez como a un clavo ardiendo, vinculándola de forma inexorable a la hipótesis del cambio político para tratar de convertirla en un riesgo democrático mayor que el que supondría su propia continuidad.
Por eso todo lo que está pasando en España, al menos desde que en 2022 el PP sustituyó a Casado por Feijóo y ganó las elecciones andaluzas por mayoría absoluta; y todo lo que va a seguir pasando hasta que se celebren elecciones generales, sean este otoño, el año que viene o como anuncia Sánchez en el 27, se resume en la explicación que un miembro del Gobierno dio esta semana a Fernando Garea: «O polarizamos o nos morimos».
Estamos acostumbrándonos y conformándonos con que ese concepto, la polarización, domine nuestra vida pública como si fuéramos dóciles borregos, pero no lo somos. Quien pretende polarizarnos trata de enviarnos a un polo o a otro, al polo norte o al polo sur o, por analogía, a un extremo o al otro, a la extrema derecha o a la extrema izquierda.
Pero la mayoría de los españoles no queremos vivir en ninguno de esos dos rincones de los hemisferios de la civilización porque en ambos hace a la vez demasiado frío y demasiado calor.
Y además, según la RAE «polarizar» supone «restringir en una dirección las vibraciones de una onda transversal, como la luz u otras radiaciones electromagnéticas». O sea, bloquear las vías de comunicación, impedir que los españoles nos veamos, nos escuchemos y nos entendamos los unos a los otros.
***
No vamos a caernos del guindo. En el juego de la política siempre ha habido simplificación y maniqueísmo. El felipismo se inventó el «doberman», Rajoy le dijo a Zapatero que «traicionaba a los muertos» y el propio Zapatero confesó a Gabilondo aquello de «nos conviene que haya tensión», creyendo que el micrófono estaba apagado.
La diferencia es que esta vez la caricaturización del adversario y la pretensión de cortar todos los puentes entre dos únicos bandos se ha hecho estructural, como digo, desde hace al menos tres años.
Porque a los «señores de los puros» como muñidores de la oposición, les han ido sucediendo los «pseudomedios», la «máquina del fango» la «fachosfera», los «ultrarricos» y genéricamente «los de arriba». Con el sarcasmo de pretender que más de once millones de españoles, al menos la mitad de los votantes, permanecen estúpidamente alienados por esas presuntas oligarquías organizadas.
Nadie duda de que la extrema izquierda y la extrema derecha sirven de reductos a minorías virulentas que experimentan su auge, a lomos de la manipulación de las redes sociales, cuando el Gobierno es del signo contrario. Por eso quien más lejos ha llegado ha sido Podemos con sus 71 escaños en 2016.
Por muchos peleles que manteen, por muchas sedes socialistas que cerquen, ni Vox ni sus afines van a acercarse nunca a las cotas que la ultraderecha ha alcanzado en Francia o Alemania
Afortunadamente Vox no ha pasado de los 52 diputados de 2019 y nada indica que mientras el PP sea fiel a si mismo pueda superar esa marca. Por muchos peleles que manteen, por muchas sedes socialistas que cerquen, por mucho que insulten y contrainsulten, ni ellos ni sus afines van a acercarse nunca a las cotas que la ultraderecha ha alcanzado en Francia o Alemania.
Si analizamos esas encuestas en las que con muy escasa diferencia coincidimos medios de muy distinta línea editorial, al PP le separa mucha menor distancia de los 160-165 escaños con los que podría gobernar sin depender de Vox, de la que media entre la suma del actual gobierno de coalición y el PP.
Eso significa que el gran peligro que corre el PSOE desde la perspectiva de sus expectativas electorales es que la mayoría de los españoles se den cuenta de que el PP puede ser el instrumento más útil para marginar al mismo tiempo a la extrema izquierda y la extrema derecha de los grandes procesos de decisión política.
De ahí que en el PSOE se esté interiorizando una disyuntiva tan espeluznante como la de «polarizar» o «morir». Son tantas las renuncias a su ideario histórico y a su pragmatismo transversal, y tantas las hipotecas acumuladas en este turbio negocio interminable del cambalache de la investidura por la amnistía, que el PSOE ya todo lo fía a la demonización del adversario.
O más bien del enemigo presentado diabólicamente.
***
Hace trece meses Sánchez hermanó a Feijóo con Abascal como «colaborador necesario de una galaxia digital ultraderechista» y le acusó de tratar de hacer de él una «caricatura mediática». Parece claro que a la vez que resolvía el impostado dilema sobre su continuidad, Sánchez decidió ganarle a Feijóo la partida por la mano, invirtiendo las tornas.
Son tantas las renuncias a su ideario histórico y a su pragmatismo transversal, y tantas las hipotecas acumuladas en este turbio negocio interminable del cambalache de la investidura, que el PSOE ya todo lo fía a la demonización del adversario.
Desde entonces cualquier episodio polémico o cualquier convulsión social es presentada por el Gobierno y su poderosísima maquinaria de propaganda como parte de una conjura desestabilizadora tras la que siempre aparece la mano negra de la oposición.
A Aznar le corresponde el papel de cerebro por haber dicho —he ahí la pistola humeante de cualquier crimen— algo tan terrible como que «el que pueda hacer que haga»; Feijóo es naturalmente el consejero delegado encargado de ejecutar los designios de los plutócratas a cuyas órdenes trabaja; y Abascal sirve de ariete, al modo de los camisas pardas, negras o azules, en perfecta coordinación con los otros.
En ese molde se acoplan por igual los sucesos de Paiporta (una agresión al presidente «organizada por la extrema derecha para destruir a un gobierno legítimo»), el apagón que dejó doce horas sin luz ni móvil a los españoles (un presunto «ciberataque» aprovechado por una «oposición catastrofista al servicio de los ultrarricos dueños de las nucleares») o el robo de cobre que paralizó el AVE («un acto grave de sabotaje” en el que “quien lo hizo sabía lo que hacía” y tras el que planea la sombra de las «muy poderosas y disciplinadas derechas»).
Fue el nivel de carga —no se sabe si de cinismo o paranoia— de esta última afirmación, verbalizada por el hombre de confianza de Santos Cerdán y número dos del PSOE navarro Ramón Alzórriz, la que terminó de perfilar el paralelismo con la burda propaganda política que, desde el órgano izquierdista El Motín, se difundía contra los conservadores de Cánovas.
El reportaje de Alberto D. Prieto y los dibujos de Tomás Serrano, transformado hoy en Tomácrito como homenaje al talento artístico del vitriólico Demócrito, no pueden por menos que estremecernos pues aquellos mensajes iban dirigidos a la España analfabeta de finales del XIX, en la que la estela de caínismo de las guerras carlistas servía ya de incubadora a la que sería nuestra mayor tragedia contemporánea.
No podemos seguir mucho tiempo así porque, rodando por la ladera de Perogrullo, siempre que ocurre igual termina sucediendo lo mismo.
Aunque esto de gobernar eternamente sin presupuestos en una democracia, no sé como se come, Sánchez insiste en que no va a dejarnos más alternativa que aguantar el tirón durante dos años más. Pues que Leon XIV rece por España. Ajo y agua.
Pero el día que se convoquen elecciones debemos hacer que un gran cartel brille en el cielo promoviendo la vuelta al consenso y los valores de la transición: «España está polarizada, quién la despolarizará, el despolarizador que la despolarice, buen despolarizador será».
Y a la espera de ese momento conviene subrayar que, cuando se plantea la dicotomía «p polarizamos o nos morimos», la muerte a la que se alude no es sino una metáfora de la pérdida temporal del poder por parte de unos pocos, mientras que la polarización es un humor negro y viscoso que, entre tanto, impregna y deteriora la convivencia diaria de todos los españoles.