JON JUARISTI-ABC

PROVERBIOS MORALES El secesionismo en España es puro funambulismo de salón

ESTOY en el México de finales de sexenio presidencial con algunos amigos historiadores, españoles y mexicanos, asistiendo a unas jornadas de cooperación académica. Hablamos del contraste político, o mejor, de la simetría invertida entre las repúblicas surgidas del imperio hispánico y la antigua metrópoli. En España, dicen dos de ellos, reconocidos especialistas en historia contemporánea de América, la nación es frágil, los vínculos afectivos se rompen con facilidad, pero el Estado funciona, aún con sus crisis cíclicas. Es el Estado lo que impide que la nación se cuartee. En las repúblicas americanas, y singularmente en México, la nación es fuerte, sólida, frente a un Estado débil, incapaz de cumplir medianamente bien las dos funciones básicas que legitiman la existencia de un Estado: la protección de las vidas y haciendas de los nacionales y la distribución satisfactoria de bienes y valores.

Una de las participantes mexicanas en el encuentro comienza su intervención con una áspera diatriba contra el Estado mexicano acusándolo de antidemocrático y de vulnerador de los derechos humanos. Es una historiadora joven, y seguramente brillante, pero que ni sospecha la diferencia de su discurso insurreccional con el de los estudiantes izquierdistas de hace medio siglo, los del México del 68, el de Díaz Ordaz. Aquellos arriesgaban mucho más, como se demostró en la matanza de Tlatelolco. En el México de 2018, como en la España actual, la posibilidad de la muerte del insurgente está excluida (en 1968 lo estaba también en París, pero no en México). Los actuales detractores universitarios del Estado mexicano, como los independentistas catalanes, hacen funambulismo de salón sobre un colchón de agua.

La fuerza de la nación mexicana es, claro está, consecuencia del éxito de un nacionalismo en el que la inmensa mayoría de los mexicanos creen. Ante la debilidad del Estado, el nacionalismo sostiene la unidad de la nación e impide la regresión al hobbesiano estado de naturaleza de una población con enormes desigualdades económicas y étnicas. Octavio Paz, durante su época de diplomático en la India, que terminó abruptamente con su dimisión en protesta por Tlatelolco, percibió con claridad la analogía entre la función del hinduismo y la del nacionalismo mexicano en sendos países con clases medias muy tenues. Cuando vine por vez primera a México, en 1985, la clase media mexicana parecía haberse desvanecido tras la brutal crisis económica del sexenio de López Portillo. Sin embargo, y en contra de lo que se pronosticaba desde España, nadie pensaba en la posibilidad de conflictos sociales violentos. El nacionalismo no había dejado de funcionar y la nación se mantenía incólume.

Los funámbulos mexicanos son mucho más escasos que los españoles. Desafiar a un Estado fuerte y autoritario como el del franquismo disuadía a la mayoría de la población española. Plantarse frente a un Estado democrático (con un gobierno, eso sí, entre caquéctico y escapista), que, como el francés de 1968, excluye a priori la muerte del insurgente civil, implica un riesgo mucho menor, y de ahí que los nacionalismos secesionistas se animen a llegar hasta donde nunca antes se atrevieron, confiando no tanto en la lenidad de la Justicia europea ni en la posibilidad de encontrar apoyo en Finlandia, sino en la astenia crónica de la nación española, que sigue siendo el principal problema que tenemos. ¿Hay algún plan B por si falla la estrategia exclusivamente judicial aplicada por el Gobierno de Rajoy contra el independentismo catalán? No, el plan B es el Estado. Porque, lo que es nación, no parece haberla ni en el Gobierno.