Carlos Martínez Gorriarán-Vozpópuli
Es la causa, típicamente sanchista, que combina ignorancia, fanatismo, irresponsabilidad, corrupción, destrozo de las instituciones y estupidez general
Una excepcional imagen de satélite de la noche del lunes 28 de abril mostraba la práctica totalidad de la península ibérica convertida en enorme mancha negra colgante de una Europa iluminada. A doce horas del inicio del gran apagón, la noche más negra dominaba todo, a excepción de la frontera con Francia. Pocas metáforas visuales mejores de lo que el socialismo y sus secuaces nos están haciendo: un fundido a negro. En el lenguaje del cine, el fundido a negro significa el fin de la historia que se estaba contando. Por el bien de todos, esperemos que signifique el inicio del fin del poder de la nefasta paleoizquierda y no el de España, que tampoco puede descartarse.
Cajas, pandemia, leyes
Para entender que el gran apagón nacional no ha sido cosa de mala suerte sino el producto lógico de un proceso de final perfectamente previsto, basta con dos ejercicios: el primero, repasar la gran cantidad de advertencias previas del peligro de apagón por la mala gestión de la red eléctrica, que demuestran sin la menor duda que pocos desastres han sido tan anunciados; el segundo es un ejercicio de memoria: recordar los desastres provocados por los gobiernos socialistas desde el infame de Rodríguez Zapatero.
Poco antes del desastroso crack de las Cajas de Ahorro de 2008, algo más de la mitad del sistema financiero, Zapatero se enorgullecía de que, según sus asesores y su nula comprensión del tema –“la economía es el dinero y tenemos muchísimo”, le dijo en privado a Rosa Díez-, la economía española estaba a punto de empatar con Francia y Alemania para disputar la Champions Mundial de Economías (metáfora tan popular como obtusa). No solo Zapatero y el PSOE, sino casi todos los demás partidos (salvo UPyD), patronales, sindicatos, reguladores y mayoría de expertos prefirieron ignorar las señales de alarma sobre el verdadero estado de la economía financiera, y en particular de las Cajas (porque todos vivían de ellas).
En una gran carcajada de la vengativa realidad, el anuncio de que España pasaba al estatus de superpotencia económica mundial fue seguido al poco tiempo del hundimiento del sistema financiero; el desastre tuvo que arreglarse regalando Cajas quebradas a los bancos, y sobre todo con un enorme rescate europeo (cuento todo aquello en La democracia robada). ¿Aprendimos algo colectivamente del aviso?: pues no. La irresponsabilidad, la ignorancia y la simple estupidez, aliadas con el sectarismo, la polarización y la corrupción, han impedido aprender nada a la clase política y socios habituales.
Volvió a repetirse con la pandemia de covid: negación oficial del peligro por puro sectarismo y estupidez, consiguiente desastre sanitario y económico más liberticidio con reacción autoritaria. Pues bien, todo se ha vuelto a repetir en el apagón nacional del 28 de abril.
Las semanas previas muchos medios celebraron con alborozo la noticia de que algunos días España había conseguido que el 100% de la producción energética fuera de fuentes renovables, milagro conseguido a base de primas y subvenciones (iniciadas también por el gobierno Zapatero)
Pocas semanas antes, la directora de Red Eléctrica Beatriz Corredor, una socialista apropiadamente ignorante e inepta que cobra medio millón anual por reservarle el mando de la red a Moncloa, anunciaba que España tenía uno de los mejores sistemas eléctricos del mundo, y que un gran apagón era casi imposible. No hacía otra cosa que abundar en la cámara de eco de otras correligionarias, singularmente de la fanática antinuclear Teresa Ribera, temerariamente elevada por las normas implícitas de reparto de la Comisión Europea a Comisaria Europea de Transición Limpia, Justa y Competitiva (la necedad del título no necesita comentario).
Las semanas previas muchos medios celebraron con alborozo la noticia de que algunos días España había conseguido que el 100% de la producción energética fuera de fuentes renovables, milagro conseguido a base de primas y subvenciones (iniciadas también por el gobierno Zapatero), impuestos para gravar abusivamente la energía nuclear y otras descaradas manipulaciones del mercado -consentidas por las grandes empresas- sin otro objetivo que convertir ahora a España en líder mundial de las energías renovables, a mayor gloria de Sánchez y su ambición de liderar algo mundial (aparte de la corrupción). Pero la red eléctrica tampoco estaba ni diseñada ni actualizada para resistir las fluctuaciones del diluvio de watios fotovoltaicos y eólicos.
Estos días nos hemos enterado un poco -no hay mal que por bien no venga- de los misterios de las fuentes eléctricas síncronas y asíncronas, de la importancia de la inercia de las turbinas y otros arcanos tecnológicos, pero la causa de fondo del apagón, las pérdidas y los muertos que ha cosechado, parece clara y es política: el afán ideológico y oportunista por presumir de cumplir antes que nadie los objetivos de descarbonización energética. Es la causa, típicamente sanchista, que combina ignorancia, fanatismo, irresponsabilidad, corrupción, destrozo de las instituciones y estupidez general.
¿Alguien se extraña? Son los mismos vicios que convirtieron la ley del No es No en coladero para liberar violadores y rebajarles penas, como advirtieron centenares de voces autorizadas que se estrellaron contra el fanatismo de Irene Montero, la sociopatía de Sánchez y el servilismo de la opinión sincronizada. Lo mismo vale para la Ley Trans, producto delirante de una ideología lunática, la queer, o del destrozo de la educación y la universidad por sus respectivas leyes ideológicas. No importa, nada es capaz de conmover la mezcla de fanatismo, estupidez y corrupción que constituye el hormigón armado del sanchismo. Salvo el fundido a negro.
Ahora hemos sabido que muchas empresas habían avisado durante meses de la bomba de relojería resultante del exceso de energía fotovoltaica y eólica, de la parada de la energía de respaldo de nucleares y térmicas
Todo invita a pensar que será el fundido a negro el que nos sacará, de la peor manera posible, de este marasmo. No lo harán la pobreza de ideas e iniciativas de una oposición que no está a la altura, ni el colaboracionismo o el miedo a perder el favor político de los grandes del Ibex. Ahora hemos sabido que muchas empresas habían avisado durante meses de la bomba de relojería resultante del exceso de energía fotovoltaica y eólica, de la parada de la energía de respaldo de nucleares y térmicas, anatematizadas por la ideología de Greta la Majareta. Ingenieros y verdaderos expertos comparecieron incluso en el Congreso a advertir del peligro. Inútil, porque no solo el Gobierno les ha ignorado, sino que la oposición no supo qué hacer con ese conocimiento inútil, que habría dicho el exasperado François Revel.
En fin, de los grandes azotes tradicionales –ruina, injusticia, enfermedad– solo nos falta la guerra. Y tras la pública demostración de vulnerabilidad y estupidez gubernamental demostradas, no demos la guerra por descartada. Sobre todo, si algún portavoz socialista la declara imposible.