El deporte cívico, el fútbol o el rugby, hace seres para unas relaciones modernas a la que el polítiqueo actual ha dado la espalda. Tanto es así, que ni siquiera se sabe ganar. Que se puede ganar a ETA policialmente y perder políticamente, porque no se sabe que cuando se gana se gana. Aunque en lo rural sepamos que son txapeldunes.
Siempre nos quedará el fútbol. Los desconsolados cofrades de la Macarena, que no la pudieron sacar, sumidos en lloros sus barrocos armaos se pueden consolar mirando los partidos en la tele. El parado, el pensionista, el deprimido a falta de ilusión, se han podido entretener unos días con el Barça-Real o el Athletic contra La Real. Además, estamos educados para esto, lo llevamos en los genes. Del «pan y toros» castizo al Real pentacampeón europeo pasando por el gol de Marcelino a los rusos. Aquella España oprimida hubiera recibido a los rusos para otra cosa, pero vinieron a jugar al fútbol.
Este deporte considerado opio del pueblo tuvo muy mala consideración en las alcantarillas de la bisoña oposición política desde aquellos tiempos. El Athletic era otra cosa, ha rayado siempre lo sagrado, era un irrintzi de raza y libertad, o eso creíamos. El fútbol era criticado en las masivas y subversivas asambleas de estudiantes en Sarriko, comandadas por un joven Joaquín Leguina, donde evidentemente se declaró que el fútbol podía ser un instrumento del régimen de Franco para apartar a las masas de sus auténticos problemas y deberes. Pero resulta que a pesar de su sumisión al dinero, a la tele, a unos contratos que dan escalofríos, todavía hoy, tiene sus valores. A mi el Barça nunca me había hecho gracia, tampoco el Madrid, pero he descubierto un lenguaje de caballero en Guardiola, un saber ganar y perder que me admiran, que para sí lo quisieran la totalidad de los políticos que tenemos hoy que padecer. El viejo deporte de caballeros todavía tiene quién lo represente.
El fútbol es un deporte duro y hasta bronco, que permite un tanto de mala leche. Pero es un deporte cívico, diferente al rural que degeneraría irremisiblemente en batalla a la primera patada. Hijo de una sociedad liberal y parlamentaria en la que se puede dar paso a la agresividad pero dentro de unas reglas y un orden. El fútbol es un deporte con sentido de la limitación, y con árbitro siempre, en el que un partido es un partido y el siguiente es otro que hay que ganar. En el fútbol se aguanta y se pega, se sabe perder y, sobre todo, se sabe ganar.
Siempre deduje que ETA y el nacionalismo vasco en general eran así porque tenían poco espíritu deportivo, poco espíritu deportivo moderno. El que tienen es rural. Pero nuestros políticos de hoy carecen también de él, no han jugado al fútbol como las anteriores generaciones, no saben recibir en la espinilla y mucho menos darlas sin rencor. Quizás sea porque la cultura endogámica de partido que han mamado sea feudal, de linaje, de servidumbre al jefe de clan, es decir, cultura rural donde la haya. El deporte cívico, el fútbol o el rugby, hace seres para unas relaciones modernas a la que el polítiqueo actual ha dado la espalda. Tanto es así, que ni siquiera se sabe ganar. Que se puede ganar a ETA policialmente y perder políticamente, porque no se sabe que cuando se gana se gana. Aunque en lo rural sepamos que son txapeldunes.
¡Cómo estarán las cosa para que yo hable de fútbol! Y mañana otro Barça-Real.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 26/4/2011