El Correo-JOSEBA ARREGI

Si algo debiera molestar en los exabruptos de Willy Toledo y en los actos ‘sacrílegos’ de las ‘femen’ es su falta de seriedad y su carácter de espectáculo, que los condena a la ficción

Establecer la relación entre fe/religión/Iglesia y sexo ha sido tradicionalmente fórmula de éxito seguro. Si a ello se le añade la libertad de expresión elevada en nuestros días al altar supremo de la democracia en detrimento de la libertad de conciencia, la relación se asegura su lugar en el mundo de los medios de comunicación que deciden sobre el ser o no ser social. Casos como el de Willy Toledo y sus términos escatológicos, y el de las ‘femen’ y sus actos pretendidamente sacrílegos son celebrados como actos de libertad de expresión. Es triste que para hacerse con un lugar en el mundo de los medios y del espectáculo se recurra a algo que en su propia definición es mucho más radical en la crítica consigo mismo, la fe.

Estamos en lo que para la Iglesia católica es el comienzo de un nuevo ciclo litúrgico, el tiempo del adviento, el tiempo de preparación de la Navidad. El recuerdo y la actualización del hecho fundamental de la fe cristiana, la encarnación de Dios, el hecho de que Dios se hace hombre y asume, con todas las consecuencias, la naturaleza humana. Un hecho que, en palabras de San Pablo, es una blasfemia para los judíos y una locura para los griegos. Para los judíos es una blasfemia pues implica la negación de su monoteísmo radical, es decir, una afirmación de ateísmo al renegar de la unicidad exclusiva de Yahvé afirmando que Dios se duplica a sí mismo en la naturaleza humana. Algo que para el racionalismo griego es locura, pues la naturaleza humana no puede ser al mismo tiempo naturaleza divina, Dios no puede ser Dios y hombre a la vez.

La crítica radical de la fe cristiana le es, pues, a ella inherente desde su inicio, crítica de blasfemia y crítica de locura, sea en el contexto religioso y cultural de nacimiento, sea en el contexto de racionalidad en el espacio de su expansión inicial. Si algo debiera molestar en los exabruptos de Willy Toledo y en los actos pretendidamente sacrílegos de las ‘femen’, es su falta de seriedad, no ir al fondo de la cuestión, su ligereza y en definitiva algo muy actual, su carácter de espectáculo, que los condena a la ficción.

Frente a esa ligereza las palabras de Emil Cioran suenan mucho más provocativas, palabras encuadradas en su pasión innegable por Dios, y al mismo tiempo en su lucha contra ese mismo Dios. «Dudo que haya habido un solo sabio que comprendiese algo del drama de Dios. Su comprensión no lleva a la sabiduría, sino a la locura. Rebajarse a la sabiduría es entrar en acuerdo con el ritmo universal, con las fuerzas cósmicas, con el curso natural de las cosas. Saberlo todo es acomodarse a todo. Y nada más. Todos los sabios juntos no valen una maldición del rey Lear o un desvarío de Iván Karamázov. El estoicismo, como justificación práctica y teorética de la sabiduría, es lo más cómodo e insulso que pueda imaginarse. ¿Existe un vacío espiritual mayor que la resignación?

El desacuerdo con las cosas es un signo evidente de la vitalidad espiritual. Y este triunfa en el desacuerdo supremo con Dios. «De alcanzar una reconciliación, ya no vivirías tú, sería él quien te viviría. Cuando nos asimilamos a él no existimos, y cuando nos oponemos, existir ya no tiene sentido. Si estuviera cansado de la vida, Dios sería la única solución práctica y definitiva; pero mientras que en mí retoñe la desesperación, no podré darle paz».

Tiene razón Cioran cuando dice que en la reconciliación con Dios ya no vive uno en sí mismo, sería él quien viviría en nosotros. Esto es lo que se pone de manifiesto en la encarnación de la Navidad: Dios se vacía y se llena de lo humano, y predica con el ejemplo que solo hay un mandamiento, el amor al prójimo, la disposición a vaciarse por el otro real y concreto. El cristianismo profesa la fe de la desposesión y practica la desposesión de sí mismo para hacer sitio al otro prójimo. Todo lo contrario de la cultura que vivimos actualmente, la cultura del ‘Black friday’, la cultura de la fiesta del consumo en el que se ha convertido la navidad en minúsculas, la cultura del empoderamiento (sea lo que sea lo que signifique la palabra), la cultura de la soberanía de la vida, del viviente sobre la muerte –poder decidir el cuándo y el cómo de la misma– eliminando la capacidad de que sea la muerte la que defina la vida, y anulando así la verdadera dimensión de la vida.

Seguimos sin entender la fe cristiana, el hecho de que en Jesús y en su muerte en cruz se han acabado todas las religiones, todas las falsas transcendencias, todas las magias manipuladoras de lo divino, todo lo sagrado para hacer sitio a lo santo que es la relación desposeída con el Otro. El nombre de Jesús es el de Emmanuel, Dios con nosotros, para que nosotros lo seamos con los otros y nos veamos con sus ojos fundamentados en el encuentro del que siendo Dios se hizo hombre para salirnos de verdad a nuestro encuentro. Solo en esta desposesión que se injerta en la desposesión primordial del mismo Dios en Jesús se puede dar la verdad de la relación con el Otro, se puede producir la libertad basada en la dependencia que nace de la confianza en quien encuentra primero al hombre. ¿Qué es el hombre?, pregunta Mikel Azurmendi (‘El abrazo’, editorial Almuzara), en una conversación posterior a la presentación de este su último libro. La respuesta de la fe cristiana: el hombre es el otro.

El adviento es el tiempo previo. Hoy vivimos en un presente que nunca llega a ser pues siempre viene la siguiente ola de la novedad más novedosa, y vivimos un futuro que lo devoramos antes de que llegue a ser. Ni presente ni futuro. De la fe cristiana de un presente en tensión, intenso esperando un futuro que no se deja devorar porque será un regalo divino habla un villancico alemán todavía no abusado por ninguna fiebre consumista: «María caminaba por un bosque de espinas, Kyrie eleison, María caminaba por un bosque de espinas que en siete años no había reverdecido, Jesús y María// Qué portaba María bajo su corazón, Kyrie eleison, un niño colmado de sufrimiento, eso es lo que portaba María bajo su corazón, Jesús y María// Entonces las espinas florecieron en rosas, Kyrie eleison, cuando el niño atravesaba el bosque de espinas, éstas se hicieron portadoras de rosas, Jesús y María».