La presencia de los asesinados exige no sólo una apuesta de futuro por los medios pacíficos, sino una condena de la violencia terrorista de la que fueron víctimas. Al no hacerlo, Batasuna lo trae consigo allí donde quieren ser admitidos, al espacio de la democracia, atándonos a los demás a ese pasado de terror.
Recientemente se podía leer en estas mismas páginas, firmado por uno de sus analistas políticos, que el paso que se exigía dar a la izquierda nacionalista no debía venir de la mano de personas ‘limpias’, ‘no contaminadas’ hasta ahora por haber representado a la vieja Batasuna, sino que, por el contrario, debía venir de la mano precisamente de esas personas porque solo así se mostraría con toda claridad que es Batasuna la que rompe con ETA, que es Batasuna la que se declara autónoma de ETA. Tras la presentación, el pasado 7 de febrero, del nuevo partido que, por medio de sus estatutos y por los discursos que lo acompañan, pretende dar forma a esa ruptura, a esa autonomía frente a ETA, algún analista ha escrito que los jueces del Supremo tienen ahora la difícil tarea de analizar si Batasuna es sincera en su apuesta por el rechazo de la violencia, incluida la de ETA si se volviera a producir.
Poniendo en relación las dos opiniones, a uno se le ocurre pensar que las cosas podrían estar muy claras sólo con una simple afirmación por parte de Batasuna: condenamos la historia de terror de ETA, no sólo la que se pudiera producir en el futuro, sino toda la que ha producido a lo largo de su existencia. Si los ciudadanos escucháramos esa condena, el Supremo no tendría duda alguna respecto a la sinceridad de Batasuna, no albergaría dudas de que, incluso aunque se siguiera llamando de la misma forma, se trataría de un partido nuevo, puesto que habría roto el cordón umbilical que le une a ETA: compartir la misma historia de terror.
Los portavoces de Batasuna han puesto empeño en decir que la presentación del nuevo partido, los discursos que lo acompañan, con la referencia obligada a los documentos que han precedido, implican un punto de inflexión, significan un antes y un después. Pero todo lo fían al futuro. No hay ninguna referencia condenatoria al pasado. Es como si pretendieran un futuro sin pasado, o al menos que los demás no miremos al pasado ahora que ello apuestan por un futuro, al parecer distinto a ese pasado.
Pero miremos o no a ese pasado, ese pasado existe y está presente, es parte del presente y debe formar parte del futuro. Por eso es necesario preguntar cómo formará parte de nuestro futuro, no sólo del de Batasuna o del partido nuevo, sino del de todos nosotros. El pasado al que Batasuna no quiere hacer referencia alguna, aunque en los documentos que siguen citando como referencia ese pasado aparece en términos aprobatorios y positivos porque es el que fructifica en la apuesta actual, está presente porque hay asesinados que gritan desde su silencio obligado e impuesto. El presente de la sociedad vasca es incomprensible sin esa presencia de ausencias obligadas e impuestas. El presente de la sociedad vasca está conformado por las víctimas familiares de los asesinados. Y si ese pasado y este presente se borran, se ocultan, se evitan, el futuro político de la sociedad vasca se construirá sobre fundamentos falsos que no auguran nada bueno.
No puede haber un futuro político para la sociedad vasca sobre el fundamento de la mutilación de su pasado y de su presente, si de ese pasado y de ese presente se elimina la presencia de los asesinados. Esa presencia es la que exige no sólo una apuesta de futuro que prometa servirse sólo de medios pacíficos, no violentos, sino una condena de la violencia terrorista de la que ellos fueron víctimas.
Parece que Batasuna, transformada a hora en Sortu, quiere apostar por un futuro sin pasado. O al menos sin que los demás tomemos en consideración ese pasado. Pero al no referirse al pasado de terror, al no condenarlo, lo llevan consigo, lo traen consigo allí donde quieren ser admitidos, al espacio de la democracia, cargando ese espacio con ese pasado inconfesable, no condenado, con el que no rompen, del que no se liberan, atándonos a los demás a ese pasado de terror y violencia.
Batasuna pretende que los demás miremos al futuro que nos señalan sin tomar en consideración el pasado, mientras que ellos aportan, queriéndolo o sin querer, ese pasado de asesinatos al futuro de todos, con lo que el futuro sin pasado que quieren para nosotros se transforma en un futuro imperfecto para todos. Porque no sólo no condenan la historia de terror de la que ellos son parte integrante, sino que devalúan la historia democrática de los demás. Siguen hablando de solución democrática a alcanzar, siguen afirmando que es necesario conseguir las condiciones democráticas mínimas para solucionar el conflicto vasco, siguen diciéndonos que la democracia llegará cuando se cumpla su proyecto, sus planes, su diseño político para Euskadi y la sociedad vasca. Y siguen condenando el Estado -cuya definición incluye el monopolio legítimo de la violencia- porque rechazan todas las violencias, incluyendo la del Estado, que dejaría de serlo, y la de ETA si se produjera.
Son como los descubridores de América que gritan tierra, para darse cuenta que la tierra ya estaba habitada: había que convertir a los pobladores anteriores en iguales -en lengua, cultura y fe- a los españoles que los conquistaron. Ahora es la izquierda nacionalista la que descubre la democracia, para darse cuenta de que ese territorio ya tenía pobladores, pero que para que sean verdaderos demócratas se tienen que convertir -en lengua, cultura y fe políticas- en lo que ellos ya son y por lo que ETA ha matado.
Porque, y esto es lo que más importa, si el futuro sin pasado implica una mutilación del pasado real existente, implica una amputación del presente real de la sociedad vasca con todas las víctimas que incluye como fruto de un pasado que no debió producirse, se halla en paralelo con la mutilación de la sociedad vasca que pretenden para el futuro: ellos y los que ellos acepten son los demócratas, ellos y los que ellos admitan son los vascos de verdad, ellos y sólo los que ellos decidan serán miembros de pleno derecho en la Euskal Herria por ellos soñada. Son totalitarios que, en todo caso, acatan las reglas de la democracia, pero que no asumen los valores de la democracia. Aunque en esto no están solos.
Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 15/2/2011