Daniel Reboredo-El Correo
Las élites no pueden controlar sus explosivas contradicciones y se limitan a convocar cumbres como la de Biarritz, en cuyas profundidades se adoptan acuerdos opacos
Hoy comienza en Biarritz la cumbre anual de las siete potencias del G-7 (Francia, como anfitriona, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Italia, Japón y Reino Unido), acompañadas de España y Chile entre otros países invitados y de una UE adherida como miembro, pero que no ejerce la presidencia rotatoria. Hasta el próximo lunes, mandatarios de siete de las economías más grandes del mundo (Emmanuel Macron, Angela Merkel, Donald Trump, Justin Trudeau, Shinzo Abe, Boris Johnson y Giuseppe Conte), junto con los representantes de la UE Jean Claude Juncker y Donald Tusk y los invitados Pedro Sánchez y Sebastián Piñera, tratarán en la cumbre número 45 sobre el terrorismo y la defensa de las democracias contra las injerencias extranjeras, la desigualdad (de oportunidades, digital e inteligencia artificial, relacionada con la degradación medioambiental) y la lucha contra el tráfico de armas, drogas o migrantes, sobre todo en el Sahel.
A estas cuestiones básicas se sumarán otras como la crisis climática y la protección del medio ambiente, la tecnología y la nueva criptomoneda lanzada por Facebook (libra), el blanqueo de dinero y la protección del ciudadano en relación a las nuevas monedas virtuales, la tributación de las empresas digitales, el comercio y el FMI, la guerra comercial entre EE UU y China y las relaciones con Irán, Rusia y Corea del Norte. Para tratar todas estas cuestiones se ha invitado a otros países, fundamentalmente africanos, a participar en los debates y negociaciones de los tres grupos conformados: el Sherpa (dirige y coordina todo), el político y el financiero.
La semilla del G-7 germina en marzo de 1973 cuando el secretario del Tesoro estadounidense, George Shultz, convocó una reunión de los ministros de Finanzas de Alemania Occidental, EE UU, Francia, Japón y Reino Unido. A este grupo inicial se sumaron después Italia (Rambouillet, 1975) y Canadá (San Juan, 1977) formándose un G-7 al que se sumaría Rusia en 1998 (G-7 más Rusia o foro político G8) hasta marzo de 2014, momento en el que fue expuksada por la cuestión de Crimea. Al igual que ocurre ahora en Biarritz, los representantes de estos siete países se reúnen anualmente en lugares pertenecientes a alguno de los miembros con la finalidad de analizar el estado de la política y las economías internacionales e intentar aunar posiciones respecto a las decisiones que se toman en torno al sistema económico y político mundial. Complementa la coordinación económica mundial que lleva a cabo el G-20 y se plantea como la oportunidad de defender el orden basado en normas y sus organizaciones como planteamiento más idóneo para la gobernanza mundial.
Claro que una cuestión a analizar es la de si estas reuniones tienen alguna utilidad para los ciudadanos como la que ofrece a los organizadores y a quienes en numerosas ocasiones éstos representan en exclusiva. Esta duda se ha acrecentado después de las reuniones de Japón (2016), Italia (2017) y Canadá (2018) y con toda seguridad se mantendrá en esta de Francia y en la próxima de EE UU en 2020. Dudas como ésta y rechazo absoluto, con la amalgama que se encuentra entre ambas opciones, es lo que expresa la contracumbre internacional de Irún y Hendaya, que ha ofrecido conferencias, talleres y conciertos, y que ha organizado movilizaciones para este fin de semana. Una protesta impulsada por aquellos que tienen claro que sólo es una maniobra del poder establecido para que los ciudadanos asuman, desde una óptica altermundista, que el G-7 es algo necesario y beneficioso, y que puede resolver los problemas que genera el sistema aunque sea, una vez más, un fracaso diplomático y se incumplan más tarde los compromisos adquiridos.
En eventos como éstos son habituales los distintos estilos y maneras de actuar, la diversidad de reivindicaciones, las posturas diferentes, etc. La resistencia planteada por aquellos que rechazan el mundo que defiende el G-7 y abogan por otro tipo de sociedad, en reuniones anteriores (G-20 en Hamburgo en 2017, G-7 en Quebec en junio de 2018, y G-20 en Buenos Aires en noviembre y diciembre de 2018) se mantendrá en Biarritz.
El mundo se enfrenta a una crisis estructural profunda y su resolución requiere de una reestructuración a fondo del sistema. Las crisis estructurales mundiales en las décadas pasadas se resolvieron mediante una reorganización, que produjo unos nuevos modelos de capitalismo. Sin embargo, el sistema capitalista neoliberal parece incapaz de recuperarse, se hunde más en el caos y las élites globales no pueden controlar sus explosivas contradicciones y se limitan a convocar unas cumbres (Club Bilderberg, G-7, G-20, Foro Económico Mundial o Foro Davos, etc.) en cuyas profundidades se adoptan acuerdos opacos que nada tienen que ver con lo que se conoce y que en nada benefician a los ciudadanos y a las grandes mayorías sociales.
Desde que el capital global se liberó de las restricciones a la acumulación que imponían los Estados-nación, las élites se han apropiado del poder estatal en la mayoría de países del mundo y han utilizado ese poder para impulsar el modelo neoliberal. Y en esas estamos. De ahí que los ciudadanos deban de ser capaces de tener una visión más amplia del presente, sometido como se halla por quienes han decidido cuál es el destino que le corresponde vivir a la humanidad y, con ella, a la naturaleza en general, bajo la tutela de quienes controlan el mercado global. Conocer esta situación es la primera obligación de una ciudadanía abúlica, desorientada y errática como la de nuestra época.