- Si eres alérgico a la verdad y no conoces el concepto de vergüenza, es difícil que te pongan en apuros en un interrogatorio, y menos dos senadores pasados de vueltas
No sé si Sánchez será cinéfilo. Si lo es, a tenor de su círculo de amigos –Ábalos, Koldo, Cerdán–, lo imagino como un amante de añejas comedias rijosas tipo Porky’s o Los Albóndigas en remojo. Ahí se recoge bien el auténtico espíritu de la facción masculina del partido feminista y progresista.
Pero alguien de su batallón monclovita de más de 900 asesores sí entiende de cine y sabe bien qué es un Mcguffin. Ese concepto lo inventó el sagaz Alfred Hitchcock, el mago del suspense, y consiste en despistar al espectador con una pequeña treta, una incidencia paralela sin importancia, que distrae del meollo de la trama.
El Mcguffin del interrogatorio en el Senado fueron unas aparatosas y caras gafas de diseño, que hasta ahora jamás había mostrado. Esas lentes, que se caló a ratos, suponen toda una metáfora de Sánchez. En primer lugar, porque delatan el socialismo caviar del personaje, pues eran de Dior y cuestan unos 300 pavos. No están al alcance de «la gente» para la que dice trabajar mientras la cruje a impuestos. En segundo lugar, porque eran una engañifa más. Comenzó utilizándolas para leer, pero pasado un rato ya las sostenía en la mano mientras leía perfectamente sin ellas. Los aficionados al fútbol recordarán cuando Cristiano se presentó a firmar el que sería su último contrato con Florentino con unas llamativas gafas. Resultó que carecían de graduación. Eran un Sánchez.
Don Pedro tiene 53 años. Aunque ha envejecido y se le ve enjuto, ojeroso y macilento, sus seguidores pueden celebrar que goza de una salud corporal excelente. A partir de los 50, casi todos los varones reciben los primeros avisos de la presbicia y la próstata. Mi Persona no: las gafas semejan un fake (ergo ve bien) y se tiró cuatro horas sentado sin necesidad de ir al baño (una próstata de acero). Más preocupante es lo que atañe al riego cerebral, pues al parecer nuestro Gran Timonel empieza a acusar problemas de memoria. El hombre no se acordaba de nada, ni siquiera de la última vez en que trincó en metálico del PSOE. Solo recordaba que eran cifras «anecdóticas». Si te compras gafas de Dior, igual un buen sobre lleno de chistorras y lechugas te parece solo una anécdota.
La comisión se atuvo a lo previsto: un Sánchez perdonavidas con vocecilla mansurrona y una oposición que se ilusionó tanto con la oportunidad que no encontró el tono. Una de las primeras pautas en un debate es no perder la templanza, no calentarse, pues está comprobado que quien se sulfura pierde puntos ante los espectadores. Sánchez, un pez frío que ni siente ni padece, lo aplicó. Los senadores de la oposición, no. El de Vox se mostró hiperventilado. El PP, como si se hubiese trasegado tres Red Bull de penalti para insuflarse ánimos. No dieron con la técnica de interrogatorio adecuada, que debería haber consistido en preguntas cerradas, sin añadir divagaciones, y con repreguntas astutas (Cayetana, por ejemplo, lo habría bordado).
Pero es cierto que la tarea era harto complicada. Es dificilísimo avergonzar a quien es ajeno al concepto de vergüenza, o hacer decir la verdad al que es adicto a la mentira. Sánchez empleó dos mañas: una amnesia galopante –«no me consta», «no me acuerdo»– y la vieja máxima de «la mejor defensa es un buen ataque». Estamos ante un político que no conoce el pudor. Con aire de cordero degollado, le afeó al senador del PP que le hubiese preguntado por la vida de su hermano David en Elvas, pero al cabo de unos minutos era él mismo quien hacía oposición a la oposición sacando al hermano de Ayuso a colación. La jeta de hormigón armado llega al extremo de que llegó a proclamar que su Gobierno es «el más limpio de la historia de la democracia». Todo un mérito, toda vez que están empurados su mujer, su hermano, su fiscal y sus dos secretarios de organización.
Sánchez sale ileso. O quizá no tanto. En todas sus respuestas, en lugar de contestar sí o no, recurría al escudo de un condicional: «que yo sepa», «no me consta». No está en condiciones de negar en firme aquello de que se le acusa. Denota que es muy consciente de que el interrogatorio de ayer puede tener una futura segunda vuelta en tribunales y con él en el banquillo (sobre todo si pierde el parapeto del poder). Revelador de que queda todavía mucha morralla bajo la alfombra el hecho de que haya pasado muy de puntillas sobre Ábalos, sin dedicarle directamente una mala palabra. Don Pedro sabe que Don José Luis, su viejo compinche, es su espada de Damocles, pues conoce todos los secretos. Si le tocan las meninges, o si entra en las hospederías del Estado, puede cantar La Traviatta y llevarse por delante a Mi Persona y su tinglado imposible.
Por lo demás, todavía me estoy enjugando alguna lagrimilla de las que me brotaron cuando Don Pedro se quejó de cómo se mancillaba la memoria del entrañable Sabiniano sacando a relucir sus puticlubes Y es que ya lo decía Don José Luis en frase memorable, «soy feminista, porque soy socialista», pero si el viejo me pone un piso…
El autócrata –qué manera tan descarnada de despreciar al Senado– salvó el trago, porque la oposición es bastante torpona. Pero está más quemado que un churrasco elaborado con queroseno.