Arcadi Espada-El Mundo
Sin embargo, la anécdota tertuliana es irrisoria comparada con las consecuencias de llevar esa política al ámbito donde se ventilan los asuntos importantes de nuestra época, que es el del deporte. No hay muchas especialidades deportivas en que las mujeres sean mejores que los hombres. Tampoco el ajedrez. Se ha aceptado con una facilidad machista-leninista que mujeres y hombres compitan separadamente. Lo que supone algo delicado y veraz: se asume que el sexo es un hándicap en el deporte y se actúa en consecuencia. Es complejo saber por qué es un hándicap: tiene que ver con la fuerza y la potencia que da la biología masculina; pero también con la competitividad, el liderazgo y la obstinación. Sea cual sea la causa, la pregunta incómoda sigue en pie: ¿por qué no hay cuotas en el deporte? ¿Cuál es la razón de que en el Real Madrid CF no jueguen seis y seis? (Lo sé: ahora son 11, pero lo impar es machista, y eso debe cambiar). ¿Por qué el deporte conserva el privilegio de ser la única ceremonia de la vida regida por la excelencia? Si la excelencia ya no es el criterio que rige en el arte, la política, la ciencia, si ¡incluso! amenaza con no regir las tertulias, ¿cuál es la razón del anacronismo deportivo? Es cierto que en el deporte los criterios de valoración son cruelmente objetivos y no se pueden disfrazar. Pero qué importa que la excelencia se muestre impertinente y arrogante: razón de más para echarla a patadas.
De modo que tertulianos y futbolistos vayan ahuecando.