Al margen de las apariencias, hoy ni el PNV, ni EA, ni Aralar están interesados en que la izquierda abertzale vuelva a ser legal de cara a las próximas elecciones. Es lo que deja en nada el ofrecimiento de Urkullu a Zapatero para mediar ante la izquierda abertzale o ante ETA. Ni la una ni la otra necesitan del PNV para hablar con el Gobierno.
El logro de la paz continúa siendo un factor de especulación política, incluso ahora que el problema del terrorismo puede darse por amortizado. Una frase pronunciada por un Zapatero eufórico tras la remodelación de su Gobierno -«los pasos de la izquierda abertzale no van a ser en balde»- ha sido suficiente para reabrir la polémica sobre si nos encontramos ante un cambio de estrategia, o si el presidente se dejó llevar por su ‘buenismo’. Lo cierto es que los socialistas han dejado de lado el mensaje de que «todo es ETA» para dispensar un trato diferenciado a lo que representa Rufi Etxeberria respecto a la banda terrorista. El único riesgo que corren con esta variación de rumbo es que se adelanten demasiado a los acontecimientos. Pero para eso está la modificación de la legislación electoral, estrechando la puerta de acceso por la que la izquierda abertzale tendría que recuperar la legalidad.
La pregunta crucial no es si el Estado de Derecho va a flexibilizar sus criterios para permitir que la izquierda abertzale concurra a las elecciones locales y forales. La cuestión es si lo que queda de ETA está tan mellado como para permitir que la izquierda abertzale se someta a la Ley. En otras palabras, si ETA está tan debilitada que no se siente con fuerzas para disputar a los dirigentes de la izquierda abertzale el liderazgo sobre su mundo. En caso contrario, tratará de impedir que la izquierda abertzale vuelva a la legalidad, que sería tanto como concederle la dirección del MLNV. Si el Gobierno de Zapatero y Rubalcaba quisiera realmente incorporar a la izquierda abertzale a los comicios del próximo mes de mayo, mejor haría en mantener el listón de sus exigencias tan alto que obligue a los herederos de Batasuna a esforzarse en soltar amarras respecto al pasado etarra. Si no, solo conseguirá el envalentonamiento de sus bases, dispuestas a renunciar a los cargos públicos con tal de no pasar por el aro de la legalidad.
Las cosas se mueven, claro que sí. Pero no necesariamente hacia delante. Más bien describen movimientos circulares. La izquierda abertzale necesita compañeros de viaje para acabar con la inercia etarra sin romper con ETA. Son los que le sirvieron de excusa en el reciente Acuerdo de Gernika para demandar ventajas penitenciarias para los presos -tema tabú hasta entonces- y tratar así de contener la vía de agua provocada por Rubalcaba con su listado de beneficiarios. Rufi Etxeberria necesita contar con masa crítica entre los presos para hacerse valer en ETA, y para ello está obligado a ofrecer expectativas personales más dignas que la del entreguismo a los señuelos de Instituciones Penitenciarias.
La izquierda abertzale necesita socios que le faciliten el despegue. En verano esos socios parecían conformar un polo soberanista conjurado para disputar al PNV la hegemonía del nacionalismo. Pero en otoño las cosas han cambiado. Tras el Acuerdo de Gernika y la exhibición de EH Adierazi en la manifestación del pasado 2 de octubre, los integrantes del citado polo y Aralar requieren la participación del PNV en el «proceso», vocablo con el que cada cual trata de confundir sus intenciones. Precisan mayor fuerza para avanzar, aunque no sepan hacia dónde. Pero, sobre todo, la izquierda abertzale, Aralar y Eusko Alkartasuna sienten la angustia de encontrarse solos y sin la cómoda compañía jeltzale.
Porque la exclusión del PNV en nombre de un soberanismo pretendidamente auténtico les obligaría a unirse, dejando de lado sus diferencias de origen e integrándose en un magma al servicio de los seguidores de Rufi Etxeberria. Paradójicamente, la compañía del PNV, aunque sea puntual y condicionada, permite a cada cual remarcar su presencia en ese todo difuso del «proceso». Bajo la sombra de Egibar, a Zabaleta se le hace más llevadero soslayar el debate sobre si, en buena lógica, Aralar debiera integrarse en una izquierda abertzale desarmada para la que nació. Bajo esa misma sombra, a Pello Urizar le resulta más fácil escabullirse de los compromisos contraídos para garantizar la presencia de la izquierda aber-tzale en los comicios de mayo. Y qué decir de la propia izquierda abertzale ante el momento decisivo de registrarse como partido nuevo, con estatutos semejantes a las formaciones parlamentarias, y con candidaturas que pudieran atravesar el múltiple filtro de la legalidad. La compañía del PNV, aunque sea puntual, le liberaría del compromiso de tener que acordar algo con EA y le permitiría cuestionar abiertamente la razón de ser de Aralar.
Claro que el astro dominante, el PNV, tiene algo que decir. Se mostró indignado ante su exclusión del polo soberanista. Pero está sabiendo contener su enojo con la esperanza de que le rente más la unidad de inacción en la que se convertiría el reencuentro de toda la galaxia abertzale. Al margen de las apariencias, hoy ni el PNV, ni EA, ni Aralar están interesados en que la izquierda abertzale vuelva a ser legal de cara a las próximas elecciones locales y forales. Es lo que deja en nada el ofrecimiento de Urkullu a Zapatero para mediar ante la izquierda abertzale o ante ETA. Ni la una ni la otra necesitan del PNV para hablar con el Gobierno. Si acaso, necesitan del PNV para librarse de la pegajosa compañía de Eusko Alkartasuna y de Aralar que, por otra parte, también precisan desentenderse de la suerte que el Estado de Derecho le depare a la izquierda abertzale.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 23/10/2010