En la triste -triste para los que creemos en España y en su unidad- sesión plenaria del Congreso de los Diputados que inauguró el jueves pasado la nueva legislatura tuvo lugar lo que muchos nos temíamos y que tan sólo un reducido grupo de optimistas inasequibles al desaliento se resistía a aceptar, el hecho desolador de que una amalgama de enemigos jurados de la Nación, en la que hay que incluir para nuestra desgracia al PSOE, encabezada por Pedro Sánchez, se hizo con el control de la Mesa de la Cámara eligiendo como presidenta a una mallorquina pancatalanista cuya lealtad está más decantada hacia el imperialismo nacionalista de Junts que hacia el Estado del que es la tercera autoridad en orden jerárquico.
La decisión final del prófugo de Waterloo de respaldar al presidente del Gobierno en funciones estaba cantada porque en su maligna obsesión antiespañola siempre se inclinará por lo que más daño haga a la entidad histórica, jurídica, cultural y política a la que percibe enloquecido como su mortal enemiga. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que todo aquello que alimente y prolongue la vida del patógeno letal que habita La Moncloa responde perfectamente a sus demenciales y destructivos objetivos. En realidad, las concesiones que ha recibido de Sánchez son más etéreas que reales. La Unión Europea nunca aceptará las lenguas cooficiales españolas en determinadas Comunidades como oficiales en sus instituciones porque ello la obligaría a dar análogo trato a decenas de lenguas regionales que existen en otros Estados Miembros, lo que es financiera y logísticamente irrealizable. Además, hay gobiernos, como es el caso de Francia, por citar el más notorio, muy celosos de su cohesión nacional centralizada, que jamás consentirán que se siente este precedente. En cuanto al uso del catalán, el vascuence y el gallego en el Congreso, sede de la soberanía nacional indivisa e indivisible según nuestra Ley Fundamental, es también una solemne estupidez. ¿Acaso los Grupos van a renunciar a que sus propuestas e intervenciones sean entendidas por todos los ciudadanos? ¿Se va a transformar nuestro Parlamento en una babel confusa y delirante en la que sus señorías deban escucharse entre sí mediante un sistema de interpretación simultánea como en la Eurocámara o en la ONU? ¿Puede este disparate ponerse en marcha sin una modificación debidamente debatida del Reglamento por una simple disposición unilateral de dudosa base legal de la inefable Francina Armengol? La imagen de las sufridas taquígrafas con pinganillo causa irrisión. Queda la cuestión de la llamada “desjudicialización” del grotesco próces. Nuestro orden jurídico prohíbe los indultos colectivos y hay centenares de encausados por los distintos delitos cometidos en torno al intento de golpe del 1 de octubre de 2017. ¿Piensa el Gobierno pasar por encima del poder judicial como si fuésemos una república bananera? ¿Va a reformar la Constitución? En definitiva, el zumbado huido de la justicia no ha dado la orden a sus diputados de votar a Armengol por el contenido de su pacto con Sánchez, sino porque sabe que una repetición de su mandato es el arma más eficaz para liquidar a España como sujeto soberano identificable.
Abascal, lógicamente indignado por semejante desconsideración, dio instrucciones de votar a su propio candidato. En otras palabras, el espacio liberal-conservador además de derrotado, dividido. Admirable logro
A todas estas, se ha producido en el transcurso del aciago pleno de marras un incidente descorazonador. El Partido Popular, una vez conocedor de que las intrigas de Bolaños habían conseguido su propósito, rompió su acuerdo con Vox de cederle un puesto en la Mesa produciéndose así la incongruencia democráticamente infumable de que el cuarto Grupo parlamentario tenga en dicho órgano dos representantes y el tercero ninguno. Abascal, lógicamente indignado por semejante desconsideración, dio instrucciones de votar a su propio candidato. En otras palabras, el espacio liberal-conservador además de derrotado, dividido. Admirable logro.
En contraste, es digno de análisis el muy superior manejo de su bando que hacen los socialistas en comparación con la torpeza del lado de sus oponentes. Una turbamulta de partidos de variopinto pelaje, comunistas, separatistas y filoterroristas, una horda en principio caótica y difícil de disciplinar, sabe actuar a toque de silbato frente al que consideran su enemigo común, al que describen aviesamente como la odiada derecha reaccionaria e involucionista, insensible a los desfavorecidos y nostálgica del fascismo. El PP y Vox, como en la célebre fábula de Iriarte, perdidos en sus discusiones sobre si sus perseguidores son galgos o podencos, se hostigan mutuamente, no aciertan a definir y estabilizar su relación, mientras son destrozados a placer por los colmillos de una izquierda mucha más hábil y astuta. ¿Alguien oyó hablar del pacto tripartito en Navarra con apoyo de Bildu en el período comprendido entre el 28 de mayo y el 23 de julio? Por supuesto que no porque en la izquierda hay profesionales que saben lo que se traen entre manos. En la derecha, en cambio, proliferan los aficionados que se dedicaron durante las cinco semanas entre los comicios municipales y autonómicos y los generales a airear pactos que, con distintos ritmos, contenidos y criterios, pusieron en bandeja al PSOE y a sus compinches alertar sobre el regreso del franquismo, la amenaza de la ultraderecha y demás espantajos.
Reaccionar a tiempo
Al final, como en tantos aspectos de la actividad humana, los más competentes e inteligentes, sirvan a buenas o malas causas, son los que triunfan. En la infortunada España de hoy, por doloroso que sea reconocerlo, hay más materia gris operativa en la izquierda que en la derecha. Si a esta circunstancia desfavorable se une que el jefe del equipo de demolición constitucional organizada carece por completo de escrúpulos, nuestro futuro colectivo se perfila más bien oscuro. Quizá nuestra única esperanza sea que en Génova 13 y en Bambú 12 lean este artículo, lo entiendan y reaccionen a tiempo. Tenue esperanza, admito.