Kepa Aulestia-El Correo

La comunidad autónoma que parecía una de las más previsibles se ha vuelto, de pronto, imprevisible. No es que Galicia haya cambiado. Más bien ocurre que infinidad de miradas se han fijado en aquella tierra a la espera de que en las elecciones de mañana el Partido Popular no obtenga mayoría absoluta. Más que los pronósticos pesan las expectativas y los deseos que derivan de la conversión de la cita en un plebiscito del que pretende ser partícipe toda España.

Tan novedosa efervescencia, focalizada en el noroeste, comenzó con la aparición de pellets en las playas gallegas, acompañada de un cruce de reproches entre responsables del Ejecutivo autonómico y del Gobierno central. El recuerdo del hundimiento del Prestige y su gestión generó una marejada de expectativas sobre la eventualidad de que el destino de un contenedor que cayó al mar frente a la costa portuguesa podía arrastrar tanto a Alfonso Rueda como a Alberto Núñez Feijóo. Hasta que, de pronto, los pellets desaparecieron de escena. Como si así lo hubiera decidido no se sabe quién.

La amnistía ocupó el lugar de aquellos diminutos granos de material plástico, pero en sentido contrario. Su crítica pareció apropiarse de todo, sin que las candidaturas favorables a esa concesión al independentismo catalán tuvieran posibilidad alguna de escabullirse de una diatriba demasiado maniquea para el sentir popular. Pero, también de pronto, un encuentro ‘off the record’ del PP con un grupo de periodistas situó a los populares en una enorme confusión respecto a sus intenciones de fondo. Sobre si consideran pendiente la reconciliación en y con Cataluña, sobre si la amnistía pudo ser motivo de reflexión durante 24 horas, o sobre si en su caso el Gobierno podría indulgente con condiciones.

Galicia es una tribu distinta, capaz de metabolizar esos vaivenes de campaña hasta regresar al punto de partida sin verse afectada. Claro que bastaría un solo escaño para proyectar la sensación de que todo ha cambiado en Galicia. Pero aunque la confrontación electoral haya parecido esta vez más tensionada, más polarizada que nunca, es la percepción de quienes contemplamos a distancia lo que ocurre allí, fijándonos únicamente en los titulares que paisanas y paisanos siguen aún a más distancia.

Una tribu melancólica, si acaso. Pero nada dramática. Por eso mismo, la visita de Isabel Díaz Ayuso en la jornada final de campaña poniendo en valor los bosques de eucaliptus, refiriéndose a la Ría de Vigo como «bahía», o insistiendo en llamar Sanjenjo a Sanxenxo parece tan fuera de lugar que –como todos los demás errores no forzados que ha cometido el PP– solo podría explicarse porque la supuesta estrategia electoral del partido mayoritario ha sido dirigida por personas o según criterios ajenos a la tribu. Aunque la propia tribu se muestre escéptica ante los golpes de efecto con los que los supuestos estrategas tratan de darse notoriedad.