- Los actores secundarios, sean mejores o peores, no son cruciales en un partido que tiene una ventaja: un ideario claro y del que ostenta el monopolio en España
Vox se fundó en diciembre de 2013 y Abascal, de 48 años, es su presidente desde el año siguiente. Antes se había distinguido por su valiente lucha contra ETA en el País Vasco desde las filas del PP, partido al que se afilió en 1996 y en el que trabajó hasta llegar a Vox.
El nuevo partido, con una forma de comunicación contundente, directa y de cierto barniz populista, supuso un revulsivo contra el separatismo y la ingeniería social socialista, ante los que Rajoy había mostrado una parsimonia que resultó dolorosa para muchos votantes de derechas.
La nueva formación, orgullosamente conservadora y españolista, dio su gran estirón electoral en las generales de 2019, cuando obtuvo su mejor resultado, 52 diputados, en un momento en que el PP hacía agua con Casado. En las de 2023, Vox cayó a sus 33 escaños actuales y ahora está experimentado una clara subida, gracias a sus alianzas internacionales, que lo sitúan en la ola política en boga; a que ha abandonado las responsabilidades de Gobierno, lo que le permiten volver a predicar sin tener que dar trigo y vender una expectativa; y por el despiste ideológico que impera en el PP, que a veces ya no se diferencia de lo que era Ciudadanos. La última encuesta de este periódico sitúa a Vox en 49 escaños.
Amén de las estériles bofetadas entre PP y Vox, y viceversa, que son el mejor bálsamo para Sánchez, la formación de Abascal está dando que hablar esta semana por la marcha de Juan García-Gallardo, su hombre en Castilla y León, que se va con duras críticas en voz alta al núcleo dirigente. Gallardo, un abogado burgalés de 33 años, es un buen chaval y hace gala de las mejores intenciones. Pero en política se le calentaba la boca y tenía una cierta propensión a meter la zueca, lo que provocó que los jefes de Vox se fuese aburriendo de él y tuviesen ganas de probar con otro. Ahora Gallardo lo deja, pero estamos ante una de esas de esas marchas que ocurren dos minutos antes de que te echen.
Tras esta nueva renuncia, algunos politólogos apuntan que existe un problema serio en Vox, pues el enojado portazo de Gallardo se suma a las marchas las de los fundadores Espinosa de los Monteros y Rocío Monasterio –que todavía siguen apareciendo junto a Abascal en la foto de la web oficial del partido– y a la de la inestable Macarena Olona, amén de algunos diputados regionales anónimos que también lo han dejado. Tampoco se ve especialmente feliz a Ortega-Smith, otro pata negra.
Discrepo de que el goteo de fugas suponga un problema para Vox. Espinosa tenía una calidad política muy alta, tal vez superior a la de su propio jefe de filas –no así otros chavalines que pusieron en las listas porque no encontraban otra cosa, caso de Gallardo–, pero no creo que Vox acuse su marcha, o la de Olona, o las que puedan venir, porque tiene su espacio político garantizado.
Debido a la dejación de funciones del PP genovés y morenista en lo que atañe a la crucial batalla de las ideas, Vox ostenta el monopolio político de un forma de ver el mundo que expresan muy claramente cuando se definen: «Nuestro proyecto se resume en la defensa de España, de la familia y de la vida; en reducir el tamaño del Estado, garantizar la igualdad entre los españoles y expulsar al Gobierno de tu vida privada».
Gusten más o menos sus formas, y aunque a veces incurren en la simplificación facilona, lo cierto es que siguen siendo leales a ese ideario. Cumplen con sus principios, que por desgracia solo defienden ellos (y ciertos políticos del PP, pero que hoy no son los que mandan en ese partido). Además, Abascal, aunque lleva ya más de diez años en el cargo, todavía conserva su tirón carismático.
La marcha de actores secundarios no va a mermar a Vox. En cuanto a las quejas sobre que existe una «dictadura» de la cúpula, suenan un tanto adolescentes. No existe partido, o empresa, que funcione sin una jefatura fuerte, respetada y con ideas nítidas.
¿Llegará Vox a despegar como Meloni en Italia o Le Pen en Francia hasta ser una opción de gobierno? Eso ya es otra historia. Les queda mucho trecho. Pero no cabe duda de que la amenaza suprema que supone Sánchez y el desguace que ha iniciado de la nación española favorecen la pervivencia de un partido que se planta contra esa deriva sin una sola concesión.