HERMANN TERTSCH-ABC
La Nación española tiene otra prueba de lo poderosa que es con la ley en la mano
PUEDE que sea una nueva estratagema para demostrarnos que, más allá del ADN fino y francés de los catalanes y el tosco y canalla africano de los habitantes del resto de España, es cierto que somos tan distintos los demás españoles de ellos. De ellos, los separatistas. Porque el espectáculo que nos dan estos días todos los cabecillas del golpe de Estado en Cataluña es algo que tiene muy poco de español. Algunos lo verán como una prueba de las virtudes del pragmatismo. También puede entenderse como una simple añagaza para salir de la cárcel. Pero también es el mayor alarde de cobardía visto en tierra española en siglos. Como la demostración de la peor falta de gallardía y honor de quienes estuvieron muy dispuestos a asumir inmensos daños para otros e intentan evitar todo perjuicio propio. Cobardía de máxima pureza. Algo impropio de España donde siempre hay valor y gallardía individual que, si no compensan, sí consuelan por debilidades y cobardías. Si los golpistas de la Generalitat en 1934 huyeron por las alcantarillas ante cuatro tiros del general Batet, las cloacas son hoy esa retractación falsaria que evidencia la ínfima calidad y catadura. Hubo un tiempo en el que los nacionalistas encarcelados por atentar contra el Estado morían de huelgas de hambre. Estos hoy no perdonan una merienda.
Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, son máximos dirigentes de la ANC y de Òmnium Cultural, dos de los más aguerridos caudillos separatistas que desde hace años amenazan a los españoles con catástrofes si no se avienen a sus planes de ruptura de España, su Nación y Estado. Ayer, ante el juez, los Jordis juraron fidelidad incondicional a la Constitución. Si le ponen el himno de la Guardia Civil o la Legión, habrían desfilado por el despacho judicial. Gastaron millones de euros y de horas laborales en hacer daño a España. Estafaron a la sociedad. Ahora dicen que todo eran actos simbólicos, poco menos que una broma. Ni rastro ya de provocaciones, amenazas y ultimátums. Todo gracias a Estremera.
También rectificó Joaquim Forn, tan agresivo y provocador él que llegó a amenazar a Guardia Civil y Policía Nacional con que los Mozos de Escuadra les harían frente. Ahora dice que él no mandaba y los Mozos golpistas estaba a las órdenes de Josep Lluis Trapero. Que por cierto aún no está en la cárcel. Como Artur Mas, todos echan la culpa al prójimo. Peor aun, al subordinado. Mientras estos se retractaban de todo y juraban lealtad eterna a la Constitución, Carmen Forcadell anunciaba que no presidiría el Parlamento catalán. Con una previsible petición de quizás veinte años de prisión no le apetece repetir. Otros imputados también se han quitado de en medio, unos de forma más discreta que otros.
La moraleja es evidente. Cuando en España se aplica la ley contra los enemigos del Estado los efectos son más que beneficiosos, son milagrosos e inmediatos. Lástima que se haga tan poco. Afortunadamente Cataluña no tenía un espacio judicial propio como tantos quisieron otorgarle. Y estaban los jueces para imponer la ley. Si es por los políticos, mal vamos. Porque tienen más miedo a que se aplique la ley que los delincuentes. Porque les impide consumar sus cambalaches. Los caudillos separatistas además de cobardes son tramposos y mentirosos. Que reincidirán, nadie lo dude. El reto separatista continuará. Pero la Nación española tiene la prueba de lo inmensamente poderosa que es con la ley en la mano. Si comienza a aplicarla con firmeza y consecuencia en todo el territorio nacional e impide que la vacíen con indultos que nunca tuvieron otros golpistas, España podría estar al principio del final de algunas de sus peores pesadillas.