Game over

ABC 16/11/14
IGNACIO CAMACHO

· El 9-N no ha roto España pero sí el último y débil hilo de lealtad que unía a las instituciones catalanas con el Estado

EL 9 de noviembre no se produjo la ruptura de España pero lo que sí se rompió fue el último y débil hilo de lealtad que unía a las instituciones catalanas con el Estado. Si quedaba alguna brizna de confianza se la ha llevado el viento del oportunismo político. La querella contra Artur Mas, cuando los fiscales tengan a bien ponerse de acuerdo para presentarla, representa la disolución de los lazos oficiales entre el Gobierno autonómico de Cataluña y el de la nación, cuyo presidente se siente chuleado. La maniobra subterfugial de Mas al organizar el simulacro de referéndum ha volado los puentes que aún se sostenían. Gameover. A partir de ahora en esta legislatura no queda nada que esperar de la llamada «tercera vía». Rajoy no va a negociar con quien entiende que le ha traicionado.

Durante las últimas semanas, La Moncloa mantuvo abierta una línea de diálogo con la Generalitat a través de intermediarios, con un delegado del PSOE como parte invitada. El Gobierno creyó que había establecido con las autoridades catalanas un quid pro quo; suspendida la consulta por el Constitucional, estaba dispuesto a tolerar un sucedáneo organizado por los brazos civiles del independentismo, con las instituciones al margen. Una especie de Diada con urnas de cartón que le salvase la cara al líder nacionalista. Pero Mas se implicó en el operativo, le dio músculo oficial, desafió la ley y sacó pecho, dejando a Rajoy en una situación muy desairada: no solo había permitido un fraude sino que toda España entendió que le habían tomado –a él– el pelo. Tiene un cabreo monumental, cósmico: sabe que su estrategia de pasividad contemplativa le ha hecho quedar como un pasmarote.

El presidente está que brama, y no solo con Mas. Cree que los socialistas han eludido implicarse en sus responsabilidades de Estado. En ese sentido las consecuencias del 9-N alcanzan también al consenso parlamentario, que quedará reducido al protocolo mínimo. Si hasta ahora el marianismo ya estaba enrocado, lo que queda de mandato va a ser una apoteosis de soledad. La desconfianza presidencial es completa: afecta al fiscal general, a parte del Gabinete e incluso a una significativa porción de dirigentes territoriales del partido. El último año no tendrá concesiones.

Lo sucedido esta semana ha atornillado a Rajoy en su posición más recelosa. Lejos de abrirse se reafirma en su estanqueidad política. No negociará con Cataluña pase lo que pase, seguirá concentrado en la economía y difícilmente aceptará hablar en serio sobre la reforma constitucional. Si puede, hará desfilar a Mas ante el Supremo –del Tribunal Superior de Cataluña se espera poco– imputado de desobediencia. Política de ceño fruncido y estabilidad agarrada a la mayoría absoluta por el tiempo que le dure. Y luego que decidan los ciudadanos. «Après moi, le déluge», dijo Luis XV, que no tenía que presentarse a las elecciones.