José María Ruiz Soroa-El Correo

  • El moderantismo tiende a ser arrinconado en la derecha y en la izquierda

Aunque sea mucho menos utilizada que izquierda / derecha oprogresismo / conservadurismo, la división entre las formas de afrontar la política que propone Thomas Sowell resulta sumamente esclarecedora. Existe según él un conflicto entre las dos «visiones comprensivas y actitudinales» (dos «paradigmas intelectuales») desde las cuales se comprende y actúa en política. Una es la que denomina «visión restringida», la otra podemos denominarla visión heroica.

La visión restringida acepta de entrada que la política está constreñida dentro de límites bastante estrechos. No se trata de los diques cautelosos al poder que imponen las democracias liberales, que también, sino de las limitaciones objetivas de la política en cuanto a su capacidad de producir cambios eficientes en la sociedad. Limitaciones (escribe Arias Maldonado) tales como la pluralidad humana que implica divergencia de valores y fines entre individuos y grupos; la escasez relativa de bienes que exige ordenar la satisfacción de esos fines; la imposibilidad del consenso total o de su perduración estable; la peligrosidad de unos hombres para con otros; la vulnerabilidad emocional del individuo, los recelos y el doble lenguaje. La política puede mucho menos de lo que le gusta creer si hablamos de poder efectivo y a largo plazo. Y no se parece en nada a la búsqueda del consenso sobre un bien común susceptible de ser encontrado mediante una deliberación racional en condiciones adecuadas (lo verdadero), sino mucho más a una práctica humilde y cansina del trato y el regateo (lo posible)

La visión no restringida, predominante en siglos de reflexión política occidental, contempla la política como la actividad proveedora de sentido al comportamiento del ser humano ante la contingencia del mundo, defiende su capacidad de obtener resultados mediante diseños racionales de acción, es antropológicamente optimista y piensa que su gran héroe (el Estado) debe y puede mejorar al ser humano inculcándole la virtud cívica que le falta cuando está dejado a sí mismo o al dominio ideológico del sistema mercantil. Si el hombre es un animal político, su excelencia estará sin duda en llevar a su extremo esa condición, y el que se refugie en sus pasiones privadas será un idiota.

Para unos, la democracia liberal que vivimos es un sistema diseñado para funcionar razonablemente bien con una implicación mínima de una ciudadanía que es bastante indiferente e inculta, y por eso está constitucionalmente sesgada a favor de la protección de lo ya existente. Esto lo ven como un mérito, no como un defecto. Para los partidarios de la visión amplia, esta propuesta es poco menos que repugnante: la democracia (a la que nunca llaman «liberal», sino «auténtica» o «genuina») es la realización del ideal del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Que, por ello, si se lo propone unido, será capaz de reformar sin límite.

Se tiende a considerar que la visión heroica es la de la izquierda, y frecuentemente es así, pero también ha habido y hay políticas heroicas de derechas (pues «esta deja de ser conservadora cuando se destruye su mundo), tales como el fascismo, el peronismo, el populismo nacionalista o el neoconservadurismo de Estados Unidos contemporáneo. Porque lo relevante no es tanto la dirección ideológica del impulso cuanto la visión que lo anima (la voluntad como capacidad de romper el nudo de la realidad) y la herramienta predilecta que usa: la acción pública, el Estado, el poder, la política al fin.

La política europea ha practicado desde hace setenta años la moderación, que no era sino el punto de confluencia de las dos visiones tal como las practicaban sus lados menos dogmáticos: conservadurismo, socialdemocracia y liberalismo gobernaban con la dosis mínima de heroísmo un futuro posible. Pero el moderantismo tiende a ser arrinconado hoy por el ascenso de visiones no restringidas tanto de derechas (¡novedad!) como de izquierdas (hasta hace poco, escuálidas por extremosas).

El congreso federal del PSOE ha sido un hito más en el desplazamiento político de una izquierda socialdemócrata, que durante años había practicado el respeto a los límites de la ‘democracia posible’, a una nueva época de heroicidad rampante en la que la reclamación de lo imposible se contempla como tarea virtuosa. Desde la urdimbre emocional de ser innoblemente perseguidos por un mundo tenebroso de obesos plutócratas y buitres togados, han decidido ponerse de una vez a corregir de raíz lo malo de la sociedad, a implantar la virtud a golpe de decreto-ley sobre la información y la expresión: el error no tiene los mismos derechos que la verdad. Y en lo material, recurrir al intervencionismo estatal para producir las viviendas que el mercado no suministra. Pero quien dice viviendas puede decir cualquier otro bien o servicio, lo que cuenta es la actitud. Son ejemplos de que su visión de la política está cambiando e ingresando en el nuevo paradigma, ese en el que la voluntad vence a la causalidad. Y nosotros, a verlo.