Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Una vez dilucidada la calaña del cateto que falta a los españoles desde su chiringo, tampoco acudiría a su local aunque me pagaran, y eso que soy catalán. ¿Lo ves, gañán? De nuestro origen podemos reírnos, pues reírse de lo propio, de uno mismo, es señal de inteligencia. De otros pueblos, reírse es lerda hijoputez

Presagio un final ruinoso, incluso pegajoso, para el restaurador cateto que ha decidido insultar con publicidad a la mayor parte de los españoles. La mayor parte, digo. No solo a los madrileños, como se ha interpretado. Cuando se trata de nacionalismos, créanme, los conozco como si los hubiera parido, los he sufrido desde el primer día de colegio en los jesuitas, en 1968 (cuando me insultaron durante todo el viaje en el autocar del colegio por llevar una bufanda blanca que los pequeños cabroncetes interpretaron como símbolo madridista, cuando yo ya entonces aborrecía el deporte en general), hasta el día en que me largué para siempre de aquella pobre, triste, sucia y desgraciada tierra. La mejor decisión de mi vida. Así que soy experto, no ejperto, como los que cacarean de oídas. Y afirmo que cuando un nacionalista dice «mesetario», o bien «los de la meseta», se refiere a los españoles en general. Téngase en cuenta que él no se considera español, tampoco a su familia ni a la españolísima tierra desde la que excreta sus mensajes.

Miren, los padres del nacionalismo catalán, gente loca pero instruida de finales del XIX y principios del XX, llamaban «castellanos» a cuantos españoles no fueran catalanes. Castellano era lo español no catalán, y punto. La dicotomía Cataluña-Castilla es exhaustiva y nuclear en todas las ramitas podridas de su doctrina. Por si eso fuera poco, en aquellos tiempos el nacionalismo no escondía su ínsito racismo porque no había sucedido el Holocausto. Por cierto, si las cosas siguen como parece, el Holocausto se olvidará y toda la canalla nacionalista volverá a sus aficiones finiseculares: medición de cráneos, forma de la nariz, frenología y pseudociencia. Era una época de pseudociencias: ahí está el marxismo, supuesto socialismo científico; ahí está el psicoanálisis, que tan buena literatura nos ha dado (como ha observado Harold Bloom) y tan pocas curaciones. Ni una, de hecho.

El insultante gañán se cree mejor porque es gallego. Debe afectarle el injusto desprecio que los gallegos han sufrido en sus avatares por el mundo. Si cree que regentar un bareto o una casa de comidas consiste en burlarse de quien pide un cubatas con dos vasos es que nunca ha estado en un local elegante, donde se pide lo que te sale de los dídimos sin que nadie se atreva a mudar la expresión. Si teniendo un restaurante, o lo que demonios tenga el cateto, decide colocar una bandera palestina en la terraza, es incluso más tardo de lo que indican sus mensajes supremacistas. Supremacista tú, hasta los gatos quieren zapatos. Yo veo una bandera palestina en la terraza y no me siento ahí ni que me inviten. Una vez dilucidada la calaña del cateto que falta a los españoles desde su chiringo, tampoco acudiría a su local aunque me pagaran, y eso que soy catalán. ¿Lo ves, gañán? De nuestro origen podemos reírnos, pues reírse de lo propio, de uno mismo, es señal de inteligencia. De otros pueblos, reírse es lerda hijoputez.