Diego Carcedo-El Correo

  • En la UE, España, cuarta potencia entre los Veintisiete, ha pasado de ser un miembro influyente a ser el «más pelmazo» después de Hungría

Después de la Dictadura que nos mantuvo varias décadas aislados del resto del Mundo, España disfrutó de una etapa de indudable prestigio internacional. En cuestión de meses estableció relaciones con todos los países, tanto democracias como dictaduras, lo mismo de izquierdas que derechas, y se incorporó de manera con las organizaciones supranacionales. Un español presidió la Asamblea General de la ONU, otro la Alianza Atlántica y tres el Parlamento Europeo, mientras otros ocupaban cargos relevantes en la Comisión o el Consejo de Europa.

Actualmente esa etapa es historia para enorgullecerse y, lo peor para lamentar el desprestigio en que el gobierno de Pedro Sánchez — y todo hay que decirlo, la incapacidad del ministro, Albares –, aquella herencia diplomática se está hundiendo. En la Unión Europea, que es lo que nos coge más cerca y nos afecta más a los españoles, España, cuarta potencia entre los Veintisiete, ha pasado de ser un miembro influyente a ser el «más pelmazo» después de Hungría, como lo definió un euro parlamentario alemán.

En los últimos días el séptimo rechazo de la propuesta para incorporar a los idiomas oficiales del catalán, el eusquera y el gallego ha establecido un récord de derrotas difícil de alcanzar. La calificación de miembro díscolo e incontrolable incluye la legalidad de la amnistía a Puigdemont, las actuaciones unilaterales de Sánchez, como la entrega del Sahara a Marruecos, o el reconocimiento del Estado Palestino y empeño de aislar a Israel. Lo mismo que el viaje a China, en medio de las tensiones con los Estados Unidos, y firmar un acuerdo con la empresa de telecomunicaciones Huawei que pone en peligro la inteligencia y la ciberseguridad.

Los Estados Unidos, que mal que nos pese establece el principal marco de las relaciones, ha dado la alarma y anunciado que deja a España sin la información ante el espionaje. La actitud de Sánchez firmando y anunciando que no cumplirá la exigencia de incrementar los gastos en defensa ha crispado a Trump, cuya histeria al ordenar, no suele ir equiparada a la de olvidar. Con el vecino Marruecos el Gobierno ha sorprendido con la cesión de la soberanía del Sahara y, después de hacerse una foto con el rey Mohamed VI, otra concesiones sin retorno: los emigrantes siguen llegando reacios a integrarse y las aduanas de Ceuta y Melilla vuelven a estar cerradas.

La política con Marruecos tampoco ha sido gratuita extendiéndose al Magreb: La tradicional y económicamente interesante relación con Argelia se halla congelada, sin embajador en Madrid y sin actividad del español que resiste en Argel. Algo similar a lo que ocurre con Israel, también sin embajador en Madrid, que considera a España un enemigo peor los países árabes con los que sufrió tres guerras.

Tampoco en Latinoamérica, donde las relaciones adquieren carácter familiar, tampoco la situación es más satisfactoria. El fracaso electoral del candidato apoyado por Sánchez en Argentina, en una iniciativa de intromisión sin precedente, tensa las relaciones de Estado con el presidente Javier Millei y por lo tanto con un país tan próximo. Por el contrario, las relaciones con las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela continúan siendo excelentes. Como escribió Eduardo Marquina, «España es así».