- Puente, sin embargo, ocupa cómodo el lugar que debe. Está convencido de ostentar poder de verdad mientras se desnuda llamando «saco de mierda» a un periodista. Como si eso fuera compatible. Todos comprendemos que no es nadie, como Patxi
Al principio impresiona mucho cuando todo un ministro, y luego otro, y luego una vicepresidenta, y luego otra, se comportan ante los micrófonos como gañanes. O como clientes fijos de barra de bar, con la señal oscura de los antebrazos marcada en la formica. Ellos creen que suenan punzantes, sagaces, mordaces. Acabarán en el paro o en la cárcel, impartiendo sus clases de género o reciclando sus chalaneos, habrán circulado unos años en coche oficial convencidos de que estaban «en el poder». Nada más lejos de la realidad. Esos hinchas, esos entusiastas sobreactuados de Sánchez a los que les tocó un ministerio, como si tal regalito fuera deseable, ni tienen poder ni están en él ni a él pertenecen. Son el payaso involuntario, son el idiota de la cena, son el ‘pringao’ con el muñeco colgado a la espalda, como los dibujaba Ibáñez el Día de los Inocentes.
Da grima descubrir cómo modulan la voz. Escogen un tono que pretende transmitir autoridad, pero emiten la vibración del miedo y del ridículo. ¿Qué tendrá en la cabeza la ministra de Igualdad para denunciar públicamente que al fiscal general de Sánchez lo han procesado «sin pruebas»? No creamos aquí al refranero: el que no sabe es como el que no ve. Porque aunque no sepa, carencia evidente, una cosa sí tiene el trepa socialista: olfato. En este caso el sentido no le ahorra el papelón, pues el proceso sigue este orden: pienso que hay que apoyar a García, me pronuncio sobre el auto que atañe a García, mientras resulto rotunda me siento bien, al terminar mi intervención noto un escalofrío que me sube del lugar de donde arrancaría la cola si la tuviera hasta las cervicales, sé que he dicho una idiotez, se me encoge el cuero cabelludo y lo noto en los pabellones auditivos como un estiramiento de los caros, por mucho que piense no doy con el error que me consta haber cometido, mejor no añadir nada y poner cara entre indignada y ejemplar, recuerdo que esa es precisamente la cara que tengo, me marcho sin que el escalofrío me haya abandonado.
El proceso descrito sigue pautas similares en cada ministro que suelta barbaridades jurídicas, económicas, históricas, literarias o científicas. Han llegado a esa fantasía de poder que es un ministerio porque poseen el olfato para darse cuenta de la chorrada que han largado y para callarse la que venía después. La excepción fue Carmen Calvo, de Cabra. Ella seguía con la segunda metedura de pata, con la tercera y con la cuarta, pero nadie se atrevía a refutarla en ese entorno de zurupetos porque era catedrática de Constitucional. Puente, sin embargo, ocupa cómodo el lugar que debe. Está convencido de ostentar poder de verdad mientras se desnuda llamando «saco de mierda» a un periodista. Como si eso fuera compatible. Todos comprendemos que no es nadie, como Patxi. Ellos no se perciben como gañanes sino como audaces activistas fumados de asamblea universitaria de los setenta, pero con ministerio.