El jefe del Partido Comunista y secretario de Estado para la Agenda 2030 del Gobierno Sánchez, Enrique Santiago, pedía el viernes muy alarmado a los trabajadores del metal de Cádiz que no se manifiesten, que no salgan a la calle, que se quedan en casa, por favor, que Gobierna la izquierda, diantre, y dónde se ha visto que un obrero como Marx manda se rebele contra un Gobierno de izquierda, y no un Gobierno de izquierda cualquiera, no, sino un Gobierno social comunista, el único Gobierno de UE con comunistas dentro, de modo que un obrero con conciencia de clase está obligado a cruzarse de brazos y aceptar su suerte, los del Metal de Cádiz y los de esos sectores que han anunciado manifestaciones en los próximos días y semanas para denunciar su precariedad laboral y económica, que se aguanten, coño, que sí, que sabemos que les sobran razones, pero manifestarse cuando gobierna la izquierda es de obreros fachas dispuestos a desgastar a Sánchez y su banda y a servir de coartada a la derecha.
Un discurso que por manido suena tópico, pero que en boca de un miembro de este Gobierno resulta de una obscenidad inusual y viene a demostrar que esta gente no solo ha perdido el juicio sino también la vergüenza. Esto no da más de sí. Los costes de producción no dejan de aumentar, la inflación rebrota con fuerza y el crecimiento se torna raquítico cuando cabía esperar un auténtico boom a tenor del retroceso ocasionado por la pandemia. Y al Gobierno Sánchez ya no le basta con tener a los sindicatos mayoritarios enchufados a la teta del Presupuesto y con mando en plaza. Ni CCOO ni UGT parecen dique suficiente para frenar la marea de indignación que sube calle arriba. Esto, en efecto, no da más de sí. El precio de la luz, el coste de los carburantes, la inflación, el paro… A los trabajadores del metal se unen los transportistas, que han anunciado paros para esta Navidad que podrían llegar a bloquear el país; también los agricultores y ganaderos, castigados por una subida de sus inputs que convierte en ruinosos campos y granjas, por no hablar de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado dispuestos a salir a la calle para protestar contra una reforma de la llamada «ley Mordaza» de inconfundible sabor izquierdista, que dejaría a los agentes indefensos ante los bárbaros habituales prestos a hacer mangas y capirotes con la ley y el orden.
La deuda pública no deja de crecer y todo lo fía Sánchez a unos dineros que la UE ha prometido regalarle, que no acaban de llegar y sobre los que sigue reinando el mayor secretismo
Muchos de los sectores económicos no expuestos al férreo control de los liberados sindicales, en buena parte sometidos a una tensión insospechada tras la dureza de la pandemia y en muchos casos abocados a la quiebra, tienen motivos más que sobrados para la protesta. Casi todos enfrentados a un horizonte incierto. Hartos de un Gobierno tan sectario como ineficiente, cuya regla de oro consiste en tirar del gasto público para tratar de solucionar todos los problemas. Pero no hay alpiste para tanto gorrión. El consenso de los economistas sostiene que el crecimiento del PIB para el año en curso no irá más allá del 4,5%, muy lejos del 6,5% previsto en los PGE, un abismo de dos puntos que tendrá su traducción en los ingresos fiscales y naturalmente en el déficit, en el enorme agujero que está engendrando este Gobierno manirroto. En consecuencia, la deuda pública no deja de crecer, y todo lo fía Sánchez a unos dineros que la UE ha prometido regalarle y que no acaban de llegar, unos dineros gratis total sobre los que sigue reinando el mayor secretismo y que, de llegar, lo harán con cuentagotas y en cuantía inferior a la prometida, porque están sujetos a una condicionalidad que este Gobierno arrastrado no es capaz de cumplir por incuria, por desconocimiento de la materia o por simple sectarismo ideológico.
Una situación que empieza a ser desesperada. De hecho, gente importante hay en el mundo de la empresa que empieza a sugerir estos días que España ya está atrapada en alguna suerte de intervención por las autoridades de Bruselas, que España ya está de facto intervenida, juicio que basan en la tardanza en llegar de esos fondos y de los compromisos contraídos por el Ejecutivo con la Comisión, cuya expresa literalidad, más allá de lo conocido esta semana, el Gobierno se niega a hacer pública. Las esperanzas que el aventurero que nos gobierna tenía puestas en esos dineros caídos para apuntalar su poder, se van disipando. Esto, conviene reiterarlo, no parece dar más de sí.
Es en estas circunstancias cuando lo que está ocurriendo en el PP cobra todo su dramatismo, toda su trascendencia. Porque, cierto, sabemos que este es el peor Gobierno de la democracia, peor incluso que el del Zapatero y no digamos ya el del inane Rajoy. Sabemos que la etapa Sánchez tendrá un alto coste en términos de calidad democrática y de deterioro económico, pero esa herida podría y debería ser asumible si en el horizonte temporal la ciudadanía contara con la referencia de una alternativa clara, un liderazgo de centro derecha liberal capaz de alimentar la esperanza de un cambio de rumbo a plazo fijo, capaz, llegado el momento y tras las correspondientes generales, de arreglar los entuertos dejados por este salteador de caminos y proponer al país una serie de cambios en profundidad capaces de enterrar de una vez el pasado y embarcar a España en la carrera por el futuro.
Es Casado y su gente quien regala a Sánchez el argumento del ‘yo seré malo, pero el que aspira a sucederme es peor’. Y, en efecto, ¿cómo confiar en que la actual cúpula de Génova pueda ser la solución al drama, inmersa como está en una batalla sin cuartel?
Esa esperanza se ve hoy cortocircuitada por la brutal pelea de egos que está teniendo lugar en el PP, por el choque de protagonismos que enfrenta a la sede de Génova con la Puerta del Sol, una refriega imperdonable por estulta e injustificada. La incredulidad por lo que está ocurriendo alcanza visos de desesperación entre los náufragos de la España liberal, al punto de que será difícil encontrar un solo votante del PP que no se muestre escandalizado ante lo que los medios relatan todos los días. Porque la situación no puede ser más crítica. Esta misma semana, el Gobierno social comunista se ha encargado de recordarnos su verdadera condición al sacar a relucir la Ley de Amnistía de 1977 y los crímenes del franquismo, para tratar de acallar el rumor creciente de las protestas de quienes no pueden más y marchan calle arriba dispuestos a salvar del naufragio su medio de vida y el de sus familias. Alguien ha escrito que Sánchez ha vuelto a echar mano del «comodín del 36» para infundir miedo.
El conflicto no solo desacredita al PP como eventual alternativa al PSOE, es que refuerza al Gobierno Sánchez, da aire a quien se está ahogando, abre una ventana de oportunidad al callejón sin salida en que él solito decidió encerrarse el día que optó por uncir el yugo que los enemigos de la nación de ciudadanos libres e iguales le ofrecieron. Es Casado y su gente quien regala a Sánchez el argumento del «yo seré malo, pero el que aspira a sucederme es peor». Y, en efecto, ¿cómo confiar en que la actual cúpula de Génova pueda ser la solución al drama, inmersa como está desde hace semanas en una batalla sin cuartel con los cuchillos cachicuernos de los celos más enfermizos? Diversos grupos económicos han remitido estos días a Casado un mensaje claro: «Pablo, arréglanos de una vez lo de Madrid, porque esa pelea no solo te hace daño a ti y a tu partido, sino al país entero, hipotecando un futuro que no tienes derecho a poner en peligro». El palentino, sin embargo, sigue aparentemente preso de los compromisos contraídos con su «consejero delegado», aun a riesgo de que el Consejo de Administración de España S.A, decida un día no lejano mandar a ambos a la calle con una patada en el culo.
Y no se trata de imponer el principio de autoridad, tampoco de saber quién tiene o no razón, cuestión que debería dilucidarse a posteriori; se trata de que hay asuntos de tanta trascendencia para el futuro de España que perderse en los vericuetos de una pelea de gallos más que un error es un crimen. Lo dijimos aquí semanas atrás y lo volvemos a repetir con el máximo respeto y en la determinación de no volver a insistir (una y no más, Santo Tomás): Pablo, desde el afecto personal, desde el respeto que merece tu dedicación, tu bonhomía y tu capacidad de trabajo, debes poner fin a este dislate y cambiar el rumbo hacia el único norte que hoy importa a la España liberal: el de cuadrar un proyecto ganador capaz de devolver la esperanza a millones de españoles. No empeñes tu futuro en esta absurda escaramuza. Porque, si al final logras «matar» a Ayuso, ganarás una batalla pero seguramente perderás la guerra.