Gabriel Albiac-El Debate
  • En España, mientras tanto, el coro humanitario de los antisemitas convocaba anteayer huelga general para imponer la paz en Gaza… Tres días después de que la paz en Gaza hubiera sido firmada. ¿Es estupidez tan sólo?

No habían pasado aún cuarenta y ocho horas desde la firma de la paz en Gaza. Una caravana de ambulancias se adentra en la barriada de Sabra. Ese arrabal de la ciudad de Gaza es la fortaleza del clan Dogmush, familia mafiosa competidora de Hamás en el tráfico de las ayudas humanitarias internacionales y en el control de población civil que de él se sigue. De las ambulancias, emerge una veintena de hombres encapuchados, armas en ristre. Visten el uniforme de Hamás. De sus domicilios van extrayendo a media docena de varones jóvenes. Los arrodillan en medio de la plaza, ante el público que parece asistir con fervor a un espectáculo festivo. Los uniformados se colocan a espalda de los supliciados, aproximan la embocadura de los Kalashnikov a su nuca y disparan. Estallan las cabezas.

Sabemos, aunque de eso no da ya testimonio lo filmado, que, de inmediato, se inicia un combate en toda regla. Cincuenta y dos miembros del clan son abatidos. También, doce milicianos de Hamás. Nada muy nuevo: es lo que los distintos clanes armados han venido practicando con los repartos de ayuda humanitaria durante estos dos años. Sólo que, entonces, les era muy fácil a todos –también a los medios de prensa europeos– atribuir los disparos a soldados israelíes.

No es la primera vez que ese tipo de matanzas en familia asola la Franja. El 12 de noviembre de 2007, una manifestación de la OLP, que homenajeaba en Gaza a Arafat muerto tres años antes, es atacada por las milicias de Hamás. El balance oficial es de seis muertos, ochenta heridos y cuatrocientos encarcelados, entre ellos la práctica totalidad de los dirigentes del Fatah en la franja. A partir de enero de 2009, Hamás declara la guerra abierta a los defensores de la Autoridad Nacional Palestina de Mahmud Abás. Es una guerra de exterminio, de crueldad inusitada aún para el tan sanguinario universo palestino. Las torturas recíprocas en las cárceles de Gaza y de Cisjordania alcanzan un grado de barbarie sin precedente. La Autoridad Nacional es borrada de Gaza. Hamás es borrado de Cisjordania.

El mayor riesgo de la actual posguerra es que el apocalipsis pistolero de entonces retorne ahora. Y nada podrá evitarlo, si una fuerza militar eficiente no procede de inmediato a desarmar por completo a las milicias, los gangs mafiosos, los clanes de ladrones y asesinos… Y si esa fuerza internacional no destruye por completo los túneles que –pagados con capital humanitario– han sido su inexpugnable refugio. Nunca, sin esa previa limpieza, será posible garantizar la puesta en pie de un poder civil en aquella tierra devastada por el único dominio de la delincuencia organizada. La política aborrece el vacío: allá donde no hay Estado, todo es mafia.

En ausencia de esa presencia militar, que está explícitamente prevista en el acuerdo de paz firmado, el destino de Gaza se seguirá jugando en la punta de los Kalashnikov de quienes sólo viven de traficar con la miseria gazatí. Bajo la cobertura, por supuesto, de fidelidades coránicas que no son, en el caso de todas esas bandas, más que la irrisoria máscara de una delincuencia común para la cual no hay límites de ningún tipo. Hamás ha perdido su guerra contra los israelíes. ¿Conseguirá ganar su guerra contra los palestinos?

En España, mientras tanto, el coro humanitario de los antisemitas convocaba anteayer huelga general para imponer la paz en Gaza… Tres días después de que la paz en Gaza hubiera sido firmada. ¿Es estupidez tan sólo?