José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
Si impúdicas en todo caso esas declaraciones, De Quinto, con su bien pertrechado patrimonio, incurre en una indignidad al motejar de “bien comidos” a “algunos pasajeros” del Open Arms
Suele ser habitual que a las crisis partidarias de identidad les suceda un cambio de rostros, de referencias personales y de estilos. Así ha sucedido en Ciudadanos. El partido de Rivera ha defraudado a propios y extraños con su movimiento pendular ideológico, sea táctico o de fondo: del centrismo liberal al derechismo. El propósito de esta renuncia a su singularidad, y a su funcionalidad en la política española, consistía en arrebatar a Casado y al PP la primacía de la derecha. Y aunque Ciudadanos no lo consiguió ni el 28 de abril ni, mucho menos, el 26 de mayo, su dirigencia, con escasa perspicacia y nulo espíritu crítico, parece persistir en el empeño, insistencia en el error al que se añade su pésima gestión de los pactos locales y autonómicos con los populares.
Albert Rivera —ese político que ha decepcionado hasta la consternación incluso a no pocos de quienes le auparon a su posición actual— se ha encargado de diluir a los críticos en el consejo general del partido después de las renuncias de algunas personas significadas en la organización que han abandonado el proyecto de Ciudadanos por la sustancial alteración de sus principios. El caso más flagrante es el de Toni Roldán, aunque no el único. El seguidismo a Rivera de dirigentes con peso en el partido —Inés Arrimadas y José Manuel Villegas son los ejemplos más expresivos— ha desmentido que en Cs exista una cultura diferente a la que puedan albergar el PP, el PSOE o Podemos. Pese a su relativa juventud, en el partido naranja se rinde culto al líder al precio que sea.
Ángel Garrido, un tránsfuga con 30 años de militancia en el PP, presidente interino de la Comunidad de Madrid en sustitución de Cristina Cifuentes, a la que defendió con insistencia (lo mismo que atacó a Ciudadanos), se ha encaramado a la Consejería de Transportes del Gobierno madrileño bajo la presidencia de Isabel Díaz Ayuso, que, en su momento, fue su viceconsejera. Garrido traicionó arteramente la confianza de Casado, que le encumbró al cuarto puesto de la lista europea. Firmó el compromiso de candidato en Génova y de allí se fue a negociar su defección. Soportó comparecer el 26 de mayo en el puesto décimo tercero en la lista naranja y, después de apostar a perdedor (Cs lo fue claramente en las autonómicas madrileñas), se ha instalado en un sillón gubernamental.
Si Ciudadanos confiaba en Garrido como una gran adquisición política para las elecciones autonómicas en Madrid, los resultados no han confirmado su optimismo. Otro fichaje prometedor, tan personal de Rivera como lo fue el de Manuel Valls, se intuye fallido, aunque por motivos bien diferentes: el de Marcos de Quinto. Detesto la demagogia, pero la tesis que sostengo —la banalidad del personaje y su amateurismo político— requiere que se subraye el hecho de que es el diputado más acaudalado del Congreso. Si impúdicas en todo caso esas declaraciones, con ese pertrecho patrimonial, el exdirectivo de Coca-Cola incurre en una indignidad al motejar a “algunos pasajeros” del Open Arms de “bien comidos”. Pues bien: lo hizo en su cuenta de Twitter, respondiendo con insultos (“cretino”, “imbécil”) a quienes le criticaron. Sus compañeros de partido, abochornados, eludieron secundar el exabrupto.
¿Representan Garrido y De Quinto una anécdota o una categoría en Ciudadanos? Lo ignoro, pero es seguro que son el resultado de un cambio de rumbo, de concepto y de objetivos en el partido que lidera Albert Rivera. El trasiego de Garrido es indefendible y las manifestaciones de Marcos de Quinto, deplorables para una organización de las características —las iniciales, al menos— de Ciudadanos. Quizá ninguno de los dos personajes sea una anécdota, aunque tampoco una categoría. Es más probable que los dos resulten síntomas del mal que aqueja a Ciudadanos: su pérdida de identidad, su nueva naturaleza irreconocible, la expresión culminada de un cambio en el que se ficha con algarabía a un tránsfuga y se incorpora como número dos por Madrid para el Congreso a un antiguo empresario cuyo compromiso ideológico es ignoto. Nada en ellos se vislumbra de lo que quiso representar Cs: regeneración.
Si el 10 de noviembre se celebran nuevas elecciones generales, los resultados serán venenosos para los otrora liberales, y si también se convocan en Cataluña este otoño, su desplome será dramático. Entresacando las conclusiones de conversaciones con unos y otros —miembros de la ejecutiva y militantes muy singulares—, se alcanza la convicción de que los temores que enciende la estrategia de Rivera son ya mucho más consistentes y extensos que las certidumbres que suscita. Y un Garrido o un De Quinto rebajan aún más las expectativas.