ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Mi liberada:
La otra mañana en Valladolid, en el admirable curso sobre la Transición que cada año se saca de su curioso cráneo el filósofo Quintana Paz, decía Victoria Prego que debemos dejar de hablar de la Transición. Comprendí su cansancio, porque la Transición eres tú. Aunque ella lo razonaba acertadamente al subrayar que la Transición había sido un conjunto de medidas excepcionales para un tiempo excepcional y que es ocioso e ilusorio reivindicar los usos y hasta los espíritus de la Transición para encarar problemas convencionales en tiempos convencionales. Pero el probable acierto de su instrucción no aclara el problema difícil: por qué la conversación española sigue tratando obsesivamente el asunto de la Transición. Poco antes de que Victoria Prego hablara, y ante la necesidad de fijar, cada vez que uno va a referirse a la Transición, cuáles son sus límites cronológicos, pensé en la posibilidad de incorporar esa «acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto» al inacabable ser de España. Y hacerlo en modo positivo. En vez del quejumbroso ronquido secular sobre la imposibilidad de acabar con la provisionalidad española, celebrarla. Celebrar las muchas virtudes resultantes de una vida colectiva en construcción. Pero aunque algún día querría desarrollarla, la idea no dejaba de ser otra instrucción bajo la cual permanecía la misma incógnita: por qué la Transición sigue abierta.
Hay dos causas, a mi juicio. La primera, el nacionalismo, que mantiene candente la discusión sobre el Estado como un sistema simple pero eficaz de erosionarlo. La segunda es la izquierda. Tiene sus razones: mientras la Transición no acabe, conserva la esperanza de ganar la Guerra Civil y con ella –siempre– las próximas elecciones.
Estos días se ha producido un nuevo hecho significativo en el drama irresoluble de la izquierda española: Inés Madrigal reconocía públicamente que no era un bebé robado. La historia de esta mujer la resumen estupendamente dos crónicas de la prensa socialdemócrata: la primera corresponde al 8 de octubre de 2018 sobre el fallo de la Audiencia Provincial de Madrid que absolvió por prescripción al doctor Eduardo Vela, acusado de ladrón de niños. Dice el párrafo que fija la responsabilidad del doctor: «Que en 1969 entregó a Inés Pérez y Pablo Madrigal ‘una niña de pocos días de edad’ y que tal entrega se produjo ‘fuera de los cauces legales’ sin que conste que los padres biológicos hubieran tenido ‘ni tan siquiera conocimiento’ de ello y sin que ‘hubiera mediado consentimiento’». La segunda crónica es del 12 de julio de 2019. Basta con el subtítulo: «La madre de Inés Madrigal, soltera, la dio en adopción». Estoy expectante por saber cómo los jueces restituirán el honor del doctor Vela ahora que, prescripción al margen, consta que hubo conocimiento y consentimiento.
El de Madrigal era el caso liminar de la trama urdida por el juez Garzón y hecha pública el 14 de noviembre de 2008. Te anticiparé los resultados de la trama, resumidos pulcramente por Maite Rico en un artículo de Vozpopuli: 2000 denuncias, 552 admitidas a trámite, 81 análisis de Adn: ni un solo caso de robo probado. Pero, ¡quia!, ¿qué fake necesita probarse? Para comprenderlo hasta el fondo examina esta secuencia de titulares sobre bebés robados, de la misma prensa socialdemócrata: «Dos gemelas se reencuentran 50 años después de su nacimiento» (11 de mayo de 2011). «Vicky conoce a su gemela con 51 años» (12 de mayo de 2011). «Que el Adn diga lo que quiera, pero María José y yo somos gemelas» (9 de junio de 2011). Nuestra prensa no es ya el hazmerreír de la verdad, sino de la mentira. Pero basta ya de diversión.
La prosa de Garzón no es divertida. Es pésima y, sobre todo, peligrosamente ejecutiva. La trama de los bebés robados le corresponde por completo. Quedó explícita en su auto de noviembre de 2008, que diseminaba en 62 juzgados provinciales la investigación de los crímenes del franquismo, y en el que dedicó un extenso capítulo a los niños robados. El asunto había sido tratado años antes por el historiador Ricard Vinyes y los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis en libros, documentales y artículos que denunciaban la represión específica contra mujeres republicanas. Ninguno de estos documentos –alguno de ellos ciertamente enrojecedor– provocaron que llegara a los juzgados un solo caso concreto de niño robado.
El objetivo de Garzón no era probar que la Guerra Civil dejó un insoportable número de huérfanos que arrastrarían sus vidas golpeadas por calles, orfanatos y familias ajenas y que serían el eslabón más frágil de la reconstrucción de una nación rota. Lo que Garzón quiso probar es que las labores de asistencia del Nuevo Estado al encarar el que, sin duda, sería un problema inconmensurable, estaban destinadas a la ejecución de un programa político: la extirpación de la semilla roja. Para ello, y basándose en las investigaciones de Vinyes, reproduce párrafos de las tesis del psiquiatra Vallejo Nágera (al que llama psiquiatra en jefe de Franco) sobre la necesidad de estudiar «las raíces psicofísicas del marxismo», expuestas en varios libros y en especial en La locura y la guerra. Psicopatología de la guerra española (1939). Pero Garzón, como tampoco lo hiciera Vinyes, consigue que de la obra del zote Vallejo Nágera pueda extraerse la elaboración de un plan consistente en robar 30.000 niños de madres republicanas e instalarlos en un ambiente de sano franquismo, como sin asomo de dignidad intelectual difundieron historiadores y periodistas, todo supuesto.
Las fabulaciones y deseos no satisfechos de los civiles alcanzan su letal importancia cuando un juez les da crédito en un auto como el que Garzón escribió en noviembre de 2008. El juez, paradigma de la irresponsabilidad en su oficio, desencadenó la ansiedad privada de miles de adoptados que por fin tenían la posibilidad de perdonar a su madre biológica: siempre es más reconfortante que te arranquen de los brazos de tu madre que ella se deshaga de ti. Esta ansiedad habría sido un irremediable efecto colateral, de haber indicios de una causa justa. Pero nunca los hubo. Entre otras razones, porque la Justicia no puede luchar fácilmente contra el tiempo –también por este componente técnico los delitos prescriben– y el tiempo está entre las primeras condiciones que un juez debe valorar antes de dar curso a una investigación. Por el contrario, Garzón sí obtuvo éxito político. La trama de los bebés robados ha sido la más exitosa y duradera del populismo aplicado a la Justicia y a la Historia. Se entiende fácilmente. Las fosas estaban llenas de cadáveres. Las cunas, de personas. Los bebés robados complacían la vieja quimera de que los huesos hablaran. Ni memoria ni historia: puro presente en carne viva. Así se ganan las guerras civiles.
Inés Madrigal encontró a su familia biológica –y supo así que había sido dada en adopción– gracias a 23andMe, la empresa californiana que reúne ya 9 millones de perfiles genéticos. El Adn fulminando al mito recuerda, en voz alta, el deber moral de hacer política a partir de la evidencia.
Sigue ciega tu camino
A.